viernes, 21 de diciembre de 2018

Publicación de Los libros que me habitan de Javier Puig


Javier Puig (Barcelona, 1958) reside desde 1988 en Orihuela. Dedicado profesionalmente a tareas administrativas, ha destinado a sus pasiones –la literatura y el cine– buena parte de su tiempo, habiendo escrito más de trescientos artículos que se han ido recogiendo en diversos medios.
Sus trabajos se han publicado en revistas como La Lucerna, así como en distintos sitios digitales: el periódico Mundiario y en páginas web (La Galla Ciencia o Frutos del Tiempo). Además, ha publicado poemas y cuentos en la revista Empireuma y participado en diversos libros colectivos. Se reúne en Los libros que me habitan (2018) una selección de sus artículos sobre literatura.

martes, 20 de noviembre de 2018

Publicación de Contingencias de María Toca


María Toca (Santander, 1956), ocupada profesionalmente en el sector de la nutrición y la dietética, tras formarse en diversos talleres literarios, se ha dedicado a su pasión por la literatura escribiendo tanto prosa como poesía.
Es coordinadora y redactora de la revista La Pajarera Magazine, ha sido finalista y ganadora de varios premios literarios, y publicado las novelas El viaje a los cien universos (2015), Son celosos los dioses (2016, premio de novela Ateneo Cultural de Onda), e incluida en libros de relatos corales como Vidas que cuentan (2015). Contingencias (2018) es su primer poemario publicado.

jueves, 9 de agosto de 2018

Publicaciones 2017/2018

Presentamos reunidas en esta entrada las últimas publicaciones de la temporada que finaliza. Agradecemos una vez más a nuestros autores y lectores la confianza depositada en Celesta. A partir de septiembre volveremos con nuevas publicaciones: deseamos que de nuevo despierten vuestro interés.

miércoles, 4 de julio de 2018

Entrevista a María Engracia Sigüenza

Frutos del Tiempo (4 de julio de 2018)

Entrevista a María Engracia Sigüenza por Ada Soriano

María Engracia Sigüenza: Cuando regresan las musas traen con ellas la alegría, pero también el desasosiego



Una vez que lanzas al mundo un poema y alguien lo interpreta, te das cuenta de que siempre ha estado vivo, presto a transformarse.
Llega a mis manos El fuego del mar, (Editorial Celesta, Madrid, 2018) de María Engracia Sigüenza Pacheco, prologado por José Luis Zerón Huguet, con quien la autora mantiene una entrañable amistad. A pesar de que es su primer poemario publicado, me consta que María Engracia escribe desde hace años y puedo afirmar, tras haber leído este libro con verdadero interés, que una cosa es segura: sus poemas no aburren porque hay en ellos pasión, sensualidad, devoción y empeño. Y es que El fuego del mar es un poemario apasionado, repleto de imágenes y metáforas muy logradas.
María Engracia Sigüenza nació en Orihuela en 1963. Es licenciada en Filosofía y Ciencias de la Educación, en la especialidad de Psicología por la Universidad de Murcia. Ha trabajado en psicología clínica y como profesora de filosofía. Actualmente se dedica a la orientación educativa.
Ha participado en libros colectivos como El libro de Plomo (Ediciones Empireuma, Orihuela, 2013) También en antologías y exposiciones. Asimismo, ha publicado artículos y poemas en diversos medios como Cuadernos del Matemático, Opticks Magazine, Las afinidades electivas, Frutos del tiempo y Empireuma.
