Rafael González, Paco Moral y Rafael Soler
Para mejor sosiego de
cuantos hoy nos acompañan quisiera empezar con una precisión, un dato riguroso y
un ruego.
Vaya en primer lugar el dato riguroso: este presentador es íntimo incondicional del presentado, con una militancia en su afecto solo equiparable al que profesa a su compañera y musa Ana Ares, poeta también, y muy excepcional. Para suerte mía, como es bien sabido por muchos, mantengo también una relación fraternal con Rafael González Serrano, poeta, lector atento, crítico riguroso y ahora en tránsito a su nueva condición de editor con ganas de ocupar un sitio en el cambiante mundo del ISBN. Conociéndote, estoy seguro que lograrás cuajar un buen catálogo.
Vaya en primer lugar el dato riguroso: este presentador es íntimo incondicional del presentado, con una militancia en su afecto solo equiparable al que profesa a su compañera y musa Ana Ares, poeta también, y muy excepcional. Para suerte mía, como es bien sabido por muchos, mantengo también una relación fraternal con Rafael González Serrano, poeta, lector atento, crítico riguroso y ahora en tránsito a su nueva condición de editor con ganas de ocupar un sitio en el cambiante mundo del ISBN. Conociéndote, estoy seguro que lograrás cuajar un buen catálogo.
La precisión: me
ceñiré es estas cortas y prescindibles líneas a un dibujo a lápiz del libro que
hoy presentamos Cuando la noche calló
sobre Lisboa, sin dedicar un instante al hondo calado humano del autor, a
su conocida bonhomía, a su desbordante contagiosa agotadora energía, a su
fervor por la palabra, a su insolente y ancha cultura, y a su estatura de
escritor exigente con una obra que cumple con este libro que ahora publica la
editorial Celesta su tercera entrega. Breve semblanza pues del texto, sin una
concesión a la persona, por ser ésta desbordante y excesiva.
Vamos con el ruego,
que dicho lo dicho es más necesario que nunca: creedme cuando afirmo que cuanto
exprese a continuación no nace de la amistad, y sí de certezas cuajadas en las
relecturas de este libro que paso brevemente a comentar. Que tres buenos amigos
coincidan en la misma tribuna, cada uno en su papel y los tres entusiastas y
risueños, no debe tomarse en este caso como una rutinaria muestra de endogamia,
tan frecuente por otra parte en este mundo nuestro. Hablaré estrictamente en mi
condición de introductor circunstancial, nunca en la de afín perdurable, y
apelo a vuestra benevolencia si cometo
algún deliberado exceso.
Dicho lo dicho, entro
en materia, que ya es hora.
Organizado en tres capítulos, el
libro empieza con una Anunciación:Tú
deberás / decir lo que no viste, / contar lo imaginado y lo vivido / para que
otros iguales vengan y no hallen / la luz en tus palabras /si no en el eco de
tus huellas junto a casas / que habitaban hombres / iguales a ti en tu soledad.
El poeta y sus
lectores han llegado a Lisboa, que impregnará con su desalentado paisaje
inconfundible todos los poemas. En soledad de uno, pero bien acompañado por una
mirada atenta a lo pequeño en apariencia, Paco Moral se entrega a su oficio de
notario, cumpliendo con el mandato que su inspiración le dicta: Y se te convoca, / junto a todos los vivos / y
los muertos de esta ciudad / a que
puebles de luz / los opacos espacios
que carecen incluso / de una sombra
imprecisa / que camine a tu lado.
