jueves, 12 de diciembre de 2013

Acto de presentación de Errática textura


Rafael González, Jorge Sánchez y Eduardo Prieto

Existe una opinión generalizada en círculos indecorosamente frívolos y grandes amantes de la ignorancia, que trivializa la creación poética; que consideran la poesía un lujo innecesario; en el mejor de los casos, un bien innecesario.
Craso error. Solo imaginar esta infecta y desafectada sociedad occidental sin poesía ni música, resulta terrorífico. Y si a alguien no le asusta es, simplemente, porque no lo ha imaginado bien. Pero tampoco os recomiendo que os pongáis en situación, porque el resultado, os aseguro, sería sumamente desagradable.
Y esa corriente castradora nos demuestra que “el cerebro de los necios transforma la filosofía en tontería, la ciencia en superstición y el arte en pedantería”. Que diría G. Bernad Shaw.
Incluso dentro de nuestras propias filas hay elementos desestabilizadores. En su poema “Todas las palabras”, Charles Bukowski, nos dice: “...Las palabras de los demás escritores me sirven de poco, de modo que ¿por qué habrían de ser las mías especiales? (...) No me gusta lo que somos y nunca me gustó, ¿hay algo peor que una criatura que sólo vive para escribir poesía?”. Hemos de entender ésto como producto de una depresión etílica del autor. En cualquier caso, a él no le separó este pensamiento de la poesía. A nosotros tampoco va a hacerlo. Pero, ahí lo dejo, para que reflexionéis sobre ello.
Y, al hilo de la vía húmeda del etileno, sabréis, y si no lo sabéis, ya os lo digo yo, que, además de una hernia de hiato, -bueno, concretamente dos, la suya y la mía- además de ello, a Jorge y a mi, nos une una inconfesable, -tan inconfesable que ya veis lo que he tardado en confesarlo- admiración por los clásicos. Ésto no significa que nos sirvamos de plumas de oca para escribir, ni que utilicemos ordenador a pedales. En todo caso, que agarremos algún pedal antes de ponernos al ordenador: consecuencias de la vida tabernaria.
Y esta familiaridad con los clásicos, nos lleva a una visión diáfana del tiempo, donde el pasado remoto se muestra más cercano que el futuro a corto plazo. Toda la historia es un instante, del que nos nutrimos los que ejercemos el, tan ingrato como agradecido, oficio de juntar palabras. “Porque siento que el tiempo es una piedra de chispa, herida por el eslabón de mis deseos cumplidos.”, nos dice el autor en un pasaje de esta errática textura.
También dice: “Doy gracias al ocaso y a la lluvia por endulzar mi viaje y mis desgracias.” En este viaje por la tinta y las palabras, acostumbrados, como estamos, a negociar con la memoria; a negociar con el tiempo, en un acuerdo de confidencialidad, en el que la memoria nos concede un pedazo de historia, de nuestra historia; y nosotros nos comprometemos a ser discretos con lo superfluo, lo perfectamente olvidable.
El espacio vital de Jorge, está habitado por “universos tan pequeños que no me asusta pensar con la piel encendida”. Donde busca, infatigable, “la forma más humana de un encuentro”. Un encuentro accidentado en el que “hablar juntos sería rebañar la memoria con la lengua sombría que secuestra los siglos”.
En el pecho del autor “la respiración es un coro de gaviotas, presidido por la cara interna de los muslos”. “Mi lengua -dice- es la salida de emergencia de manojos de versos que tratan de llegar al autobús sin puerta de salida.” Nos habla de la fragilidad de nuestro lugar en el tiempo cuando nos recuerda que “somos de arcilla y de viento, un pasaje escondido en un papiro rasgado”. Que, de tan dúctil material estamos hechos, que “el poema estampa el molde de su pesada bota en nuestra arena”.
Como esos carros de bebidas, grandes, que parecen botelleros, y tienen dos enormes ruedas de tiro y dos diminutas delanteras, que avanzan sobre el terreno con la seguridad de un coche alemán; con la firmeza de una convicción irrefutable, con el aplomo de una decisión inexorable.
Así, algunos versificadores afrontan el deber de la palabra, concepto con el que se disfraza la necesidad de ella, y de utilizarla como vehículo rodado de la emoción; pero no sin pasar, previamente, por el laboratorio que, desconfiado, se oculta en el profundo lago de la reflexión. Nos dice Jorge: “Rumiamos las ideas y palabras, tragamos la saliva como asesinos que mienten y se muerden los labios”. Y con una mueca de ironía -deberíamos añadir- de quien se sabe gladiador curtido en heridas sin cicatrices, en un circo sembrado de leones con hambre atrasada, con hambre de verso, cuando se enfrenta a esa hoja desierta que produce vértigo.
Aunque se piense lo contrario muchas veces -pues es éste país de malpensantes- se suele escribir, no siempre, sin más ambición que satisfacer la apremiante necesidad de hacerlo. Sin embargo, no sería justo que la belleza del trabajo individual, quedase oculta bajo la hojarasca de la multitud y los años. Por ello, no quiero despedir este farragoso monólogo sin mostrar un deseo: que la benevolencia de las Horas y el concurso de las Musas más complacientes, nos excluyan de la lista de “heraldos de las sílabas que acaban en el cubo de los siglos”, verso este último, del autor que nos ocupa.