Hay llamas que ni con el mar”, escribió Ignacio Cano para la célebre canción de Mecano que lleva por título El 7 de septiembre.
María Engracia, observo en tu poemario, especialmente en la segunda sección, que rindes homenaje a la mujer.
Soy totalmente consciente de la invisibilidad que ha sufrido la mujer a lo largo de la historia en todos los ámbitos y, por supuesto, también en los altares del arte y la cultura. De hecho, se nos sigue ninguneando en los museos del mundo y en los grandes premios literarios (las mujeres solo representan el 5% de los Nobel y el Cervantes solo lo han recibido 4 frente a 36 hombres). Por eso, y porque soy una buscadora a la que le encanta indagar y descubrir tesoros más o menos ocultos, me he preocupado de leer a escritoras. Me resultó muy fácil llegar a los escritores que he admirado siempre; eran los recomendados en cualquier libro de texto o crítica literaria. Crecí leyendo a Dostoyevski, Tolstói, Victor Hugo, Stendhal, Camus, Cortázar, Kafka, Cortázar, Poe, Baudelaire, Rilke, Whitman, Paz, Lorca, Hernández, por citar algunos de mis favoritos. En cambio a ellas: Woolf, Dickinson, Flannery O´Connor, Elena Garro, K. Mansfield, Lispector, Beauvoir, las hermanas Brontë, Rhys, Austen, y tantas otras, las fui descubriendo por mi cuenta después de un proceso más costoso, y caí tan rendida a los pies de todas que, llegar a las sucesoras, fue un proceso mucho más fácil.
Las que aparecen en mi libro, y a ti te incluyo, me han ayudado de una u otra forma a construir el poemario, al igual que los escritores que menciono. Que, finalmente, ellas ocupen más espacio, me encanta. Es una especie de justicia poética, un ejercicio espontáneo de sororidad y agradecimiento. Dos ejemplos concretos son los poemas Edith y Pasífae habla; en ellos he querido dar voz a dos mujeres (Edith: la mujer de Lot bíblica y Pasífae: la mujer del rey de Creta y madre del Minotauro), para que a través de mis versos pudieran rebelarse de un destino marcado por los hombres.
Aunque El fuego del mar es un libro esencialmente vitalista y sensorial, aparece constantemente la muerte como contrapeso. De hecho, está dedicado a la memoria de tu padre.
Siempre he sido una persona pasional y vitalista y, a medida que el tiempo pasa, estas características se acentúan. Curiosamente, pienso que esta vitalidad nace de las dos fuerzas, aparentemente contrapuestas, que rigen mi vida: el Amor y la Muerte.
Y efectivamente del amor a mi padre, de su recuerdo y también del dolor de su prematura muerte, brota una parte muy importante de mi fuerza, de mi vitalismo.
Dos rasgos que definen mi estilo poético son las imágenes (telúricas y cósmicas, artísticas y mitológicas) y las paradojas. Quizá porque veo con claridad que nuestro mundo está formado por fuerzas contradictorias que se complementan. Todo lo que existe tiene su contrario, su contrapunto, y en este orden de cosas la muerte es la gran paradoja porque también es generadora de vida.
Cuando pienso en la muerte nace en mi interior un amor a la vida arrebatador; es entonces cuando realmente tomo conciencia del milagro de vivir. Por eso este sentimiento tan fuerte, esta paradoja tan potente, está siempre presente en mi obra, y en este libro ha dado lugar a muchos poemas, sobre todo en la última parte: La mirada de Cronos, pero también en las otras dos: El espíritu de Gea y Atenea y las Musas.

