miércoles, 25 de diciembre de 2019

Publicación de No todo es haiku de Ángela Serna

Ángela Serna (Salamanca, 1957), reside desde los 13 años en Vitoria. Estudió Filología francesa, doctorándose con una tesis sobre Flaubert. Ha sido profesora de la Universidad del País Vasco. Es directora de la revista Texturas (analiza la relación de texto e imagen), creadora de distintas iniciativas, como congresos sobre poesía, y organizadora de exposiciones acerca de poesía visual.Ha participado en distintos festivales, sido jurado de diversos premios, y poemas de su extensa obra ha sido traducida a otros idiomas (francés, italiano, rumano….).  
Entre sus publicaciones cabe destacar Del otro lado del espejo (2000); Fases de Tumiluna (2003); Vecindades del aire, De eternidad en eternidad y Luego será mañana (en otra habitación), (los tres de 2006); Pasos-El sueño de la piedra (2010)); Definitivamente polvo (2010); Solitudine (2015); Máscaras para no enloquecer (2017); Cómo salir del palimpsesto (2019). Además, ha publicado en colaboración Trampantojo (2008) y La desmesura del círculo (2011), y ha sido incluida en numerosas antologías. No todo es haiku es su nuevo poemario. 

miércoles, 12 de junio de 2019

Reseña de Las raíces del velo

Sobre Las raíces del velo de José María Piñeiro, por Javier Puig.