 Eduardo Prieto

domingo, 27 de octubre de 2013

Acto de presentación de El sonambulista

Rafael González, José Miguel Urbano y Jesús Urceloy
Celebración de José Urbano
  
Quizás no hayamos nacido para la angustia, quizá el acto de viajar sea una trampa con la que, ciertos en el embozo, trascurramos la noche que hace trizas los blancos días. El poeta, disfrazado con las ropas del sonambulista, recorre el globo sobre las ciertas líneas de los meridianos, a merced de los vientos alisios, con la seguridad de que, al abrir los ojos, sentiría en su cuerpo los golpes de los paralelos y el latigazo siempre preciso de las noches vividas entre cigarrillos y amigos escoceses. José Urbano sabe, por ejemplo, que para desear algo, lo que sea, un tema de Part, el sonido de las mitocondrias, la calle de la Amnistía, basta con alejarse del objeto y bailar desnudo con la sensualidad del bebedor de sueños.
Cuando menos te lo esperas conoces al poeta. Llegó José un día oscuro, de esos que anuncian frío y bufandas, en la compañía de una dama lírica y bienhechora.  Hablaba de humo y borracheras, de viajes por la altura de la verde Albión, hablaba de cabelleras, sexo, patios de armas. Hablaba con el idioma imperfecto de la desesperación: una angustia que su mirada convertiría, día tras día, en trazos, espinas, cuerpos y mucho swing. ¡Quien fuera a decir ese cuerpo de poeta, bailón y cadente, la línea de la amabilidad y la entereza! Los que hemos sido testigos de ese silabeo, de ese ligero movimiento consensuado en los pies, aún soñamos la posibilidad de que este mundo tenga algún remedio.
La poesía y José Urbano son, desde entonces, sinónimos. Ha conocido el abrazo de las palabras y sabe de mujeres. Ha conocido los rasgos bien definidos de la soledad y sabe ponerle rostro al vendedor de envidia. Ha conocido que ser libre implica retroceder hasta el saludo, para saber encadenarse a otro. Aunque no haya nadie tras la puerta, aunque hayan de ponerles trabas al conocimiento de nuestra juventud.
José Urbano viaja para conocer lo que ha dejado atrás. Viaja para volver. Por las noches, en el duermevela de las calles, viste su desnudez con la elegancia del anonimato y sin arneses ni barras, palancas o paracaídas, ronda de casa en casa, de persona en persona, de aliento en aliento, nuestra vigilia de eternos perdedores. Sonambulista. Caminando en la cuerda imaginaria de un hilo de luz.
Jesús Urceloy



La abarrotada Sala Trovador pudo disfrutar los emocionados versos de José Miguel

miércoles, 9 de octubre de 2013

Publicación de El sonambulista de Jose Miguel Urbano Andrés


Jose Miguel Urbano Andrés nace en Madrid en 1974. Realiza estudios de Derecho en dicha ciudad. Adquiere la condición de funcionario, y entre 2004 y 2007 reside en varias ciudades españolas cuyo nexo común es el mar; retorna a la capital, donde reside. Ha participado en varios talleres literarios.
Ha publicado la plaquette Presagios y se han incluido poemas suyos en las siguientes antologías: Manos a la obra (2008-2010), Manos a la obra, dos (2010-2011) y Libertad tras las rejas. El sonambulista es su primer poemario extenso. Colaboró con poemas en la revista Depaso, y ha participado en recitales y actos poéticos. Mantiene un blog en internet cuyo nombre es untejadoadosaguas.