lunes, 18 de junio de 2018

Acto de presentación de El fuego del mar


José Luis Zerón, Mª Engracia Sigüenza y Mateo Marco Amorós

Caen los versos / como polen / sobre el estruendo del mundo. Son versos que cierran el sólido poemario de María Engracia Sigüenza Pacheco que presentamos, titulado El fuego del mar, editado por Celesta, prologado con acierto por José Luis Zerón Huguet.
Sobre el estruendo del mundo se precipitan los versos.
Afortunadamente, tenemos que añadir. Y caen como polen. Un polen terapéutico por impregnarnos de poesía en este mundo excesivo de ruidos. Curándonos. Y como poesía fiel a la poesía, las palabras nos sanan y salvan por preciosas y precisas. Palabras especialmente necesarias en estos días en los que se consume una primavera húmeda y rara. Primavera al cabo. Pero versos que también servirán para toda estación de la vida con sus veranos cálidos y pesados. Con sus otoños de soledades y desnudeces. Con sus inviernos fríos.
Los que somos y nos sentimos del otoño nos veremos muy reflejados en un poema de El fuego del mar titulado "Otoño". Un magnífico poema, para no obstante, como hemos dicho del poemario en general, para toda estación de la vida.
Uno agradece esta polinización poética –decíamos– que nos concilia con las palabras oportunas, explicativas de los momentos eternos. Palabras preciosas y precisas –también hemos dicho–, necesarias para decirnos lo esencial.
Esto es lo que uno, más lector que poeta, humildemente pide a los versos. Precisión frente a nuestro hablar cotidiano. Utilidad y tino frente al decir usual excesivamente tópico, decir usual excesivamente convencional. Decir usual que por tópico y convencional, resulta inútil para explicarnos lo fundamental, inservible para explicarnos a nosotros mismos. Defectuoso para conocernos, para saber qué somos. No así las palabras transformadas en poesía que nos trae María Engracia Sigüenza en su libro.
     El fuego del mar se nos presenta en tres fracciones: "El espíritu de Gea", "Atenea y las Musas" y "La mirada de Cronos".
En la primera fracción –así lo confiesa la autora– la naturaleza, la vida y el amor sugieren las composiciones.
En la segunda, manda la inspiración inducida por el arte, por las artes: la música, la literatura, la pintura... Es esta sección, en gran parte, un honrado homenaje a los creadores. Leyéndola, nos ha traído a la memoria –y salvemos las distancias que haya que salvar– la magnífica obra de Daniel J. Boorstin titulada, precisamente, Los creadores. Al cabo somos herederos de todo lo precedente. Y lo precedente legatario de una eternidad. Pero para llegar a este homenaje que rinde la poeta en "Atenea y las Musas" es preciso desprenderse de vanidades y ver en el legado de los demás, en lo que nos sugieren las sabidurías de los otros, las respuestas que buscamos. Así, en esta segunda parte María Engracia se desprende agradecida a sus "musas", en cada poema, en cada verso.
El tercer apartado, aun teniendo presente la inquisitiva e inevitable mirada de Cronos –del Tiempo y la muerte– resulta balsámico. Tiempo escrito con mayúscula como en el poema "Crepúsculos". Escrito con mayúscula como de pequeños nos enseñaron a escribir la palabra Dios. Dice la autora con una ternura brutal, insisto con una ternura brutal, que son reflexiones sobre el tiempo y la necesidad de reconciliarme con la muerte mirándola sin miedo en los ojos de la vida.
Hemos dicho conscientemente ternura brutal y lo hemos repetido y lo repetimos –ternura brutal– para jugar como juega con sagacidad Sigüenza Pacheco, en todo el libro, con conceptos opuestos. En ocasiones aparentemente opuestos. Conceptos opuestos –oxímoron dicen los analistas del lenguaje figurado– y también paradojas, que más que contrariar reafirman la idea que pretenden transmitir:
—Aurora y ocaso.
—Vivir muriendo.
—Perdedores invictos.
—Caos del universo versus orden de la vida.
—Fragilidad de los mortales versus poder de los dioses.
—grito mudo
—Realidad o sueño, / certeza o anhelo.
—Bálsamo o revulsivo / (...) huracán que sosiega.
—la salud de los enfermos.
—"Los recuerdos del porvenir".
—Heridas que curan.
O esa paradoja que cierra el poema magistral y misterioso titulado "La visita", dedicado a su hermana. Poema magistral y misterioso, insisto:
y regreso al mañana.
O el vivir muriendo. En "Vivir".
Como en otro titulado "Tú y yo" se enfrentan:
—vida y muerte
—dicha y pena
—sombra y luz.
Oxímoron y paradojas y más paradojas, especialmente, en el titulado... "Paradojas":
(...) corazones de fuego / creciendo en una tierra polar, / (...) palpitar de las flores / en los jardines de hielo. // (...) crepúsculos
Conceptos aparentemente opuestos pero que reafirman la idea que pretenden transmitir. Y concilian la diversidad. Y la embellecen. Versos –recordamos– que caen como polen / sobre el estruendo del mundo.
Afortunadamente.
Versos plenos de hermosuras.
Sirvan de ejemplo los escritos en "Amor":
y el faro de la luna / iluminó sus vidas.
O el que se escribe en "Todo":
la explosión de sol de los girasoles.
O...
tejeremos el tapiz sagrado del recuerdo, que se dice al final del titulado "Luchas".
O... el gran piano del mar. Ésto en el titulado "Euterpe".
O ese magnífico verso abierto con el que termina "La Medusa":
Pero algunos días eran luminosos...
Y qué decir de esos versos finales del poema "Tu recuerdo" dedicado –como todo el libro– al padre–:
Ahora debes alejarte, / debes regresar / al fondo de mi alma.

martes, 5 de junio de 2018

Publicación de El fuego del mar de María Engracia Sigüenza


Mª Engracia Sigüenza (Orihuela, 1963) es licenciada en Filosofía y Ciencias de la Educación, en la especialidad de Psicología, por la Universidad de Murcia. Trabajó en el campo de la psicología clínica, ha sido profesora de filosofía, y en la actualidad se dedica a la orientación educativa.
Ha participado en libros colectivos, antologías y exposiciones, publicado artículos y poemas en revistas como Cuadernos del matemático, Opticks magazine, Las afinidades electivas, Frutos del tiempo o minutocero.es, y resultado finalista y ganadora en concursos literarios. Autora de varias obras inéditas, publica ahora su primer libro, el poemario El fuego del mar.          