Reseña en Frutos del tiempo, 29/05/2019

Desde su versátil capacidad literaria, y después de seis años, José María Piñeiro vuelve a ofrecernos una amplia muestra de su poesía en Las raíces del velo, editado por Celesta. El poemario está dividido en tres partes, cada una de las cuales, como se dijo en la presentación que tuvo lugar en Orihuela, podría constituir una obra independiente. Esto es así porque hay una suficiente diferenciación, y, dentro de cada una de ellas, una coherencia propia; lo que no obsta para reconocer un nexo común, el que se deriva de la marcada personalidad del autor, y que se manifiesta en esa sensible percepción de “el espectáculo de la vida”, del que exprime su intensidad, aunando, en variables proporciones, lo sensorial y lo intelectual.
En la primera parte, Biografemas, hallamos la rememoración de esos contactos con el mundo que resultan significativos, que se imprimen en el ser desde el impacto emocional, desde el descubrimiento que nunca se deja de repasar para continuar afinándolo con nuevas sutilezas. Se habla aquí del espíritu aventurero de la primera juventud, de las atrevidas incursiones en los parajes prometedores, en los espacios ocultados por el mundo impuesto. Es la intrínseca validez de la experimentación, el alegre juego de avanzar para alcanzarse más allá del previsible uno mismo. Pero también hay poemas intemporales, que reflejan una constante vital, esa arraigada posición que indaga desde el austero hedonismo, la creencia en que lo más contiguo al propio ser, el más adherido límite con lo ajeno, ya revela la inconclusa paradoja de la existencia.
En la segunda parte, Confieso que no he vivido, el poeta se somete a un autoanálisis, revisa su trayectoria vital y echa a faltar una mayor exterioridad, una más completa vivencia de las posibilidades del trayecto humano. Si antes, la retrospección era meramente contemplativa, si la mirada se situaba apartada de un responsable protagonismo, ahora la encontramos atrapada en una valoración severa, implacable, sometida a una estricta regla que no perdona la visión de las carencias, sino que las amplifica; sobre todo, la de un indefinible ser íntimo capaz de acompañar, de compartir, de mullir los propios pasos.
Ahora, ese paraíso concentrado, poco más que casero, se ve como baldío. Ese ámbito querido que tantos momentos de plenitud ofrece, pero al que se le achaca su incapacidad integradora: “… Y los libros inertes que sustituyen a los amigos”. Allí es rara la afectuosa conversación, la viva reciprocidad: “A mí me ha vencido la pereza y la belleza”. Es la mala conciencia por el gozo interior, enclaustrado, pertrechado de exquisiteces: “Tú no puedes saber/ qué laboriosamente me entregué / a no hacer nada y soñar furibundamente”.
Es esa trampa psicológica, la idea de la seria negligencia en la que incurrimos cuando vivimos, casi para nosotros solos, una vasta extensión de tiempo que se nos ha regalado. Hay maneras de calmar esa desazón, la mayoría falsas, y alguna más difícil, que exigiría una actitud extraordinariamente generosa. Pero a veces se vive así porque lo próximo no nos satisface y no sabemos encontrar en nosotros una magnánima anuencia. Tal vez el listón se pone demasiado alto cuando se frecuentan las intensidades, las excelsitudes del arte. Por eso el lamento ante la imposibilidad de encontrar a la mujer vecina, palpable; pero, sobre todo, exacta: “La mujer atractiva de mi época / no habla mi lenguaje o vive en paradero desconocido”. Como cuando se refiere a las actrices que lo han fascinado: “Y yo he ido anotando / todas estas apariciones de bellos espectros / en la lista violeta de mis desolaciones perpetuas”.
Es la sensación de llevar una vida muy intensa en sus entusiastas recurrencias, pero siempre sustitutiva, demasiado protegida, ya lejos de la osadía juvenil: “Esta tarde me he comprado un libro: / el acto erótico supremo del día”. Es la habitación como refugio frente a un mundo que no puede ofrecer sino la decepción ante tan altas expectativas de quien está acostumbrado a relacionarse con lo más exquisito: “Es la dulzura incontaminada de la habitación/…./ y soy melancólicamente feliz / imaginando esa poesía de la redención furtiva”. Afuera está ese: “Confín vertiginoso de rostros y cuerpos / que no se conocen”. Quizá la salida sería alcanzarnos en nuestro ser extendido: “Definir un espacio soberano en el que encarnarnos / y pulverizar los miedos y los dilemas, / y olvidar el olvido/ e intentar, en el otro, rescatarnos”.
En la tercera parte, El flaneur enardecido, el poeta recoge la expresión de su nutritiva confluencia con el mundo del arte, cuando, desde la ajustada soledad se alcanza una sensación de no chirriante pertenencia al mundo, de unidad, aunque siempre sea desde una denodada salvaguarda de lo propio. Aquí se trata de encontrar, entre el barullo del mundo, esas “gemas” salvadoras: “El claror del día concita a los vivientes / bajo la gema de su luz”. ”Examinando las gemas que hace el agua de la fuente / al brotar”, “la gema quieta de la tarde toda”, “mi acopio de gemas y perlas imaginadas / se traduce en esta posibilidad narrativa: / escribir poesía / para hacer rica mi pobreza”, “la fronda te devuelve gemas ovales y susurros convocadores”. En todos estos poemas, José María Piñeiro realiza un recorrido por algunos de los puntos cruciales de su vocación, que es la de apreciar el arte que lo incumbe, el de algunos escritores o músicos reconcentrados en vibrantes atisbos. Pero, junta a esas manifestaciones esforzadas, también está la espontánea realidad que se le ofrece, que él penetra con su actitud deambulatoria. Todo eso que hay que digerir y hacerlo propio, creativamente: “Y nuestro placer y privilegio renovados/ es dar nombre a las cosas, / descifrar lo que acontece, / no cesar de interpretar”. Y eso es algo que no se reduce al juego intelectual sino que trasciende hasta lo emotivo: “Una tarde la belleza me hizo llorar / al convertirse en esperanza”.
La obra de un autor no es la permanencia en una fotografía única, en un momento absoluto. En este poemario se exponen la intuición, la tentación, la duda, la posición humana zarandeada por los vaivenes que impone el tiempo. En Poéticas, esa pieza final, fragmentaria, próxima al aforismo, del que es devoto y maestro el autor, se plasma una de esas pequeñas sabidurías que todos nosotros, de vez en cuando, alcanzamos, pero que no sabemos cómo retener frente a la resbaladiza sucesión de los momentos que nos configuran: “Asegura tu partícula luminosa, / cede a lo que te penetra. / Di tu alucinación, /no juzgues lo que te pasa. / Di lo que te pasa”. Pero José María Piñeiro, en un acto de honestidad, de intento de completud de sí mismo, a veces no se obedece; entonces, se juzga, y se dice a sí mismo que no ha vivido; afirmación con la que no podemos estar de acuerdo quienes apreciamos su obra, pues sentimos que está hecha de una vivencia lúcida, sostenida sobre las intermitencias. En Las raíces del velo encontramos sinceridad, belleza, y un buen puñado de poemas que albergan una preciosa “harmonía”.

