Frutos del Tiempo (4 de julio de 2018)
Entrevista a María Engracia Sigüenza por Ada Soriano
María Engracia Sigüenza: Cuando regresan las musas traen con ellas la alegría, pero también el desasosiego
Una vez que lanzas al mundo un poema
y alguien lo interpreta, te das cuenta de que siempre ha estado vivo, presto a
transformarse.
Llega a mis manos El fuego del
mar, (Editorial Celesta, Madrid, 2018) de María Engracia Sigüenza
Pacheco, prologado por José Luis Zerón Huguet, con quien la autora mantiene una
entrañable amistad. A pesar de que es su primer poemario publicado, me consta
que María Engracia escribe desde hace años y puedo afirmar, tras haber leído
este libro con verdadero interés, que una cosa es segura: sus poemas no aburren
porque hay en ellos pasión, sensualidad, devoción y empeño. Y es que El
fuego del mar es un poemario apasionado, repleto de imágenes y metáforas
muy logradas.
María Engracia Sigüenza nació en
Orihuela en 1963. Es licenciada en Filosofía y Ciencias de la Educación, en la
especialidad de Psicología por la Universidad de Murcia. Ha trabajado en
psicología clínica y como profesora de filosofía. Actualmente se dedica a la
orientación educativa.
Ha participado en libros colectivos
como El libro de Plomo (Ediciones Empireuma, Orihuela, 2013)
También en antologías y exposiciones. Asimismo, ha publicado artículos y poemas
en diversos medios como Cuadernos del Matemático, Opticks Magazine,
Las afinidades electivas, Frutos del tiempo y Empireuma.
“Hay llamas que ni con el mar”,
escribió Ignacio Cano para la célebre canción de Mecano que lleva por
título El 7 de septiembre.
María Engracia, observo en tu
poemario, especialmente en la segunda sección, que rindes homenaje a la mujer.
Soy totalmente
consciente de la invisibilidad que ha sufrido la mujer a lo largo de la
historia en todos los ámbitos y, por supuesto, también en los altares del arte
y la cultura. De hecho, se nos sigue ninguneando en los museos del mundo y en
los grandes premios literarios (las mujeres solo representan el 5% de los Nobel
y el Cervantes solo lo han recibido 4 frente a 36 hombres). Por eso, y porque
soy una buscadora a la que le encanta indagar y descubrir tesoros más o menos
ocultos, me he preocupado de leer a escritoras. Me resultó muy fácil llegar a
los escritores que he admirado siempre; eran los recomendados en cualquier
libro de texto o crítica literaria. Crecí leyendo a Dostoyevski, Tolstói,
Victor Hugo, Stendhal, Camus, Cortázar, Kafka, Cortázar, Poe, Baudelaire,
Rilke, Whitman, Paz, Lorca, Hernández, por citar algunos de mis favoritos. En
cambio a ellas: Woolf, Dickinson, Flannery O´Connor, Elena Garro, K. Mansfield,
Lispector, Beauvoir, las hermanas Brontë, Rhys, Austen, y tantas otras, las fui
descubriendo por mi cuenta después de un proceso más costoso, y caí tan rendida
a los pies de todas que, llegar a las sucesoras, fue un proceso mucho más
fácil.
Las que aparecen en mi
libro, y a ti te incluyo, me han ayudado de una u otra forma a construir el
poemario, al igual que los escritores que menciono. Que, finalmente, ellas
ocupen más espacio, me encanta. Es una especie de justicia poética, un
ejercicio espontáneo de sororidad y agradecimiento. Dos ejemplos concretos son
los poemas Edith y Pasífae habla; en ellos he querido dar
voz a dos mujeres (Edith: la mujer de Lot bíblica y Pasífae: la mujer del rey
de Creta y madre del Minotauro), para que a través de mis versos pudieran
rebelarse de un destino marcado por los hombres.
Aunque El fuego del mar es un
libro esencialmente vitalista y sensorial, aparece constantemente la muerte
como contrapeso. De hecho, está dedicado a la memoria de tu padre.
Siempre he sido una
persona pasional y vitalista y, a medida que el tiempo pasa, estas
características se acentúan. Curiosamente, pienso que esta vitalidad nace de
las dos fuerzas, aparentemente contrapuestas, que rigen mi vida: el Amor y la
Muerte.
Y efectivamente del
amor a mi padre, de su recuerdo y también del dolor de su prematura muerte,
brota una parte muy importante de mi fuerza, de mi vitalismo.
Dos rasgos que definen
mi estilo poético son las imágenes (telúricas y cósmicas, artísticas y
mitológicas) y las paradojas. Quizá porque veo con claridad que nuestro mundo
está formado por fuerzas contradictorias que se complementan. Todo lo que
existe tiene su contrario, su contrapunto, y en este orden de cosas la muerte
es la gran paradoja porque también es generadora de vida.
Cuando pienso en la
muerte nace en mi interior un amor a la vida arrebatador; es entonces cuando
realmente tomo conciencia del milagro de vivir. Por eso este sentimiento tan
fuerte, esta paradoja tan potente, está siempre presente en mi obra, y en este
libro ha dado lugar a muchos poemas, sobre todo en la última parte: La
mirada de Cronos, pero también en las otras dos: El espíritu de Gea
y Atenea y las Musas.