miércoles, 23 de mayo de 2018

Publicación de El riesgo del juego de Domicio Proença


Domício Proença Filho (Río de janeiro, Brasil, 1936) es doctor en Letras y profesor emérito de la Universidad Federal Fluminense. Fue profesor titular convidado en la Universidad de Colonia y en la Escuela de Altos Estudios de Aachen, en Alemania. Es  miembro de la Academia Brasileña de Letras, de la que ha sido presidente, y de la Academia de Ciencias de Lisboa. Además de poeta, es narrador, crítico literario, guionista y animador de proyectos culturales.
Ha publicado sesenta y ocho libros entre los que cabe mencionar, en el ámbito del ensayo, A linguagem literaria (1999), Estilos de época na literatura (2002), Leitura do texto, leitura do mundo (2017) y Muitas linguas, uma língua (2017). En el campo de la ficción, con traducciones al francés y al italiano, es destacable la novela Capitu‒memórias póstumas (2005). En el terreno poético ha publicado, entre otros, los poemarios Dionísio esfacelado: Quilombo dos Palmares (1984), Oratório dos Inconfidentes (1989) y O risco do jogo (2013). Precisamente este último libro –El riesgo del juego– es el que ofrecemos aquí en la primera versión en español de un título de su autor.

jueves, 5 de abril de 2018

Publicación de Tristezalegre de Francisco J. Blas Sánchez


Francisco J. Blas Sánchez (Orihuela, 1974), efectuó estudios técnicos, de informática, así como cursos en la UNED. Profesionalmente se ha dedicado a actividades comerciales y de técnico especialista, entre otras.
Ha colaborado con artículos en revistas como La lucerna o Empireuma, y en el diario La Verdad de Orihuela. También sus poemas han aparecido en revistas como La buhardilla o Ágora y en el diario La Verdad. Es autor de varios poemarios y libros narrativos inéditos, siendo Tristezalegre su primer texto publicado.

martes, 27 de marzo de 2018

Reseña de Torno al corazón

La sala Cambio de Sentido de Fundación ONCE ha acogido hoy la presentación de ‘Torno al corazón’, un viaje al interior del alma del poeta Federico Monroy, que canta desde el recuerdo al amor y a la infancia.
Editado por Celesta, el libro es el tercer poemario extenso de Monroy, un escritor sordo nacido en Arcos de la Frontera (Cádiz) en 1972, que  ha colaborado en diversas revistas literarias y organizado Duetos de Poesía y Música en varios espacios.
Dado a conocer recientemente en su pueblo natal, en un acto organizado por el Ayuntamiento, el texto se ha presentado ahora en la Sala Cambio de Sentido de la sede de Fundación ONCE en Madrid, donde ha contado con la participación de José Luis Martínez Donoso, director general de Fundación ONCE;  Mercè Luz, jefa del Departamento de Cultura y Ocio de la misma entidad, y Rafael González, responsable de la editorial Celesta. Además, el acto ha estado amenizado por la actuación de la cantante Monica Monasterio y el guitarrista Horacio Loveccio.
Tras ‘Postales póstumas’, ‘Doblaje (2008)’ y ‘La lengua de los ciegos’, editado por Fundación ONCE en 2010, llega ‘Torno al corazón’, un libro que cuenta y canta “con voz calmada y rigurosa” al amor y a la infancia, bajo el hilo conductor del recuerdo, plasmado en la imagen de la madre muerta.
El texto es, a juicio de Pedro Sevilla, poeta paisano de Federico Monroy, “un libro de erudición pero de temblor, que trata de adoptar cierta frialdad (…), pero que sucumbe, afortunadamente, a la emoción”.
Es un poemario que, en palabras de su propio autor, “tiene como referente fundamental al corazón –elemento único e insustituible-, entendido como sentimiento. Es una búsqueda a través de la infancia y el recuerdo, a través de la religión y la mitología, la vida y la muerte”.
Federico Monroy (Arcos de la Frontera, Cádiz, 1972) es diplomado en Graduado Social y licenciado en Teoría de la Literatura y Literatura Comparada por la Universidad Complutense. Trabaja en ILUNION desde 2006, en Madrid, y además de poemas, escribe artículos en revistas de ámbito nacional.

