viernes, 21 de febrero de 2020

Reseña de Las personas del verbo


Reseña en Frutos del tiempo (15/02/2020)

Las personas del verbo (Editorial Celesta, 2020), es el último poemario de Rafael González Serrano. El enérgico caudal de su poesía irrumpe en el lector penetrándolo con su sustancia sugestivamente enunciadora, que se presenta como una apretada sucesión de imágenes inéditas, encontrando un cauce donde verterse seguro, sin accidentes de ritmo, desbordante de ideas que transgreden el mero pensamiento, encumbrándolo hasta las más arriesgadas exploraciones. Allí, en aquellos terrenos, el paralelismo de la realidad parece inasible. Los versos del poeta asumen el logro de una mirada muy singular, una perspectiva única, un arranque de potente luz que brota en la puntual incidencia de lo insoslayable. Es la búsqueda de una descripción que rebase la inflexible compartimentación de los conceptos, la manida y preceptiva explicación de lo extraño.
La poesía de Rafael González valientemente se presenta desasida de ostensibles narraciones que pudieran aflojar la tensión que impone a sus versos, hechos de rigurosos vislumbres, de presentimientos que llaman a los recovecos de lo más propio. Su cadencia se instala en una celebrante imaginación, en una orgía de la continua metáfora que no aspira a la exacta correspondencia sino a una certera pulsación de lo concerniente. Y es que esta voz se asienta en el ámbito de la palabra, en su pequeño universo dispuesto a una perpetua expansión creativa: “La palabra me buscaba / entre sus sílabas / con la persistencia y el afán / del explorador de acentos, / para saber si era / un devoto del verbo. / Pero había desertado / hacía tiempo / al lugar / carente de signos”.
El poema crea un paisaje imprevisto, una sucesión de voces que marcan el territorio del sentimiento: “Me persigo por ensenadas / de perfumes muertos, / por laberintos donde / los soles nacen al ocaso…atravesando inconsciente / pasillos de gasa negra, / para acabar retornando / a la orilla de mi máscara”. Son las nuevas sensaciones, o las viejas recuperadas de su postergación en lo oscuro. Es el dúctil camino de la palabra: “Buscamos en el verbo / fervores de imágenes / y esqueletos de metáforas, / en un laberinto de sospechas”.
Nos hallamos ante una poesía extremadamente alejada de lo prosaico, que se esfuerza en fundar un nuevo aliento del lenguaje. Lo inédito es aquí un camino abandonado al que se nos invita a entrar y en el que nos sentimos sorprendidos por una nueva enunciación de laberintos. No son poemas que estén escritos para una superficial atención. Si su música y su poco definida sugerencia suenan muy bien desde el principio, su superior riqueza solo se capta —o se atisba— en una o varias lecturas detenidas. No hay demasiadas pistas sino sutiles descripciones de lo realmente imaginado.
La primera parte del poemario, Desanudando el yo, nos introduce en las variables de la propia personalidad. De esta parte, destacaría el poema (ninguno tiene título) que se inicia con los versos: “Yo salí de mi patria / hace ya siglos, / y conté a los hombres / lo oscuro de la sintaxis / y el engaño de la palabra”. Y finaliza, en ese ejercicio de introspección, adherido al lenguaje, porque la palabra es, al fin y al cabo, la herramienta que sustancia nuestro pensamiento, el intento de aprehensión de la mirada primigenia, la forma que tenemos de interactuar con el mundo: “Al final no quise ver / a nadie, comí / de la flor del loto, bebí / de la fuente de la amnesia, / y me dispuse a enfrentarme / a mi mirada. / Aunque, a cada intento, / aparto el rostro de mí”.
En la segunda parte, Tu pacto con la letra, hay una indagación propia a través del “tú”: “Tú no eres tú / sin enfrentarte al espejo de los otros, / en el borde de un océano / de planetas / que giran sobre el eje / de una mirada indiferente”. Es un “tú” que sería la contemplación del “yo” caído, aparecido en el mundo: “Inventas una ventana / cada vez que miras el cielo / para poder enmarcar / la ciudad de los dioses, / y poner un poco de mirada / —de pupila y de calor— / en su cruel indiferencia”.
En Acecha su pronombre, el poeta se interna en aquello que no tiene un sujeto preciso, o no es algo personal sino a veces una indefinida presencia oscuramente ominosa: “Llegó como un puñal / que rasgase la túnica / de un consuelo inerte, / que hiriese la piel / de la imposible queja, / haciendo del aullido / la razón del firmamento”.
Coral de acercamientos / Plural de incertidumbres, es el último apartado del libro y el que contiene unos poemas cuya voz parece situarse en una exterioridad del presente, desde la que se divisan las acciones claudicadas, y revelan el sustento que transparenta las conexiones con el irreductible secreto, con la recíproca clandestinidad. “Adelgazar el verso / hasta que ellos no sepan / dónde nos escondemos / o si vosotros  nos / habéis acogido en el exilio”. Y es que hay una sensación de posición indefensa ante las abrumadoras fuerzas de lo fatalmente gregario: “Llegarán para quedarse / entre ceremonias de dominio / y atlas huérfanos  de meridianos; serán aclamados por la ofrenda / de la piedra desnuda de sal / y estómagos ahítos de banderas”.
Las personas del verbo es un libro poderoso, profundo, que crece con cada relectura. Cada imagen es un fogonazo que nos alcanza en el centro de nuestra sensibilidad, nos impacta haciéndonos sentir invitados a unas estancias en las que queda arrasado el melifluo discurso cotidiano y se alzan nuevos enclaves para la irreverente verdad.  “Queremos salvarnos con las palabras / que nombren la desdicha del silencio / y que abran la puerta del secreto”.
Javier Puig