viernes, 26 de julio de 2013

Publicación de Residencia en la esfinge de Manuel Arduino Pavón

 
 
Manuel Arduino Pavón (Montevideo, 1955) realiza estudios universitarios de Literatura en Uruguay, y posteriormente de Teosofía. Ha sido bibliotecario, guionista, conferenciante, y ha dictado cursos e intervenido en programas radiofónicos. En la actualidad reside en Buenos Aires.
Entre sus poemarios están: Diario de un refugiado (2008), Conjuntos y conjuros (2010), Ave Celdario (2010), La curvatura del espacio (2012), Abreviario (2012), La Vía Dorada (2012), Ostracismo, derrumbe y sed (2012) y Deseo y Quebranto (2012). Es autor también de novelas como La iniciación en el sendero del escarabajo (2009) o Monstruos (2010), o de numerosos libros de relatos (desde su inicial 200 Palestinas para un músculo, 1975, hasta Casas tomadas, aves migrantes de 2013). Así mismo, ha publicado diversos libros de aforismos, reflexiones y ensayos.

viernes, 5 de julio de 2013

Publicación de Puella mea de Edward Estlin Cummings

 
 
Edward Estlin Cummings nació en Cambridge, Massachusetts, en 1894. Estudió en la Universidad de Harvard, licenciándose en lenguas inglesa y clásica, y obteniendo el master en 1916.  En 1917 se alista en un cuerpo de ambulancias para ir a  Europa. Fue acusado de espionaje y detenido en un campo tres meses. Liberado, pasará luego seis meses de reclutamiento en Massachusetts.
En 1919 reanuda su relación con Elaine Orr, con quien no se casará hasta  1924. Vuelve a Paris en 1920 donde permanecerá dos años. En la década de los veinte viaja además por varios países europeos, norte de África y Méjico, y comienza a publicar libros. En 1931 viaja a la Unión Soviética, de donde vuelve decepcionado. Al año siguiente une su vida a Marion Morehouse, que será su compañera hasta su muerte, acaecida en Madison, New Hampshire, en 1962.
Escribió poemarios como Tulpis and Chimneys , XLI Poems, And, Is 5, W, No thanks, 1/20, 1x1, Xaipe, 95 Poems, 73 Poems, etc. Libros en prosa como The Enormous Room y Eimi; obras de teatro: Him, Tom, Anthropos y Santa Claus; o un libro recopilatorio de ensayos, I : six nonlectures.