martes, 20 de marzo de 2018

Reseña de Cruzar puertas traseras

Reseña en Diario de improvisaciones

Porque la aproximación y el desencuentro se dan cita en nuestra cotidiana aventura de la vida, pues las expectativas, los deseos, los proyectos o, incluso, las ilusiones, nos constituyen.
Las palabras que ilustran la contraportada balizan la situación que nos encontraremos cuando la ruta de la lectura de este libro nos derive a la tormenta.
Cruzar puertas traseras no es un huir de los hechos principales que catalogan la existencia. De hecho, es un afrontar la realidad onírica que marca el tercio de varas con el que nos castiga la vida. No, no huye el poeta de su viaje: descubre su rostro para dejar que lo golpee la rabia de lo cotidiano.
Cruzar puertas traseras es un libro maduro, real. Cincelado a golpe de recorrer etapas que nunca se dan por perdidas, de respiraciones asfixiantes que nunca ahogan porque se puede con/contra ellas.
No hay que mostrar, se lee en Rafael: hay que sugerir. Hay que bucear dentro de sus letras para llegar al fondo de sus sentimientos y aguantar la apnea en unas imágenes que oxigenan a pesar del efecto de angustia que traza en pinceladas.
Ventanas entornadas, Alcobas paralelas, Escaleras furtivas y Callejones traseros. Cuatro partes adjetivadas que catalogan un todo con la sutileza de un pintor de miniaturas, delineando, milímetro a milímetro, las ojeras de un héroe diminuto. Héroe cotidiano que habita moradas internas y vive en metáforas que, a veces, no son bellas ni ideales.

        Acecho

Desde aquí,
donde átomos invisibles generan
una red de transparencias,
observas un afuera
que no es sino un espacio
de interiores desterrado.

Y desde ese universo
te responde tu propia mirada,
convertida ya en simulacro
de pupilas ajenas
que se deslizan sinuosas
y fugaces por la frontera
de una calle;
                    la misma
que te reta a descifrarla.

La calle, la acera, la alcoba, la puerta, las paredes, el tabique, la ventana, las escaleras, el portal...
Los elementos cotidianos de un edificio son las mantas que nos cubren, la piel que nos cobija, 
los pasos que nos llevan y el camino que afrontamos.
En la superficie: el personaje, el amor y la soledad (aunque sea multitudinaria).
En el fondo: un excelente libro de una nueva etapa.
En lo profundo: el poeta desnudo.
En todo: la palabra y la imagen.

Te delata tu olor:
un estigma de cloro
y fibra lacaya.
La herrumbre te acusa
en un aquelarre
de pasado y deshonor,
y un tesoro de polvo
seduce a las acuarelas de
las flores marchitas.
Eres la esencia de
los colores fenecidos y
de las frecuencias
disipadas en rumores.


José Luis Nieto Aranda

martes, 13 de marzo de 2018

Presentación de Torno al corazón

Rafael González y Federico Monroy

“Amo la vida con saber que es muerte” nos dejó escrito Quevedo, y esta cita se me viene a la memoria después de la lectura de “Torno al corazón”, el libro que, lector, te dispones a leer, un libro de erudición pero de temblor, un libro que trata de adoptar cierta frialdad –la frialdad del que sabe soportar sin alharacas los desmanes del tiempo- pero que sucumbe, afortunadamente, a la emoción.
La muerte, motor de la vida, campea derrotada entre estos poemas donde la vida se señorea en los brazos del tiempo, que es a la vez su hábitat y su tumba. No hay otra manera de vivir que no sea muriendo constantemente, y lejos de sucumbir a esta pérdida insoslayable, la poesía de Federico se eleva plena de sentido, de argumento contra la desazón.
El recuerdo –la madre muerta, al fondo, velada, como hilo conductor del libro-, el amor, la infancia, aparecen aquí contados y cantados con la voz calmada y rigurosa de la buena poesía. Voz calmada y rigurosa, dos adjetivos que explican muy bien a Federico Monroy. Muchos cafés en el Parador Nacional de nuestro pueblo, mirando al horizonte desde la Peña altiva, han ahondado en nuestra amistad hecha de versos y recuerdos comunes.
Recuerdos que usted puede ahora leer, embellecidos por la palabra y donde podrá asomarse, con ternura y temblor, al corazón de un poeta. 
                                                               Pedro Sevilla

Federico durante la lectura

martes, 20 de febrero de 2018

Reseña de La mirada perdida

Reseña en Frutos del Tiempo (7/02/2018)

La mirada perdida, de Alejandro López Pomares:
el interior de una historia. Por Javier Puig