domingo, 16 de febrero de 2020

Reseña de Miradas de cine


Reseña en empireuma (3/02/2020)

El cine es la vida. Ha llegado a serlo, tras aparecer, equívocamente, en el horizonte de la historia como un mero invento, como un sorprendente artilugio capaz de representar imágenes en movimiento, tal y como estaba persiguiendo, experimentalmente, el hombre desde las últimas décadas del XIX. Es por ello que el cine es el ejemplo más notorio de alianza entre la tecnología y el arte, pues su producto –el film– se ha convertido en la forma narrativa por excelencia.
El cine es la memoria del hombre, tal y como lo son los poemas homéricos sobre los orígenes  mitológicos. Y si el cine es la vida, el registro que pretenda hablar de él de un modo más o menos profesional, más o menos crítico, tendrá que ser, en principio, tan poco dependiente de tendencias o modelos como generoso en sus consideraciones.
Por mucho que podamos referirnos a la autoridad de las Academias de cine, a los análisis semióticos de los textos fílmicos, a las últimas derivaciones de la reflexión filosófica aplicada al desciframiento de las imágenes sucesivas tal y como ya hiciera Guilles Deleuze, el cine requiere, sobre todo, una mirada como la que el propio cine articula: multidireccional y humana, simbolizante y descriptiva, cualitativa, sobre todo con respecto a cualquier azar o detalle que resulte significativo en el desarrollo narrativo, y por lo tanto abierta a lo que la fábula cinematográfica pretenda decirnos de los destinos del alma humana.  El cine y  la vida: quién copia a quién resulta, al final, baladí, aunque la interpretación más sorprendente y misteriosa pueda ser la de  que es la vida o la naturaleza la que copia al arte, y no al revés.
Digo todo esto porque el comentario, más que el análisis, que  Javier Puig va exponiendo en esta selección de películas, visionadas repetidamente y con pasión, resulta tan mesurado como preciso, al no depender de otra técnica crítica que la que propician los propios sentidos alertas en la recepción del film.
Precisamente esa semejanza entre el cine y la vida, hace que la significación última de toda película no dependa de los balances de hermenéuticas o semióticas diseñadas para tal discurso, lo cual facilita que cualquier buen espectador pueda realizar exámenes tan válidos como sorpresivos. En este caso el buen criterio de Javier Puig y su capacidad descriptiva, nos introduce en el decurso profundo de la película en cuestión, haciéndonosla ver por primea vez o estimulando en nosotros el deseo de verla de nuevo. 
La bibliografía sobre cine no exime, independientemente de sus atributos intelectuales, de cierto glamour. Esta obra de Javier, que es la selección de una serie de comentarios sobre cine publicados en la red, no sé si cumple con este requisito, pero sí que se suma a lo más distinguido e ilustrativo que, al menos, por estos lares, se ha publicado sobre el Séptimo Arte.
El cine consiste en contar historias. Y Javier Puig, al comentar las películas que ha visto, también nos cuenta y nos describe lo que ha visto. Aquí la emoción nos muestra que Javier tiende a posicionarse en el disfrute entrañable, es decir, consciente, de la película –como tiene que ser, diría yo– sin que tal posición disperse o determine la perspectiva de esa mirada fílmica sobre la que se arroja, a su vez, la mirada de nuestro amigo, pues el cine es también filmación de atmósferas, en la que todo –contaste fotográfico, duración de secuencias, impacto del sonido– contribuyen a tal expresión ambiental.
Creo que, en definitiva, a lo que este libro de Javier Puig invita es a que sigamos disfrutando, aprendiendo con el cine. Su experiencia catártica consiste, fundamentalmente, en estas dos cosas. 
El libro, publicado por la editorial madrileña Celesta, se presentó en la librería Códex de Orihuela el día 30 de enero pasado.
José María Piñeiro