miércoles, 5 de junio de 2013

Presentación de Diario de improvisaciones


Rafael González, José Luis Nieto y Francisco Caro
En alguno de aquellos jueves florentinos del siglo XIV, en aquellas horas primeras de la tarde, cuenta Massimo Novello que Boccaccio de Certaldo  les dijo que el trabajo del poeta semeja al de un arqueólogo, ya que el libro de la vida fue destruido por los dioses en multitud de pedazos, que fue Hermes el encargado de repartir los fragmentos (aprovechando vendavales) por caminos y arroyos, por bosques y marinas; que desde entonces los hombres intentan recopilar retazos, palabras, con que reconstruirlo. Que algunos no cesan en esa labor, y se llaman a sí mismos, o son llamados, poetas, y que a pesar que cada pieza significa algo distinto para cada uno de ellos, en ocasiones parecen encontrar sentido a lo que con afán recomponen y a eso le llaman verdad, o le llaman belleza, o le llaman poemas. Tal es la maravilla, tal la imposible e inalcanzable tarea que los dioses dejaron, nos dejaron, y que ha encandilado y encandila a gentes de cualquier latitud.
También sucede que en estas tardes madrileñas de principios del siglo XXI, hay gentes que siguen la tarea, bien bajo el olivo sacro, bien a través de los cristales que doman las oficinas. Y como esa búsqueda no está exenta de dificultades, o de extravíos, deciden anotar en papeles electrónicos los miedos, los obstáculos, las contradicciones de tal búsqueda. Y optan por hacerlo público, por contarlo a los demás. O sea, fijar las cuartillas con chinchetas a la pantalla universal que es un blog. Tal es el caso de José Luis Nieto Aranda, poeta a tiempo real, compañero de búsquedas, quiero decir rastreador de sorpresas y emociones, reconstructor. José Luis mantiene, como bien sabéis, abierto a nuestros ojos un mural con el título de Diario de improvisaciones. Dietario íntimo, casi diario. ¿Dietario? ¿diario? No es el caso detenernos en las escolásticas diferencias entre ambos términos. Y que, por si a alguien le interesa, se refieren a la influencia que las provocaciones exteriores tienen en su génesis, al origen de los textos y a su voluntad de publicidad. Llámese como se llame. Dietario o Diario, digamos pronto que José Luis, cuando lo escribe, escribe de él, de su persona, escribe porque le es necesario, y escribe de poesía.
Escribir poesía significa cruzar los bosques, no temer a las fieras, que dijo el de Yepes,  sentir, imaginar rincones en esquinas, nubes tras cada nube… caminar desde lo concreto a lo abstracto cada mañana, y cada tarde regresar por la inducción hacia la exactitud que nos duele. Andar pausadamente el filo y la humildad de lo no hallado. Así ha logrado José Luis reconstruir poemas, atendiendo a los síntomas que muestra la realidad, su realidad. No para curar, no para informar, no para lograr comprender lo que le pasa sino para hablar con aquello que le ocurre y jamás le abandona. En esta labor se sabe frágil, en sabida deriva, un pequeño objeto de cristal entre urbanas multitudes. Tal vez por eso decidió un 22 de mayo de 2009 refundarse en ese alter ego que llama Boris Lubernieff.
José Luis ha querido fijar en el texto que abre el libro el retrato de Boris Lubernieff, su retrato, un retrato expresionista a la manera de  Kirchner o  Kokoschka, paisaje de trazos fuertes, distorsionados, certeros, de forzados colores y con la luz desierta. Luego en los siguientes textos del libro que nos ocupa, que hoy presentamos, nos ofrece el escenario sentimental que guarda, ilumina y protege su intención. Dicen que además del lenguaje, son el paisaje y el hombre quienes hacen al poeta.  Y su curiosidad intelectual. Quienes esto afirman pueden tomar a Diario de improvisaciones como paradigma para la defensa de tal afirmación. Con su lectura he recordado los versos de otro José Luis, de José Luis Hidalgo  “Soy el poeta. Me pregunto: / ¿qué es lo que anoche sentí arder”. Porque creo que es lo mismo que debe haberse preguntado el hombre llamado José Luis Nieto antes de cada entrega. Textos que no pueden haber sido escrito sin esa tensión existencial, sin esos desasosiegos que aspiran -tras haberse visto fuego, turbia caniza- a su reconstrucción para poder ser reconocidos. Una hora, un viaje, un lugar, una acción, ellos, la soledad, una fotografía, la certeza segura de la noche, la presentida ruptura, inexplicada,... el rostro niño de una hija, un temblor en la mano de la madre. Cualquier sensación, cualquier destello, abre cualquiera o todas las posibilidades a su voz.  Voz de vientre que no es sino advertencia.