lunes, 3 de junio de 2019

Presentación de Letras a débito

José Luis Nieto

           Rafael González y José Luis Torrego















Ante todo gracias a Rafael por su confianza al pedirme me hiciera cargo de esta presentación, a José Luis por confianza y su amistad: Gracias, finalmente, a todos ustedes por estar aquí dispuestos a sufrir estos minutos despiadados de mi oratoria.

TRAYECTORIA

José Luis Nieto es un poeta urbano y del desencanto. Una puntualización, esto no es lo mismo que un poeta del desencanto urbano. Él en ningún momento se siente traicionado o decepcionado por Madrid, que de hecho es el hogar  del retorno final de este su último libro, él se siente desencantado por los amores multicolores que destiñen a los pocos lavados dejándote el resto de tu vida y de tu ropa para la basura. Y sí, ocurre que esos desencantos suceden en Madrid.
José Luis sabe —es amargamente consciente— que el destino de las palabras es recluirse en el olvido, sin embargo, escribe “Un tiempo de adiós” y “Rastros perdidos”.
José Luis conoce la decepción de aquello que fue y el entusiasmo mutilado de lo que acabará no siendo. Sin embargo, escribe “Diario de improvisaciones” y “Cuadros sin colgar”.
Por eso su poesía es bronca y escueta como el whisky, y como el whisky arde en la garganta al beberla directamente de la botella tras escupir el corcho con la boca. Porque así beben los vaqueros solitarios, especialmente cuando son urbanos, más aún si es la medianoche y , obviamente sin más remedio, si montan un caballo de dos ruedas.
Mucha película con final de amor feliz en vena, ¿y al final qué, José Luis?

                        Nos han mentido y nada
                        queda.

Y se confirma:

                        Al final nada
                        nada perdura: ni la huella salvaje
                        de los momentos cabalgados, ni el último
                        poema, ni la sonrisa final
                        de la camarera (…)

Otra característica de José Luis es la de ser poeta sin yo poético. Es él mismo quien está dentro de su obra batiendo el cobre en cada verso, encajando cada tajo en su pellejo,  sufriendo caídas desde un encabalgamiento y apañándose una metáfora como torniquete si acaso le dejan una tregua.
Un poeta sin evasiones literarias ni huidas. Siempre canta y describe su ciudad, natal una vez y cruel muchas, siempre la realidad viciada de paraíso artificial que es Madrid. Cierto que, de vez en cuando, encuentra por el fango nocturno algún zafiro entre los ajos y disfruta de una “sinéresis labial” durante un breve espacio, sin olvidar un momento, eso sí, que todo es espejismo.
Ya en 2011 nos confesaba José Luis que quería hacer un libro de espejos con la materia insulsa de los días. Curiosamente, nuestro amigo el gran Alejandro Céspedes lo hizo realidad literalmente en Topología de una página en blanco.
José Luis no encuentra refugio en el recuerdo. Para él no existe la aspiración a eternidad de lo fugaz que hay en Salinas, la memoria no es el mágico preservar el esplendor en la hierba. Nada de eso, la memoria en Nieto es una visita pesada que te hace enmohecer en la pena de lo perdido, oxidarte en el “sulfuro en las lágrimas”. 
En cuanto a su estilo, muy de la escuela castellana:  su “repertorio es pobre”, no intenta “artesonar su quincalla”.
En 2013 hay un conato de inventar un heterónimo, o quizás un doble para los versos peligrosos: Boris Lubernieff, al que presenta como un ser extraño que se dedica a hilvanar el pasado sobre el presente, a descoser el futuro y a pasear a en soledad por la ciudad a deshoras. Alguien urbanita y decepcionado que recoge esquirlas del minutero, cada una con un nombre de mujer. Y se hace viejo.
Como ven, nos resulta muy familiar el Lubernieff este.
Más aún cuando le vemos sus pensamientos indecisos entre dos opciones para escapar de esa dolorosa existencia: o empadronarse en Nuncajamás como niño perdido, o hacer buenas migas con el tipo del espejo. Tipo que en Letras a débito reaparece en el papel estelar de “El imbécil”. Tan estelar que casi se hace con la titularidad del libro.
Lubernieff y José Luis son “soldados de la rutina”. La rutina es el infierno de los desamados, la inmovilidad pantanosa de quien quiso ser río y fluir. La rutina de los espejos, de las estanterías con citas afiladas, de los marcos con caras que gritan “¡envejeces!”.
Y José Luis, un poeta de diario —o de andar por casa, que se declara él—, nos confiesa sus huidas. El bullicio, el alcohol son para él una tentadora invitación a la amnesia indolora. Toma, sin embargo, con entereza ese fracaso, arrastra esos momentos a sabiendas “como una silla de metal araña el suelo de mármol”. Reivindica la derrota y considera que “ha vencido porque es suya la derrota”. Y también suyo el símbolo y territorio donde ocurrió:

                        Porque la noche es mía.

Vive en lunes y en otoño. En una rutina sin ciclos ni estaciones y llega a la conclusión de que hay una Generación de los Desarraigados, de la que él es miembro vitalicio.
Retornemos a Madrid, la otra constante en su obra. Madrid, “ese cemento en temporal continuo”, desde cuyos “tejados la luna ilumina a un trapecista imaginario que le saca la lengua.” Suena al final más común a una noche de farra.
Y aún así, el viejo desencantado, mil veces trasquilado, insiste y se ve una vez más caminando reincidente bajo ese cielo de plata

                       Como lobo envejecido por la soledad y el hambre
                                                                     queriendo amar.

¿Y qué es la poesía para José Luis Nieto?
Ante todo hay que responder que una vocación. Nunca buscó en ella  vil metal ni laureles dorados, escribió porque necesitaba escribir. Pero la pregunta no era por qué, sino qué. Dejemos que él responda:

                        Volver al recuerdo incandescente de la niñez
                        a la bonhomía de la desesperación descalza.


viernes, 31 de mayo de 2019

Reseña de Los libros que me habitan


Javier Puig, la humildad del conocimiento en Los libros que me habitan.
Por Manuel García Pérez
Ni Javier Marías. Ni Muñoz Molina. Ni Pozuelo Yvancos. Hay un crítico literario que traspasa y se llama Javier Puig, colaborador de MUNDIARIO.  
04 de mayo de 2019