viernes, 14 de febrero de 2020

Reseña de Miradas de cine

Reseña en Mundiario (5-02-2020)

El pasado 30 de enero se presentó en la librería Códex de Orihuela el segundo libro de Javier Puig, "Miradas de Cine", editado por la madrileña editorial Celesta. Si en Los Libros que me habitan, opera prima editada también bajo el sello Celesta, Puig reunía 40 reseñas literarias, este volumen recoge una selección de 41 artículos de la amplia producción de textos del autor inspirados en películas y que han ido apareciendo en diversos medios digitales.
Algunos de ellos han formado parte de una serie titulada Diario de un cinéfilo, insertada en el blog Frutos del tiempo. Otros artículos de Miradas de Cine fueron incluidos en la desaparecida web de la revista La Galla Ciencia, en su sección de Literatura y Cine. Los puentes de Madison, Sonata de Otoño, Ordet, Gertrud, Stalker, La strada, la trilogía de El Padrino, Muerte en Venecia, Tristana, El abuelo, Johnny cogió su fusil y Doctor Zhivago son algunas de las películas analizadas por Javier Puig, colaborador habitual de Mundiario.
Se llenó el aforo de la librería Códex con la presencia de escritores, artistas y amantes del cine. La poeta María Engracia Sigüenza inició el acto con la lectura de un texto muy atinado. Para la escritora oriolana, Miradas de Cine: "es una declaración de amor al séptimo arte; una reivindicación del cine como herramienta de aprendizaje, de autoconocimiento, y como expresión artística capaz de turbar, pero también de consolar". Considera asimismo que "es un sugerente título, abierto a un juego de espejos, al caleidoscopio que podemos encontrar cuando nos sumergimos en una película".
"Por una parte, las miradas de los cineastas que cobran vida en el libro (Chaplin, Coppola, Bergman, Buñuel, Dreyer, Hanecke, Kazan, kiéslowski, Kore-eda, Visconti o Tarkovski, entre otros), nos regalan con sus obras su visión del mundo, tienen algo que contar y saben hacerlo con un estilo propio, convirtiéndose en creadores, en artistas; por otra, la mirada de Javier, su manera de analizar las imágenes fílmicas, de desentrañar las historias reviviéndolas, dibujando a través de las palabras todo un mundo de sentimientos, de peripecias vitales que hace suyas, y que comparte con nosotros dejándonos penetrar al otro lado del espejo, actuando de mediador entre el espectador y la obra cinematográfica; y por último, el título apela también a nuestra mirada, y en última instancia, a la de la película recreada que parece tener vida propia y mirar en nuestro interior. Y puesto que el cine es el arte de la mirada, el libro nos invita también a educarla, nos ayuda a descifrar la riqueza y complejidad del lenguaje cinematográfico para poder disfrutarlo en todo su esplendor."