Advierte A. Céspedes que no se debe salir de la poesía indemne, estoy con él, pero leyendo este Diario de improvisaciones puedo decir que no es posible entrar en ella sin saber del daño. ¿Qué impoluto, qué estéril, puede crear auténtica poesía? Tal vez ni siquiera sea posible transitarla sin haber sido sacudido antes por todo aquello que la vida tiene de hija de la gran puta, por todo lo que tiene de señuelo, de canción de sirena, de mazo y látigo, de río de misterios que nos incita a contar mientras escépticamente se vadea.
José Luis Nieto intuye: Boris, su heterónimo, sabe todo esto. Desde tiempo. Y por eso espera en todo cuanto tiene el día de himno o de afán agresor, de excitación salvaje o vituperio, de bandera rizada o de abandono. Y advierte que cada instante de vida hallado está teñido de futura inquietud, de la posibilidad de que tal situación carezca de firmeza y que lo construido sobre ello sea la profecía de otro derrumbe. Y es entonces cuando cuenta. Cuenta con un discurso riguroso, duro, casi siempre teñido por el color indestructible de la tristeza. Una tristeza en estado puro. Ni melancólica ni desesperanzada. En el exacto grado de destilación. Una tristeza que es siempre refugio invulnerable. Coraza y método. Verdad. Una forma decidida de conciencia que busca compresión. Y desde ella alza su poema, ahora, en esta ocasión, libre de la esclavitud del renglón segmentado, libre de una atadura que en ocasiones procura cierta tirantez al decir. Aquí todo fluye sin amo. La tinta es dueña de su cauce y rodea a la elipsis, su figura preferida, con la misma naturalidad y el mismo albedrío con que el agua recorre ahora mi llanura manchega.
Apenas acude a la descripción de lo externo, salvo lo imprescindible para que podamos identificar cada fragmento del libro de los dioses que le ocupa. Luego, cada reconstrucción es un tanteo. Una oferta al Boris que mira por la ventana. Y lee y exige. O lee y tutea. Cada texto es un oferta y un desafío al que lee con él -es peligroso leerse a sí mismo-, al que sube a diario en su moto, al que ama y es norte, al que duda, al joven que se recuerda feliz y entero, al que bebe y provoca, al provocado, al que invierte efecto y causa, causa con efecto, y sabe que es indiferente en ocasiones. Y porque toda definición es un intento de establecer límites, de excluir, de parcelar, en los monólogos público-privados de este Diario de improvisaciones definirse es asunto que descansa en la suma de las emociones. Léanlo al azar, léanlo de forma continuada, como deseen, pero, lectores activos, como son los lectores de poesía, pronto aceptarán que el paisaje está trazado, que tiene más de poliedro irregular que de esfera, y que cada poema es una digresión independiente, aunque sean parte de un mismo haz. Y el haz no es sino el lento recorrido por un intenso territorio interior. Un deambular que busca puerto, solaz, descanso en la posada.
José Luis, y el lector avisado, saben de lo incierto que resultan los rumbos en parajes desolados, saben de la fragilidad de los hitos y de la ambigüedad de las señales. Porque la vida, como la poesía, no son realidades manejables. Vivir, escribir son dos verbos impuestos a cuchillo. Significan rastrear, reconstruir. Rastrearnos, reconstruirnos. Lo último que vivo es escribir, dicen que dijo Boris a José Luis para finalizar Rastros perdidos, su anterior libro. Aquí y ahora, 4 de abril, en este nuevo libro, José Luis mantiene la misma oferta, la que nos ha hecho durante años en su ventana virtual. La que nos hace ahora: depurada, seleccionada, concentrada en papel, en libro fulminante. Lo último que vivo es escribir.
Digamos, para finalizar, que el poeta ha publicado con anterioridad dos poemarios Un tiempo de adiós y Rastros perdidos y tiene otro pendiente y próximo: Cuadros sin colgar, del cual viene dando ligeras pistas. Pero ahora, Celesta, la joven editorial que dirige y mantiene Rafael González Serrano, ha hecho apuesta por este Diario de improvisaciones, del que advierte, en nota de editor, que no debe ser tildado de esa cosa ¿meliflua? que ha convenido en llamarse prosa poética. Habrán visto ustedes que no lo he hecho. Y no hay en ello pasiva obediencia. La verdadera razón es que he leído lo que el editor entiende por poesía, y créanme que algo sabe de esto, lean si no los estudios sobre poetas foráneos que vierte en De turbio en claro, su blog.  Si miran la contracubierta encontrarán que para el editor es poesía todo aquello expresado con nervio, hondura, agudeza y un lenguaje iluminado y fronterizo.  Oyéndonos, ¿estaría contento esta tarde de abril Boccaccio de Certaldo mi maestro, al que nombré al comenzar? Un Boccaccio que, eso sí, me advertiría  de la necesidad, como hago, de darles a ambos las gracias por haberme permitido la alegría de estar, de contar.  Vale.   
 Francisco Caro