No es amistad, sino la ebriedad. La lectura del libro de ensayos, Los libros que me habitan, del escritor y poeta Javier Puig –colaborador de MUNDIARIO– nos introduce en la interpretación de un amante de la cultura que destaca, en cuanto a calidad, por encima de muchas firmas de suplementos nacionales.
Nuestro colaborador Javier Puig lleva publicando artículos y ensayos sobre su percepción crítica de lecturas, música y películas en muchos blogs y revistas; siempre desde una trabajosa y exquisita prosa, que se echa de menos en periódicos de tirada nacional, donde las reseñas se han convertido en mera promoción más que en un análisis riguroso de la obra.
Publicada en Celesta, Los libros que me habitan es el tránsito de Javier Puig por muchos de sus ensayos publicados a lo largo de estos últimos años, donde la eficacia de su análisis pormenorizado de la obra está vinculada a un manierismo que convierte el ensayo en una obra literaria; una tradición decimonónica y noventayochista que consolidó a autores como Unamuno, Ortega o Marañón, sin obviar los trabajos de Dámaso Alonso sobre los clásicos renacentistas y del Barroco, que siguen siendo un referente de crítica estilística y sensibilidad poética.
Y es precisamente la sensibilidad de lo poético, de lo desconocido, lo que pervive en las líneas de estos ensayos de Puig dirigidos a obras que, de alguna manera, no solo han trazado una educación literaria, sino también  una biografía sentimental hacia la lectura como objeto y fin en sí mismo que cautiva, que nos descubre a un hombre que encuentra en el placer de escuchar y de leer una forma de adentrarse en el conocimiento profundo y abisal de estructuras lingüísticas, párrafos, motivos temáticos, relaciones de autores en el tiempo; una ardua tarea que prácticamente ya no existe en la prensa de nuestro país, por varias razones.
A Javier Puig no le puede ni la presión de editoriales, ni le persigue el tiempo. Su devoción es la devoción del orfebre, de aquel que ha encontrado en el ejercicio de la escritura sobre libros, una clase de ascetismo; en ese ascetismo subiste una creación propia, donde la nostalgia, la inmediatez de lo vivido o las desdichas del pasado comulgan con la obra que se analiza, como si Javier Puig, el poeta, se dejase vislumbrar en esa exégesis, en esos comentarios y subjetividades, como si se destilase la sensibilidad poética de un hombre que ha encontrado en el ensayo la determinación de mostrarse al mundo, de referir su modo de representarlo, de confesarlo, de darnos la posibilidad de usurpar una parte de su intimidad creativa. Y, a veces, esa intimidad creativa es toda la intimidad de un hombre.
Sus aportaciones a las lecturas de Yourcenar, Zweig o Aldecoa declaran que, tras el hecho estético, subsiste el valor literario de un sujeto que analiza los textos desde la racionalidad, sin replegarse al modismo de la subjetividad por la subjetividad, sin caer en ese estúpido vacío de la libre interpretación.
La creatividad de Puig radica en que, sin dejar de analizar el valor central de la obra, su contextualización o su intención original, arbitra otras interpretaciones que prueban su propia capacidad poética, la introspección de la que no puede abdicar, pues Javier es consciente de que, detrás de esos significados concretos, hay algo inefable, místico, en el libro que se trata.
Y es ahí cuando uno descubre que quizá el ensayo de Javier sea el pre-texto y el pretexto para ahondar en la poesía que guarda, para contemplar misteriosamente los entornos, su complejidad, su deriva, a través de autores y obras que sabían que el conocimiento residía no solo en la paradoja, sino también en una certeza, como escribe en su magnífico ensayo sobre Broch y La muerte de Virgilio:  (que) "La palabra nos sirve para decirnos las cosas que sabemos pero nos resultan inalcanzables conscientemente. Pero a la inversa, con las palabras, somos capaces de generar pensamientos inusitados, que no sabíamos que éramos propensos a poseer" (pág. 43)
Lo mejor de esta recopilación de ensayos es esa apuesta firme por una literatura que trasciende, que cambia los mundos, que reivindica las fortunas y desgracias de las sociedades, una literatura que le ha hecho vivir a Javier de una manera intensa su propia vida; entendiendo esa intensidad como una forma de escribir desde la serenidad y la meditación de la que muchos autores y críticos han renegado por intereses particulares. @mundiario


https://www.mundiario.com/articulo/cultura/javier-puig-humildad-conocimiento-libros-habitan/20190504120430152904.html

miércoles, 29 de mayo de 2019

Presentación de Las raíces del velo

José María Piñeiro y José Manuel Ramón

Muchísimas gracias por asistir a la presentación de este nuevo libro de José María Piñeiro: autor inquiero y polifacético, amigo querido, admirado y seguido desde que empezara a publicar poemas, aforismos y escritos varios en la revista Empireuma, así como en sus libros venidos con posterioridad.
Agradecer a Vicente Pina y al personal de la librería el que se facilite la celebración de este acto y que nos acojan con generosidad en Códex, una vez más, nuestra librería de referencia en Orihuela: ¡qué gran labor venís desarrollando!
También agradecer públicamente a José María el que me brindara la oportunidad de acompañarle en esta presentación, con la que me estreno en este tipo de lides. Podría titularse Dos tímidos muy tímidos, si de una comedia del absurdo se tratase. Pero no, no es el caso... La nuestra sería, más bien, una road movie o película de carretera, de amistad salvando los años.