A ello se aplica con
talento y acierto el autor, contándonos la peripecia vital del viajero que
recorre y vive la noche de Lisboa, acompañado siempre, a esa distancia cortés
que exige la presencia de un colega ensimismado, por el inefable don Fernando
Pessoa, quizá seis pasos detrás, camino quizá por Rúa de la Prata de las
oficinas de Lavado y de Mayer, donde tecleaba parsimonioso entre verso y verso
la correspondencia mercantil que su trabajo requería. Iría Pessoa con su terno
rozado y su bigote espeso, atentos los lentes a un cambio de rumbo que les
condujera hasta el café A Brasileira, donde aguardaban pacientes una variopinta
tropa de colegas escritores para empujarse juntos una frasca de cazalla. A su
aire como siempre, Paco Moral torcería entonces a la derecha para encaminarse
hacia el puerto, al encuentro de los cinco poemas que le estaban esperando y
conforman el primer capítulo del libro, que lleva por título El niño junto al río.
Animal,
mamífero, placentario, megalómano, con rasgos dipsómanos, poeta, con vocación
de escritor satírico, ciudadano universal, filósofo idealista. Soy un
degenerado superior, así
se autodefinía el maestro Pessoa entre dos pelotazos sin admitir preguntas.
Hasta donde un servidor conoce, y salvo mejor y autorizada percepción de Ana,
Paco Moral nada tiene de megalómano, y
mucho menos con rasgos dipsómanos, pero sí, y mucho, de poeta con mayúsculas,
ciudadano universal y filósofo idealista. Solidario, vital, extrovertido cuando
toca, cercano con los suyos que son todos, Paco tiene una mirada radical, que
sus versos recogen disciplinadamente, impregnando los poemas con una voz
reconocible y la fuerza que cuajan la lucidez y el desamparo.
Paco Moral es un autor
de largo aliento, atento a lo próximo, que su pluma hace para nosotros
trascendente. Así que, buen conocedor del paño, don Fernando Pessoa renunciaría
al alcohol aquella noche, y a salvo el gaznate del relente por su pajarita
desteñida, contemplaría el encuentro del colega recién llegado a la ciudad con
un niño y su madre marchita, un borracho
incoloro, una bandada de gaviotas, un
ferry que atraviesa el río dirección a Casilhas
y una rubia platino con un escote
a juego, personajes todos que bien merecen la misericordia de un poema.
Cinco escribe con un solo aliento el poeta, y cinco nos ofrece numerados y sin
título. Dice Bukosky: Cuanto más escribo,
más me acerco a lo que soy, y Paco Moral hace bueno el aserto al
adentrarse, con afortunadas imágenes y un texto ceñido, por los vericuetos de
este testimonio surrealista y vital: “Cuando
estés olvidada / del otro lado de la
vida / y tu presencia sea / poco más que el recuerdo / de una noche en Lisboa junto al río, / te acordarás de mí, / amarilla constancia / de curvas y deseo”, le grité / desde lejos. Se volvió, / babel de los babeles, / me miró y dijo algo / en un idioma propio que utilizan los muertos
/ y al punto, poco a poco, / se fue desvaneciendo.
Un buen poema debe
buscar siempre la complejidad de los sentimientos, renunciando de forma
explícita a la certeza de los significados. Y para ello el poeta tiene que
escucharse a fondo, con humildad y respeto a cuanto venga, para que cuando le
escuchemos después nos sintamos concernidos. Un poema es, ante todo, lo que no
dice, pero está. ¿Qué dicta al poeta la noche cuando calla? El autor escribe a
su dictado cuanto entonces no sabía, junto a la dársena del malecón: El hombre solo / el que vino a Lisboa de
visita / por motivos que algunos dirían de trabajo / tiene el miedo en la cara / de
los que son de fuera.
Nadie mejor que un
extranjero desvalido para enfrentarse al folio en blanco. Esa soledad, y ese
barrunto de imposibles certezas, están en el origen de lo escrito.
Llegamos así a la
segunda parte, y quiero dar las gracias a ese timorense sin rostro al que
debemos, según nos revela Paco en su dedicatoria, la inclusión en este libro de los cuarenta y
dos jaikus que componen Esbozos
orientales, acertado y anticipativo título.