Para Sigüenza, el lenguaje de Puig : "es preciso y rico en matices, y está siempre al servicio de una exquisita sensibilidad y de una gran penetración psicológica. Es por ello que nuestro autor consigue el milagro de aunar la sencillez y la hondura, la disertación amena, no exenta de erudición y la subjetividad de la pasión, porque nunca pretende ejercer de crítico, ni sentar cátedra, sino compartir con nosotros sus descubrimientos, sus reflexiones sobre unas obras que admira; obras que indagan en la naturaleza humana a través de los dilemas y las tribulaciones de unos personajes que percibimos cercanos por muy lejos que nos encontremos de ellos".
La presentadora destacó, además, que en este libro: "No se puede describir mejor lo que una obra de arte nos puede hacer sentir. Fotogramas de literatura. La magia de las palabras al servicio de la magia del cine".
A continuación, María Engracia Sigüenza mantuvo una amena y enriquecedora conversación con el autor, durante la cual se habló de cómo se originó la pasión cinéfila de los interlocutores, de la relación y la distancia que hay entre cine y literatura y acerca de la gestación del libro. Javier Puig lanzó está reflexión (que también recoge en el texto que él mismo escribe como prólogo de su libro): "De la misma manera que existen  numerosísimas traslaciones de novelas al cine, siempre he pensado que bien podría existir lo contrario. Hace bastantes años, me llamó la atención una colección que se vendía en los kioscos y que estaba formada por novelas inspiradas en películas. Pero esta fue la única excepción que recuerdo. Sin embargo, sí que se han escrito numerosos ensayos sobre el cine; incluso existen algunos relatos en los que hay una importantísimo protagonismo de algún mito de la pantalla grande". En cuanto a la selección de los artículos de Miradas de Cine, aclaró el autor que "cuando escribo sobre literatura no siempre escojo necesariamente las películas más perfectas, sino aquellas que activan en mí esa, a menudo, secuestrada sensibilidad cuyo retorno siempre espero".
María Engracia Sigüenza y Javier Puig conversaron con serenidad, complicidad, desparpajo poético y sentido del humor. El público participó en un coloquio que se prolongó durante más de un cuarto de hora.
 Ada Soriano

miércoles, 12 de febrero de 2020

Publicación de Las personas del verbo de Rafael González Serrano


Rafael González Serrano nació en Madrid, ciudad donde realizó sus estudios universitarios. Aparte de su actividad docente, ha escrito poesía, novela, artículos sobre obras de poetas del siglo XX (habiendo traducido a algunos); además, desde hace unos años, se dedica a la edición de textos de creación literaria.
Ha publicado los siguientes poemarios: Presencias figuradas (2006), Manual de fingimientos (2008), Insistir en la noche (2010), Mapa del laberinto (2011), Fragmentos de la llama (2014), Leves alas al vuelo (2015) y Cruzar puertas traseras (2017). Las personas del verbo es su nuevo libro de poemas. Es autor de la novela Siempre la feria (2012). También ha traducido a Valéry y Mallarmé, y editado a Quevedo. Tiene el blog sobre poesía De turbio en claro.