Quisiera comenzar diciendo que nos encontramos ante el libro de poesía más confesional de José María Piñeiro. Las raíces del velo, metáfora de impecable factura, nos remite a la Vida con mayúscula, a su condición dual de volátil mas anclada en tierra con las firmes raíces de la experiencia. Vida en vuelo controlado cual cometa en manos, todavía infantes, del ser. Nada más hermoso y doloroso, al tiempo, que experimentar nuestra libertad bragados con los cordajes de la propia conciencia. Un libro llegado seis años después de Profano demiurgo, que hasta ahora fuera su último libro de poesía. Entre medias publicó uno de aforismos, Ars fragminis (2015) y otro de artículos y ensayos titulado Pasajes escritos (2017). Llega ahora Las raíces del velo, un libro valiente y entrañable dedicado a su madre que soñaba con jardines y bodas... Dedicatoria que nos conmueve a todos los que la conocimos y tratamos, una mujer tan vitalista, alegre y generosa. Este acto se lo dedicamos también a ella.
PREGUNTA: José María, ¿qué hay detrás de esa dedicatoria?:
Bueno, he cuidado de mi madre durante cinco años, día y noche. Por la madrugada me llamaba y me contaba sus sueños. En el último medio año, soñaba que se encontraba en un jardín, ella sola. Aquello era más inquietante que soñar meramente con bodas o con otras personas conocidas y familiares. La significación simbólica de “jardín” es la de “morada de las almas”. Es decir, que se acercaba la hora: la reclamaban desde el otro lado. Tras su fallecimiento, me acordé del diario que Barthes llevó tras la muerte de su madre. Algunas anotaciones no sólo las podría haber escrito yo, sino que las he vivido con literal amargura. Por ejemplo, Barthes escribe: “Hay mañanas tan tristes”. Así han sido las mañanas de estas Navidades pasadas.   
Biografemas, Confieso que aún no he vivido y El flâneur enardecido son las tres partes o secciones de este libro que os presentamos. Como afirmó en una entrevista realizada por Ada Soriano y ahora también aclarado en la contraportada del libro, podrían haber sido tres libros diferentes. Porque son tres partes íntimamente relacionadas entre sí y vehiculadas en pos de una búsqueda del Amor absoluto que el autor ha emprendido, y que todos íntimamente ansiamos o deberíamos ansiar, según infiero. Amor absoluto representado por la verdad y la belleza, también por la carnalidad y su crudo relato del deseo, en definitiva, por el ser humano que desbroza su esencia con esa carga de profundidad que es el arte, dirigido a estimularnos hacia otros niveles de conciencia diferentes al nuestro.

lunes, 20 de mayo de 2019

Publicación de Letras a débito de José Luis Nieto Aranda

José Luis Nieto Aranda (Madrid, 1962) inició estudios de Filología y Periodismo en la Universidad Complutense de Madrid. Ha realizado cursos de Dirección de Empresas y de Comercio exterior y un máster de Marketing. Actualmente trabaja como asesor comercial de Inversión y Seguros.
Escritor por necesidad desde temprana edad, hasta 2008 no publica su primer libro: Un tiempo de adiós. En 2011 saldría Rastros perdidos, en 2013 Diario de improvisaciones y en 2015 Cuadros sin colgar; también ha aparecido antologado en Locus amoenus (2014).  Es, pues, este Letras a débito su quinto poemario editado.