sábado, 6 de abril de 2013

Publicación de Siempre la feria


Rafael González Serrano nació en Madrid, donde estudió en las universidades Politécnica y Complutense. Dedicado profesionalmente a la enseñanza, es en la actualidad catedrático de Sistemas Electrónicos.
Ha publicado los siguientes libros de poemas: Presencias figuradas, Manual de fingimientos, Insistir en la noche y Mapa del laberinto. Es Siempre la feria su primera novela editada. Mantiene en internet un blog sobre literatura, cuyo nombre es De turbio en claro.

Presentacion de Cuando la noche calló sobre Lisboa


    Rafael González, Paco Moral y Rafael Soler     


Para mejor sosiego de cuantos hoy nos acompañan quisiera empezar con una precisión, un dato riguroso y un ruego.
Vaya en primer lugar el dato riguroso: este presentador es íntimo incondicional del presentado, con una militancia en su afecto solo equiparable al que profesa a su compañera y musa Ana Ares, poeta también, y muy excepcional. Para suerte mía, como es bien sabido por muchos, mantengo también una relación fraternal con Rafael González Serrano, poeta, lector atento, crítico riguroso y ahora en tránsito a su nueva condición de editor con ganas de ocupar un sitio en el cambiante mundo del ISBN. Conociéndote, estoy seguro que lograrás cuajar un buen catálogo.
La precisión: me ceñiré es estas cortas y prescindibles líneas a un dibujo a lápiz del libro que hoy presentamos Cuando la noche calló sobre Lisboa, sin dedicar un instante al hondo calado humano del autor, a su conocida bonhomía, a su desbordante contagiosa agotadora energía, a su fervor por la palabra, a su insolente y ancha cultura, y a su estatura de escritor exigente con una obra que cumple con este libro que ahora publica la editorial Celesta su tercera entrega. Breve semblanza pues del texto, sin una concesión a la persona, por ser ésta desbordante y excesiva.
Vamos con el ruego, que dicho lo dicho es más necesario que nunca: creedme cuando afirmo que cuanto exprese a continuación no nace de la amistad, y sí de certezas cuajadas en las relecturas de este libro que paso brevemente a comentar. Que tres buenos amigos coincidan en la misma tribuna, cada uno en su papel y los tres entusiastas y risueños, no debe tomarse en este caso como una rutinaria muestra de endogamia, tan frecuente por otra parte en este mundo nuestro. Hablaré estrictamente en mi condición de introductor circunstancial, nunca en la de afín perdurable, y apelo  a vuestra benevolencia si cometo algún deliberado exceso.
Dicho lo dicho, entro en materia, que ya es hora.
Organizado en tres capítulos, el libro empieza con una Anunciación:Tú deberás / decir lo que no viste, / contar lo imaginado y lo vivido / para que otros iguales vengan y no hallen / la luz en tus palabras /si no en el eco de tus huellas junto a casas / que habitaban hombres / iguales  a ti en tu soledad.
El poeta y sus lectores han llegado a Lisboa, que impregnará con su desalentado paisaje inconfundible todos los poemas. En soledad de uno, pero bien acompañado por una mirada atenta a lo pequeño en apariencia, Paco Moral se entrega a su oficio de notario, cumpliendo con el mandato que su inspiración le dicta: Y se te convoca, / junto a todos los vivos / y los muertos de esta ciudad / a que puebles de luz / los opacos espacios que carecen incluso / de una sombra imprecisa / que camine a tu lado.
A ello se aplica con talento y acierto el autor, contándonos la peripecia vital del viajero que recorre y vive la noche de Lisboa, acompañado siempre, a esa distancia cortés que exige la presencia de un colega ensimismado, por el inefable don Fernando Pessoa, quizá seis pasos detrás, camino quizá por Rúa de la Prata de las oficinas de Lavado y de Mayer, donde tecleaba parsimonioso entre verso y verso la correspondencia mercantil que su trabajo requería. Iría Pessoa con su terno rozado y su bigote espeso, atentos los lentes a un cambio de rumbo que les condujera hasta el café A Brasileira, donde aguardaban pacientes una variopinta tropa de colegas escritores para empujarse juntos una frasca de cazalla. A su aire como siempre, Paco Moral torcería entonces a la derecha para encaminarse hacia el puerto, al encuentro de los cinco poemas que le estaban esperando y conforman el primer capítulo del libro, que lleva por título El niño junto al río.
Animal, mamífero, placentario, megalómano, con rasgos dipsómanos, poeta, con vocación de escritor satírico, ciudadano universal, filósofo idealista. Soy un degenerado superior, así se autodefinía el maestro Pessoa entre dos pelotazos sin admitir preguntas. Hasta donde un servidor conoce, y salvo mejor y autorizada percepción de Ana, Paco Moral  nada tiene de megalómano, y mucho menos con rasgos dipsómanos, pero sí, y mucho, de poeta con mayúsculas, ciudadano universal y filósofo idealista. Solidario, vital, extrovertido cuando toca, cercano con los suyos que son todos, Paco tiene una mirada radical, que sus versos recogen disciplinadamente, impregnando los poemas con una voz reconocible y la fuerza que cuajan la lucidez y el desamparo.
