martes, 20 de febrero de 2018

Reseña de La mirada perdida

Reseña en Frutos del Tiempo (7/02/2018)

La mirada perdida, de Alejandro López Pomares:
el interior de una historia. Por Javier Puig


La mirada perdida no es una novela convencional, ni una historia fácilmente deducible, sino un relato huidizo, que nos invita a leer de forma microscópica para extraer toda su densa sustancia. Los etéreos personajes se mueven sintiendo el misterio de vivir, centrados en sus sensibles introspecciones que parten de su oculto roce con el mundo. Viven en su forma más espiritual. Son anónimos, están apenas dibujados desde afuera. Hay pocos asideros inequívocos para conectar estas existencias errantes o superadas, nos volcamos en ellos sin un claro mapa de sus movimientos, pero lo que importa es que nunca se pierde el hilo de un sentimiento profundo, enlazado, muy bien descrito en ceñidas palabras.
No, no se puede leer esta novela como cualquier otra. Aceptemos prescindir de las amplias perspectivas, de las ubicaciones claras en el gran espacio de los acontecimientos mundanos. La magnífica prosa se sustenta en la búsqueda de lo poético, retuerce los vislumbres de la realidad hasta encontrar una significación secreta. Se hace necesario que el lector atienda este relato muy despierto. Los personajes transitan los escenarios de la vida desde una especie de sonambulismo que remite a las ensoñaciones que persiguen. Son vagamente reflexivos y se sienten extraños ante esa frágil conjunción de su interior con el mundo. Permanecen perplejos ante el ineluctable orden de la vida, inseguros de sus reafirmaciones.
La narración se desarrolla con atrevimiento, sin renunciar a los pasos inauditos, pero no se embriaga de osadías inútiles. Las descripciones del mundo exterior se limitan a los recovecos del espacio aparentemente común en los que se refleja el alma que los mira. El libro empieza con fragmentos que llevan el título de los anónimos personajes que lo integran: el joven, el niño, la mujer, el hombre, el anciano. En sus reapariciones, no es fácil reconocerlos. No hay necesidad de incidir en las constantes más evidentes. Apenas se abre el foco más allá de sus absorbentes y pequeñas continuaciones, de su intenso presente, y no alcanzamos a ver toda la amplitud de su biografía emocional. Lo importante aquí no es la rigurosa configuración de una personalidad, sino la extendida efusión de una esencia. Estos cortos capítulos podrían ser unos microcuentos muy precisos, escuetamente iluminadores, infinitos en su centro.
Los personajes no pretenden su estricta realidad sino tan solo ser fidedignas representaciones de una peculiar forma de sentir la vida. Hay un vuelco hacia la búsqueda del interior del instante, de indagación del tiempo que se vive, de íntima percepción de la vida, de persecución de una cerrada y mínima relación frente a la mayúscula existencia. Y para ello buscan una posición inédita ante un entorno abrumador, una perspectiva que los salve de la banalidad y los acerque al misterio de aquella parte de la conciencia que atiende la conexión decisiva. Y lo que sienten es siempre enigmático, es lo que se deriva del implacable contacto entre el ser y la frontera que nos sugiere paisajes del más allá habitados por seres inabordablemente ajenos.
La mirada perdida es un relato audaz, hecho de pura literatura, capaz de crear un clima que nos envuelve en los sucesos más recónditos de un mundo apenas abierto al exterior sino a través de sutiles conexiones. Es un libro que requiere de la atenta participación del lector, de su mirada alerta. A través del dominio de una prosa minuciosa, se desarrolla una narración íntima, intensamente apartada de las pautas de la cotidianidad más homologable. La sucesión de los momentos interiores es descrita desde una sólida ingravidez. Es este un libro que, como los buenos de poesía, nos invita a empezarlo de nuevo, a no abandonar esa cadencia que nos ha incluido en un sesgo del mundo que no habíamos hollado pero que en nada nos debe resultar ajeno.

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