La mirada perdida no es una novela convencional, ni una historia fácilmente deducible, sino un relato huidizo, que nos invita a leer de forma microscópica para extraer toda su densa sustancia. Los etéreos personajes se mueven sintiendo el misterio de vivir, centrados en sus sensibles introspecciones que parten de su oculto roce con el mundo. Viven en su forma más espiritual. Son anónimos, están apenas dibujados desde afuera. Hay pocos asideros inequívocos para conectar estas existencias errantes o superadas, nos volcamos en ellos sin un claro mapa de sus movimientos, pero lo que importa es que nunca se pierde el hilo de un sentimiento profundo, enlazado, muy bien descrito en ceñidas palabras.
No, no se puede leer esta novela como cualquier otra. Aceptemos prescindir de las amplias perspectivas, de las ubicaciones claras en el gran espacio de los acontecimientos mundanos. La magnífica prosa se sustenta en la búsqueda de lo poético, retuerce los vislumbres de la realidad hasta encontrar una significación secreta. Se hace necesario que el lector atienda este relato muy despierto. Los personajes transitan los escenarios de la vida desde una especie de sonambulismo que remite a las ensoñaciones que persiguen. Son vagamente reflexivos y se sienten extraños ante esa frágil conjunción de su interior con el mundo. Permanecen perplejos ante el ineluctable orden de la vida, inseguros de sus reafirmaciones.
La narración se desarrolla con atrevimiento, sin renunciar a los pasos inauditos, pero no se embriaga de osadías inútiles. Las descripciones del mundo exterior se limitan a los recovecos del espacio aparentemente común en los que se refleja el alma que los mira. El libro empieza con fragmentos que llevan el título de los anónimos personajes que lo integran: el joven, el niño, la mujer, el hombre, el anciano. En sus reapariciones, no es fácil reconocerlos. No hay necesidad de incidir en las constantes más evidentes. Apenas se abre el foco más allá de sus absorbentes y pequeñas continuaciones, de su intenso presente, y no alcanzamos a ver toda la amplitud de su biografía emocional. Lo importante aquí no es la rigurosa configuración de una personalidad, sino la extendida efusión de una esencia. Estos cortos capítulos podrían ser unos microcuentos muy precisos, escuetamente iluminadores, infinitos en su centro.
Los personajes no pretenden su estricta realidad sino tan solo ser fidedignas representaciones de una peculiar forma de sentir la vida. Hay un vuelco hacia la búsqueda del interior del instante, de indagación del tiempo que se vive, de íntima percepción de la vida, de persecución de una cerrada y mínima relación frente a la mayúscula existencia. Y para ello buscan una posición inédita ante un entorno abrumador, una perspectiva que los salve de la banalidad y los acerque al misterio de aquella parte de la conciencia que atiende la conexión decisiva. Y lo que sienten es siempre enigmático, es lo que se deriva del implacable contacto entre el ser y la frontera que nos sugiere paisajes del más allá habitados por seres inabordablemente ajenos.
La mirada perdida es un relato audaz, hecho de pura literatura, capaz de crear un clima que nos envuelve en los sucesos más recónditos de un mundo apenas abierto al exterior sino a través de sutiles conexiones. Es un libro que requiere de la atenta participación del lector, de su mirada alerta. A través del dominio de una prosa minuciosa, se desarrolla una narración íntima, intensamente apartada de las pautas de la cotidianidad más homologable. La sucesión de los momentos interiores es descrita desde una sólida ingravidez. Es este un libro que, como los buenos de poesía, nos invita a empezarlo de nuevo, a no abandonar esa cadencia que nos ha incluido en un sesgo del mundo que no habíamos hollado pero que en nada nos debe resultar ajeno.

miércoles, 14 de febrero de 2018

Publicación de Torno al corazón de Federico Monroy


Federico Monroy (Arcos de la Frontera, Cádiz, 1972) es diplomado en Graduado Social y licenciado en Teoría de la literatura y literatura comparada por la Universidad Complutense. Trabaja en el Grupo Ilunion de la Fundación ONCE, desde el año 2006, en Madrid.
Tiene publicada una plaquette, Postales Póstumas; está incluido en la antología 23 poetas y un DNI. En 2008 edita su primer poemario, Doblaje. Su segundo libro de poemas, La lengua de los ciegos, sale en 2010. Ahora ve  la luz su tercer poemario extenso, Torno al corazón. Ha colaborado en diversas revistas literarias y organizado Duetos de Poesía y Música en diversos espacios.

martes, 13 de febrero de 2018

Reseña de La mirada perdida

Reseña en Frutos del tiempo (7/02/2018)