martes, 4 de febrero de 2020

Presentación de Miradas de cine de Javier Puig

Mª Engracia Sigüenza y Javier Puig

Andrei Tarkovski en su ensayo Esculpir en el tiempo afirma: “El arte y la ciencia son formas de apropiarse del mundo, formas de conocimiento hacia la verdad absoluta”. Y la escritora Lola López Mondéjar, en su libro El factor Manchausen: psicoanálisis y creatividad, nos dice: “Sin el arte, sin la obra de los artistas el mundo no sería soportable”.
Estas y otras reflexiones me han venido a la cabeza mientras disfrutaba del libro que nos ocupa; porque este es, a mi juicio, una declaración de amor al séptimo arte; una reivindicación del cine como herramienta de aprendizaje, de autoconocimiento, y como expresión artística capaz de turbar, pero también de consolar.
Miradas de cine me parece además un sugerente título, abierto a un juego de espejos, al caleidoscopio que podemos encontrar cuando nos sumergimos en una película. Por una parte, las miradas de los cineastas que cobran vida en el libro (Chaplin, Coppola, Bergman, Buñuel, Dreyer, Hanecke, Kazan, kieslowski, Kore-eda, Visconte o el mencionado Tarkovski, entre otros): ellos nos regalan con sus obras su visión del mundo, tienen algo que contar y saben hacerlo con un estilo propio convirtiéndose así en creadores, en artistas; por otra parte, la mirada de Javier, su manera de analizar las imágenes fílmicas, de desentrañar las historias reviviéndolas, dibujando a través de las palabras todo un mundo de sentimientos, de peripecias vitales que hace suyas, y que comparte con nosotros dejándonos penetrar al otro lado del espejo, actuando de mediador entre el espectador y la obra cinematográfica; y por último, el título apela también a nuestra mirada, y en última instancia, a la de la película recreada que parece tener vida propia y mirar en nuestro interior. Y puesto que el cine es el arte de la mirada, el libro nos invita también a educarla, nos ayuda a descifrar la riqueza y complejidad del lenguaje cinematográfico para poder disfrutarlo en todo su esplendor.
Con una prosa elegante y pausada, llena de ritmo interior, el autor va analizando las películas, contagiándonos el amor que siente hacia ellas. Nos allana el camino, y de su mano accedemos a ellas sin huir del dolor, de la incertidumbre, del miedo o la turbación que puedan provocarnos. Porque la fuerza del arte, ese que nos transciende, ese que es intemporal o más bien eterno, no evita ningún sentimiento humano, sino que indaga en ellos, quiere comprenderlos haciendo suyas las palabras de Sócrates cuando dijo que “El mayor de todos los misterios es el hombre”.
Cine envolvente el que explora este libro, y lo hace con palabras envolventes.
El lenguaje que utiliza Javier es preciso y rico en matices, y está siempre al servicio de una exquisita sensibilidad y de una gran penetración psicológica. Es por ello que nuestro autor consigue el milagro de aunar la sencillez y la hondura, la disertación amena, no exenta de erudición y la subjetividad de la pasión, porque nunca pretende ejercer de crítico, ni sentar cátedra, sino compartir con nosotros sus descubrimientos, sus reflexiones sobre unas obras que admira; obras que indagan en la naturaleza humana a través de los dilemas y las tribulaciones de unos personajes que percibimos cercanos por muy lejos que nos encontremos de ellos.
De esta manera, el autor nos hace sentir, ver y oír unas historias que poco a poco penetran en nuestro interior convirtiéndose en una sinfonía de imágenes. Y digo sentir, porque en la médula de estos artículos late una filosofía humanista que nos insta a mirar de la manera más profunda posible.
Javier nos recuerda que cada una de estas miradas de cine pretende alcanzar la universalidad, que sus creadores parten de una realidad concreta para alzarse por encima de ella y hacernos entender un poco mejor la compleja diversidad que nos rodea; partiendo de otras vidas nos ayudan a entender la Vida con mayúscula.