Paco Moral es un autor de largo aliento, atento a lo próximo, que su pluma hace para nosotros trascendente. Así que, buen conocedor del paño, don Fernando Pessoa renunciaría al alcohol aquella noche, y a salvo el gaznate del relente por su pajarita desteñida, contemplaría el encuentro del colega recién llegado a la ciudad con un niño y su madre marchita,  un borracho incoloro, una bandada de gaviotas, un ferry que atraviesa el río dirección a Casilhas  y una rubia platino con un escote a juego, personajes todos que bien merecen la misericordia de un poema. Cinco escribe con un solo aliento el poeta, y cinco nos ofrece numerados y sin título. Dice Bukosky: Cuanto más escribo, más me acerco a lo que soy, y Paco Moral hace bueno el aserto al adentrarse, con afortunadas imágenes y un texto ceñido, por los vericuetos de este testimonio surrealista y vital: “Cuando estés olvidada / del otro lado de la vida / y tu presencia sea / poco más que el recuerdo / de una noche en Lisboa junto al río, / te acordarás de mí, / amarilla constancia / de curvas y deseo”, le grité / desde lejos. Se volvió, / babel de los babeles, / me miró y dijo algo / en un idioma propio que utilizan los muertos / y al punto, poco a poco, / se fue desvaneciendo.
Un buen poema debe buscar siempre la complejidad de los sentimientos, renunciando de forma explícita a la certeza de los significados. Y para ello el poeta tiene que escucharse a fondo, con humildad y respeto a cuanto venga, para que cuando le escuchemos después nos sintamos concernidos. Un poema es, ante todo, lo que no dice, pero está. ¿Qué dicta al poeta la noche cuando calla? El autor escribe a su dictado cuanto entonces no sabía, junto a la dársena del malecón: El hombre solo / el que vino a Lisboa de visita / por motivos que algunos dirían de trabajo / tiene el miedo en la cara / de los que son de fuera.
Nadie mejor que un extranjero desvalido para enfrentarse al folio en blanco. Esa soledad, y ese barrunto de imposibles certezas, están en el origen de lo escrito.
Llegamos así a la segunda parte, y quiero dar las gracias a ese timorense sin rostro al que debemos, según nos revela Paco en su dedicatoria,  la inclusión en este libro de los cuarenta y dos jaikus que componen Esbozos orientales, acertado y anticipativo título. 
Sucede algunas veces: estás lejos de casa, escuchándote en algún rincón tranquilo, desvalido y humilde invocando una inspiración que no acaba de llegar, y de pronto se cruza una mujer, suena una música, trae el aire un bofetón de algún aroma redentor que creías olvidado, y las palabras se ordenan solas, y el verso fluye diciéndote cuanto ignorabas. Ahí el poema, ahí el temblor iridiscente que da sentido a todo. Pues bien, en este caso se produjo un milagroso encuentro de afines desconocidos, cada uno con su historia, madrileño y vividor uno, timorense y me atrevo a decir que bien vivido el otro, y paseando juntos Paco escucharía el regalo de un jaiku, preludio de otros que allí quedaron, entre la noche y el aire. Corresponde el autor con piezas tan logradas como éstas: Sólo un recuerdo / pero duele si dura / más de un segundo…, Sobre las llagas / la sal es parecida / a algunos besos .., o el magistral Junto a una concha / una huella pequeña / ¡Si fuera Paula!
La tercera parte lleva por título La terquedad de la memoria,  y consta de catorce poemas, escritos en días sucesivos durante la estancia del autor, en lo que bien puede considerarse una crónica de urgencia, o más exactamente, como apostilla en el subtítulo, una Crónica de Ausencias, en clara referencia a dos mujeres: Paula y la innominada fiel amante, ya presentes en su anterior poemario Libro de las cartas, publicado por Ediciones Vitruvio en 2.008, de muy recomendable lectura. Escojo  de ese libro unos versos de la Carta 5, pórtico de cuanto ahora nos entrega su autor en la última parte de este nuevo libro: Y ver cómo la noche va muriendo / y el lucero del alba me dice que seguro / dentro de un rato / estarás ante mí / y otra vez será el día de tus ojos.
Enamorado del amor y de la vida, Paco Moral es un tipo constante en sus obsesiones, como bien demuestran los poemas escritos en esos días de soledad en una ciudad que, respetuosa, optaba por callarse cuando llegaba la noche, dando paso a la voz del poeta y sus desgarraduras. Dos impecables sonetos, formato muy querido por el autor, uno de ellos con el elocuente título de Breve declaración de principios para Paula, y doce poemas más, ceñidos a los estragos que causa la siempre presente ausencia de la persona amada, con una formidable Oración desde Barrio Alto,  y que comienza así: Amor mío / que estás / en el exilio negro / que puebla la distancia / de amarillas presencias como nubes de tedio.
Músculo poético, verdad, inspiración, talento, he ahí los ingredientes que hacen un poema perdurable. Infatigable en su afán por atrapar un verso memorable, Paco Moral se adentra – y utilizo ahora uno de sus versos – en madrugadas que pesan igual que los ahogados de un pantano, y sale del empeño con versos sosegadamente intensos, contenido en su arrebato, deslindando los afanes inútiles que con tanta frecuencia nos apartan de lo esencial y perdurable: el amor, la soledad bien llevada, el deseo de trascender a pesar de nuestro peor enemigo, que no es otro que nosotros mismos.
Termino. Si un poeta es, ante todo, su mirada, la de Paco es una mirada limpia y honda. Celebramos hoy la llegada a nuestros anaqueles de Cuando la noche calló sobre Lisboa. Llegarán más noches, traerán otros libros. Serán distintos, pero tras su lectura todos seremos un poco mejores.
Afirma incorregible Pessoa: Respiro mejor ahora que ha pasado la hora de las citas. / Falté a todas, con deliberación en el descuido / esperando esa gana de ir que ya sabía yo que no vendría. Pero Paco es mucho Paco, y aquí le tenemos, dispuesto a entrar en faena. Gracias, amigo, por ser como eres, y por darnos una vez más tu corazón y palabra de poeta.