Alejandro López Pomares presentó en Orihuela su primera novela, por Ada Soriano


El pasado 1 de febrero se presentó la ópera prima de Alejandro López Pomares; una novela que lleva por título La mirada perdida y que acaba de ser editada por Celesta, (Colección Letra Aleph, Madrid, 2017), bajo la dirección del poeta y escritor Rafael González. 
Una vez más, la librería Códex fue escenario de tal evento, en el que se dieron cita escritores, familiares y amigos del autor. El acto fue presentado por el poeta José Luis Zerón, quien manifestó su satisfacción al tratarse, en este caso, de la novela de un amigo y ser esta su primera obra publicada.
Zerón indicó en su discurso que es una novela compleja y que no posee una línea argumental definida. Por ello aconsejó leerla desde la perspectiva de la estética y la voluntad. Aclaró asimismo que, al no poseer trama temporal, queda lejos de la novela clásica. Explicó que La mirada perdida consta de tres partes reales, aunque estructuralmente se aprecian solo dos: “La primera es una narración en tercera persona, con superposición de planos y personajes entrecruzados, y la segunda está narrada en primera persona, y se trata de fragmentos de diarios en las que interactúan lector y escritor”.
Igualmente destacó la alternancia entre naturaleza y ciudad, a pesar de que el autor se implica más en el paisaje, que confiere a la obra una honda textura lírica. “De este modo la novela podría leerse como un conjunto de prosas poéticas”.
Sensualidad, experimentalismo y cierto misterio para una novela que, según Zerón, puede calificarse de poliédrica por los distintos matices y lecturas que ofrece y porque entronca con la tradición vanguardista: desde Las olas de Virginia Woolf y el Ulises de Joyce, pasando por Le Nouveau Roman y El Constructivismo, hasta autores contemporáneos como Agustín Fernández Mayo.
Tras la presentación, escuchamos las palabras de Alejandro López Pomares, quien nos hizo cómplices de sus sentimientos: “Revelar el secreto de que he escrito un libro me resulta más difícil que el hecho de escribir”.
Afirmó que su novela no da la apariencia de poseer un argumento, pero que él sí piensa que existe una trama, aunque esté fragmentada y disuelta, y que su intención es transmitir otra forma de lectura, es decir, leer con empeño: “Lo que en un principio podría haberse quedado en un conjunto de relatos escritos en un cuaderno de campo, acabó convirtiéndose en una novela ya que, al volver a leerlos, vi algo distinto; algo que me llevó a plantearme reescribirlos, pero eso sí, respetando la estructura inicial. Mi deseo era potenciar la confusión que se forja a partir de la fragmentación y, por tanto, sí hay una intencionalidad en mi novela”.
Como buen observador, comentó que “cuanto más sabemos, más grande es la confusión del mundo en que vivimos, debido a un exceso de acumulación de detalles, y que el mundo se nos hace así más incomprensible”.
El autor, tras transmitir con honestidad y desparpajo sus experiencias vividas con respecto a la elaboración de esta singular novela donde, según sus palabras, hay soledad, nostalgia y tiempo (sobre todo, tiempo), los asistentes le correspondieron con un fuerte y sentido aplauso.
Ada Soriano 

domingo, 4 de febrero de 2018

Acto de presentación de La mirada perdida

José Luis Zerón Huguet y Alejandro López Pomares

La madrileña editorial Celesta ha publicado en su colección Letra Alef  La mirada perdida, opera prima de Alejandro López Pomares (Orihuela, 1983), novela hermosa y arriesgada por su complejidad estructural y la ausencia de un argumento definido, sujeta a una multiplicidad de contextos y personajes que se cruzan y al uso de planos superpuestos y yuxtapuestos en texturas poéticas fragmentadas. Se hace difícil (diría imposible) apreciar esta novela si se trata de leerla como un texto lineal con su presentación, nudo y desenlace. No tiene nada que ver con las novelas más premiadas y reconocidas que exploran el terreno del realismo más estricto, la temática histórica o el paisaje fantástico próximo al boom del realismo mágico.
La mirada perdida es una nouvelle de poco más de cien páginas vinculada a la narrativa vanguardista. La deflagración de la estructura novelística no es un recurso nuevo. El uso del perspectivismo a través de soliloquios, flujos de conciencia, digresiones, diversos planos narrativos y de tramas, atemporalidad ficcional, etc., causará estupor y hasta rechazo en el novelista convencional o en el mero lector aficionado a la narrativa de ficción; pero no le resultará extraño a quien esté iniciado en la mecánica de la narración experimental. La mirada perdida está próxima a la escritura intrincada y especular de Borges y a la narrativa lírica y preconsciente de Las olas, de Virginia Woolf, y es igualmente cercana a la innovación cortazariana de Rayuela o El libro de Manuel, a la escritura introspectiva y metalingüística del Nouveau Roman (Alain Robbe-Grillet, Nathalie Sarraute, Claude Simón, Michel Butor, etc,), al fragmentarismo lírico de Agustín Fernández Mallo, al experimentalismo radical de Thomas Pynchon y al lenguaje cinematográfico onírico de David Lynch, o el de las tramas paralelas de Paul Thomas Anderson. Entronca asimismo con las características del constructivismo: dejar abierto el texto para que el lector lo rescriba con sus interpretaciones, ya que el argumento como tal no existe. El protagonista sería el discurso mismo. En este caso la lectura es una actividad constructiva compleja que se realiza al mismo tiempo en diferentes niveles de captación y percepción.
José Luis Zerón Huguet