Sucede algunas veces:
estás lejos de casa, escuchándote en algún rincón tranquilo, desvalido y
humilde invocando una inspiración que no acaba de llegar, y de pronto se cruza
una mujer, suena una música, trae el aire un bofetón de algún aroma redentor
que creías olvidado, y las palabras se ordenan solas, y el verso fluye
diciéndote cuanto ignorabas. Ahí el poema, ahí el temblor iridiscente que da
sentido a todo. Pues bien, en este caso se produjo un milagroso encuentro de
afines desconocidos, cada uno con su historia, madrileño y vividor uno,
timorense y me atrevo a decir que bien vivido el otro, y paseando juntos Paco
escucharía el regalo de un jaiku, preludio de otros que allí quedaron, entre la
noche y el aire. Corresponde el autor con piezas tan logradas como éstas: Sólo un recuerdo / pero duele si dura / más
de un segundo…, Sobre las llagas / la sal es parecida / a algunos besos .., o
el magistral Junto a una concha / una
huella pequeña / ¡Si fuera Paula!
La tercera parte lleva
por título La terquedad de la memoria, y consta de catorce poemas, escritos en días
sucesivos durante la estancia del autor, en lo que bien puede considerarse una
crónica de urgencia, o más exactamente, como apostilla en el subtítulo, una
Crónica de Ausencias, en clara referencia a dos mujeres: Paula y la innominada
fiel amante, ya presentes en su anterior poemario Libro de las cartas, publicado por Ediciones Vitruvio en 2.008, de
muy recomendable lectura. Escojo de ese
libro unos versos de la Carta 5,
pórtico de cuanto ahora nos entrega su autor en la última parte de este nuevo
libro: Y ver cómo la noche va muriendo
/ y el lucero del alba me dice que seguro
/ dentro de un rato / estarás ante mí / y otra vez será el día de tus ojos.
Enamorado del amor y
de la vida, Paco Moral es un tipo constante en sus obsesiones, como bien
demuestran los poemas escritos en esos días de soledad en una ciudad que,
respetuosa, optaba por callarse cuando llegaba la noche, dando paso a la voz
del poeta y sus desgarraduras. Dos impecables sonetos, formato muy querido por
el autor, uno de ellos con el elocuente título de Breve declaración de principios para Paula, y doce poemas más,
ceñidos a los estragos que causa la siempre presente ausencia de la persona
amada, con una formidable Oración desde
Barrio Alto, y que comienza así: Amor mío / que estás / en el exilio
negro / que puebla la distancia /
de amarillas presencias como nubes de
tedio.
Músculo poético, verdad,
inspiración, talento, he ahí los ingredientes que hacen un poema perdurable. Infatigable
en su afán por atrapar un verso memorable, Paco Moral se adentra – y utilizo
ahora uno de sus versos – en madrugadas
que pesan igual que los ahogados de un pantano, y sale del empeño con
versos sosegadamente intensos, contenido en su arrebato, deslindando los afanes
inútiles que con tanta frecuencia nos apartan de lo esencial y perdurable: el
amor, la soledad bien llevada, el deseo de trascender a pesar de nuestro peor
enemigo, que no es otro que nosotros mismos.
Termino. Si un poeta
es, ante todo, su mirada, la de Paco es una mirada limpia y honda. Celebramos
hoy la llegada a nuestros anaqueles de Cuando
la noche calló sobre Lisboa. Llegarán más noches, traerán otros libros.
Serán distintos, pero tras su lectura todos seremos un poco mejores.
Afirma incorregible
Pessoa: Respiro mejor ahora que ha pasado
la hora de las citas. / Falté a todas, con deliberación en el descuido /
esperando esa gana de ir que ya sabía yo que no vendría. Pero Paco es mucho
Paco, y aquí le tenemos, dispuesto a entrar en faena. Gracias, amigo, por ser
como eres, y por darnos una vez más tu corazón y palabra de poeta.
Rafael Soler