Rafael Soler

Publicación de El cementerio marino de Paul Valéry

 


Paul Valèry nació en Sète en 1871 y murió en Paris en 1945. Realizó su formación secundaria en Montpelier. Estudió derecho y, más adelante, filosofía y matemáticas, instalándose en Paris en 1894, donde trabajó como redactor en el Ministerio de Guerra. Se casa en 1900 con Jeannie Gobillard. Después de la Primera Guerra Mundial, adquirida una notoria celebridad como poeta, fue admitido en la Academia francesa en 1925. Tras la ocupación alemana, rehusó colaborar con el invasor, por lo que perdió su puesto de administrador del centro universitario de Niza. Muerto a los pocos meses de terminada la Segunda Guerra mundial, fue enterrado en el cementerio de Sète ‒el que le inspiró una de sus obras cumbres‒ con honores nacionales.
Influido inicialmente por la estética simbolista, sobre todo por Stéphane Mallarmé, se convirtió en el máximo representante de la denominada poesía pura, de fuerte contenido intelectual y esteticista. Fue uno de los poetas más importantes del primer tercio del siglo XX, mas también un gran intelectual que trató diversos temas en sus libros en prosa. Entre sus obras cabe destacar: La soirée avec Monsieur Teste, La Jeune Parque, Le cimetière marin, Charmes, los diversos volúmenes de Variétés, Regards sur le monde actuel, y sus Cahiers, verdadera obra magna, publicados póstumamente en veintinueve volúmenes. Más de sesenta años después de su muerte, se publicó su libro Corona & Coronilla, un poemario amoroso sorprendente y magistral.