viernes, 19 de abril de 2019

Publicación de Las raíces del velo de José María Piñeiro

José María Piñeiro Gutiérrez, nació en Orihuela (Alicante) en 1963. Ha realizado cursos de Filosofía e Historia del Arte a través de la UNED. Colabora desde hace años en prensa, revistas e instituciones. Fue uno de los miembros fundadores de la revista literaria Empireuma (1985-2007).
Ha publicado plaquettes de poesía El légamo de las estrellas (1998) y de aforismos  Hilas de papiro (2000), y los libros de poesía Margen harmónico (2010) y Profano demiurgo (2013). En 2015 salió a la luz otro libro de aforismos, Ars fragminis y en 2017 uno de ensayos y artículos, Pasajes escritos. Publicamos ahora su nuevo poemario, Las raíces del velo (2019). Mantiene en internet el blog empireuma.blogspot.com

viernes, 8 de febrero de 2019

Presentación de Los libros que me habitan

José Luis Zerón y Javier Puig

UNA BIOGRAFÍA LECTORA

Javier y yo nos conocimos hace aproximadamente veinticinco años. Desde el primer encuentro surgió entre nosotros una relación especial de amistad y literatura. Desde entonces hasta hoy hemos intercambiando confidencias y reflexiones, compartido espacio en antologías, revistas y blogs y seguimos participando en numerosos empeños culturales; así que puedo decir con conocimiento de causa que me extraña mucho que Javier haya tardado tanto en publicar ese primer libro que sus amigos esperábamos desde hace tiempo, por ello este acontecimiento gozoso que celebramos aquí, en nuestra querida librería Códex, es también un acto de justicia. Enhorabuena, Javier. Ya tocaba.
            Javier Puig se ha decidido por una recopilación de cuarenta artículos referidos a la literatura, agrupados bajo un título hermoso y muy adecuado: Los libros que me habitan, en edición de la madrileña editorial Celesta que dirige Rafael González Serrano; editorial asentada que no teme apostar por escritores de calidad que publican por primera vez. Javier es un escritor polifacético y cultivado que escribe y vive con la honestidad como brújula. Su opera prima podría haber sido un libro de cuentos, una recopilación de entradas del diario que escribe desde hace años, un poemario o una recopilación de reseñas de cine (Javier es un cinéfilo impenitente), pero ha optado por una selección de textos sobre los libros “que le han motivado a escribir”, como el mismo autor subraya en el prólogo. Algo así como un canon literario inevitablemente incompleto, ya que se ha quedado fuera mucho material por falta de espacio. Estos artículos han ido apareciendo durante los últimos seis años en publicaciones digitales como La Galla Ciencia, Mundiario o Frutos del tiempo y, según confiesa el mismo autor, son lecturas “que me han producido un sentir cercano a la devoción”.
            Cuando terminé de leer Los libros que me habitan me vino a la mente la frase de François Mauriac que Federico García Lorca utilizara como título para una de sus conferencias: Dime lo que lees y te diré quién eres. También recordé el neologismo “biografema” inventado por el semiólogo Roland Barthes, quien sostenía que se puede rastrear la biografía de un autor a través de sus propios libros, pues este siempre deja en su escritura una serie de destellos biográficos que conforman algo así como “una historia pulverizada”. Digo esto porque Javier traza un autorretrato involuntario en este libro, no solo a través de los autores y libros escogidos, también por los pequeños retazos autobiográficos insertados en los textos a modo de cuña evocadora (hay recuerdos e incluso confesiones), así como por las breves opiniones y partículas críticas que contienen indicios de la visión estética del autor y de su concepción de la vida. Es por eso que no podemos leer estos textos como meras reseñas literarias, pues no lo son. La reseña literaria surgió con el auge del periodismo cultural y de alguna manera siempre ha estado vinculada a la industria del libro. Javier se desvincula por completo de la ortodoxia exigida a una reseña, pues omite en la mayoría de los textos, datos que le parecen accesorios, irrelevantes o poco sustanciales para lo que él quiere transmitir, como son el nombre de la editorial y del traductor (si el libro no está escrito en español), la fecha de edición, etc. Tampoco se pueden considerar ensayos pues no son muy extensos y carecen de referencias bibliográficas y del idiolecto especializado propio de este género literario. Me atrevo a afirmar que estos comentarios (así los llama el propio autor) pertenecen a un género mestizo, ya que surgen del acoplamiento del artículo o reseña literarias, la entrada de diario (muchos de los textos tienen su germen e incluso su desarrollo en las páginas del diario del autor) y el ensayo breve.