Son historias que no pueden dejarnos indiferentes, a poco que nos preocupen nuestros semejantes y nuestra propia condición humana. Porque cada una de ellas nos abre los ojos a la belleza y a la fealdad del mundo, al mismo tiempo que nos interpela, que nos obliga a mirar en nuestro interior, a pensar en nuestras contradicciones, en nuestra conciencia y en nuestra responsabilidad ética como sujetos históricos.
Así, en estas notables películas que, en su mayoría, forman parte del imaginario colectivo de quienes amamos el cine, se tratan las relaciones familiares desde sus múltiples ángulos, se disecciona el amor, el devastador paso del tiempo, la búsqueda de las utopías, los sueños y su difícil encaje en la vida diaria, la lucha de clases, la justicia y su antítesis, la hipocresía, la maldad,  la inocencia y la bondad, y también la sociopatía y la violencia en algunas de sus más terribles manifestaciones, y hasta el sentimiento filosófico, metafísico y cósmico que nos embarga, como seres inmersos en un universo inabarcable que siempre intentamos descifrar.
La parte final del libro es un interesante análisis sobre las íntimas conexiones que existen entre el cine y la literatura. Y es que uno y otro, como bien nos explica el autor, aunque utilicen lenguajes diferentes, se necesitan, se vampirizan mutuamente.
La literatura construye imágenes en nuestra mente, y el cine escribe con imágenes, pero ambos parten del lenguaje, de la necesidad de comunicar, de contar historias. Y ambos nos permiten viajar a lugares desconocidos, nos invitan a vivir aventuras, a multiplicarnos poniéndonos en la piel de personas muy diferentes a nosotros; ambos ensanchan nuestra mirada y nuestra humanidad haciéndonos desarrollar, en definitiva, algo tan necesario para convivir como la empatía. Y, por supuesto, no podemos olvidar la capacidad que tienen de hacernos soñar, de hacernos sentir que el tiempo se expande. Ese quizá sea el poder terapéutico del arte.
Hay en este libro recomendaciones que abarcan distintos géneros, estilos, temáticas y épocas. Y todas ellas nos entretienen de la mejor de las maneras: haciéndonos aprender. Y es que un buen libro siempre es un antídoto contra el aburrimiento, una promesa de consuelo, de evasión enriquecedora, y si además es un buen libro sobre ese universo deslumbrante llamado séptimo arte, el gozo está asegurado.
Este es un libro que se saborea, que provoca un sosegado deleite, que nos mantiene absortos, mientras nos sumerge en cada una de las historias que desgrana con profundidad y delicadeza, y eso en nuestro mundo actual donde prima la rapidez, la superficialidad y la dispersión es todo un lujo.
Y parafraseando las palabras de Javier en el artículo titulado “Doble muerte en Venecia”, si Visconti se apoya en Mann y en Mahler para construir una película hermosa, una obra que logra su razón de ser, nosotros podemos afirmar que en estas Miradas de cine nuestro autor se apoya en un puñado de obras de arte para construir un libro muy recomendable, una obra literaria con entidad propia.
Termino mencionando un extracto del artículo “Extraños en un tren”, donde, con un lenguaje que roza la poesía, el autor nos explica  el efecto que puede provocar el arte del maestro Alfred Hitchcock: Se apodera de nuestras emociones y nos aproxima peligrosamente a lo invivible. Cuando, ya al final, nos libera de esa prolongada turbación, aterrizamos, trastocados aún, en nuestra serena realidad, en nuestra vida lenta, con sus constantes preguntas y sus sigilosas amenazas.
No se puede describir mejor lo que una obra de arte nos puede hacer sentir.
Fotogramas de literatura. La magia de las palabras al servicio de la magia del cine. 
Mª Engracia Sigüenza Pacheco


Vista de la abarrotada librería Codex