El pasado jueves 1 de febrero el autor y quien esto escribe, presentamos La mirada perdida en la librería Códex de Orihuela. Con la intención de reproducir lo que ambos dijimos en el acto de presentación nace esta entrevista.
Alejandro, has escrito una primera novela arriesgada y difícil de explicar a quien quiera saber de qué trata. Una lectura poco atenta de tu libro puede hacer creer al lector que hay dos historias inconexas: la primera una serie de fragmentos escritos en tercera persona protagonizados por personajes misteriosos, arquetípicos, que carecen de nombre propio (el hombre, la mujer, el niño, el anciano…) y la segunda unas memorias narradas en primea persona: pero si leemos con atención descubrimos que hay pasadizos ocultos que conectan una y otra. ¿Cuál es el argumento de la novela? ¿Incluye algún misterio o razón oculta?
La mirada perdida es una novela de trama fragmentada, o más todavía, diluida, que persigue desesperadamente la implicación del lector en la creación de la obra. Es una necesidad que se hace patente ante la ausencia aparente de referentes a lo largo de los capítulos. Los personajes viven su propio tiempo quedando ligados a las sensaciones y al recuerdo, por el cruce entre sus vidas, por el esplendor del instante. Reescribiendo así los espacios en blanco que, incluso, ellos mismos tienen.
Un anciano en su mecedora, un niño huyendo de sus miedos, la sorpresa, una chica y su mirada, un hombre autoexculpado, una mujer y el abandono de recorrer diariamente sus propios pasos. El paisaje. Y más allá el lenguaje, la estética, los sonidos y el silencio, la nostalgia en la piel, la rabia contenida, la soledad, el pulso de la lírica y una percepción del tiempo que nos rodea y nos devuelve antiguas miradas a los ojos. Los nervios anclados a la tierra, el agua como símbolo, un banco en el que todo se detiene, y un recuerdo que proviene de otro recuerdo y que, en cierto modo, ha perdido su origen, pero que todavía nos permite soportar este ritmo frenético que discurre por encima y nos diluye.

viernes, 5 de enero de 2018

Reseña de Una tirada de dados

Reseña en empireuma

STÉPHANE MALLARMÉ
UNA TIRADA DE DADOS
(Versión de Rafael González Serrano)
Editorial Celesta

Rafael González Serrano nos brinda, en esta edición,  una exclusiva, aunque seamos conscientes de la existencia de las otras versiones que se encuentran en nuestras bibliotecas. Atreverse a publicar una nueva versión de la obra pionera de la contemporaneidad en poesía, que fue y es, Un Coup de dés, de Mallarmé, creo que sigue siendo eso, una exclusiva, no sólo por la relevancia del texto sino por la nueva oportunidad que ofrece al traductor valiente a bucear por las dispersas consignas que como brechas luminosas constituyen este poema absolutamente singular.
Contextualizar un texto implica conocer qué horizonte se cubre y qué otro se descubre en el seno de las palabras, que posibilidad se ha trascendido o potenciado en el orbe de lo semántico, que límite del decir se ha confirmado o se ha inaugurado. Y esta obra es un inicio poético y arrastra una clave. Al traducir el texto, uno quisiera creer que el traductor lo hace como si fuera la primera vez que aborda el texto, es decir, que conociendo las versiones que ya  existen, el traductor enfrentado al poema lo traduzca como si se encontrara ante un texto desconocido, sin sospechar desarrollos semánticos ni derivas experimentales que harían un estereotipo del poema originario del que parten. 
La novedad más notable de esta versión de la pieza de Mallarmé es la que el propio Rafael señala: la elección de “tirada” por “jugada”, no solo porque en español resulte más habitual sino porque también alude de modo directo al hecho simple y concreto del verbo. "Jugada" tiene una significación más amplia, alude a las veces en que se juega y se lanzan los dados; tirada alude directamente al hecho y efecto de la jugada, a la acción concreta de lanzar los dados. Esos dados que, según dijera Octavio Paz, son el ideograma de ese azar que constituiría tanto lo irreductible como el horizonte que las palabras jugarían a encarnar y franquear. 

         José María Piñeiro