Textos de libros

                       V

Sé que llega la noche, susurrando
sus razones heladas.

Ella lo puede todo
y todo lo decide,
mas ¿qué puedo hacer yo
si sueño que es de día, y la mañana
arrastra a este fantasma
hasta su alegre orilla
para decirle: corre,
inténtalo de nuevo,
vive banal en tus palabras, otra vez,
y atraviesa afluentes, otro día?

José Óscar López, Vigilia del asesino



Errática textura
Todos los tramos del edificio de la piel
conocen las etapas
del pretexto de la herencia y la historia.

La ley orgánica libera al dócil cuerpo amurallado.

La transacción que hay en el juego de dos niños
es más valiosa que las tablas de la Ley
y una caricia es la cesura del verso formado por dos cuerpos.

Sentir un órgano es devolver la paz a un continente,
y embarcar junto al otro es esparcirse en un océano.

El sueño y el selvático cielo
completan la trinidad de nuestra errática textura.
El tiempo siempre enhebra sus agujas
convirtiéndonos en un collar de perlas.

Jorge Sánchez López, Errática textura

 



Tras la puerta

Abro  la  puerta  y  el  mar  desemboca  en  el embellecedor
la entorno y cualquier cosa puede ocurrir:
un disparo de café
una ráfaga de esperma
la foto de una ola perdida

cada vez que cierro la puerta con llave
siento las alpargatas
su hojarasca
dónde llegar
cuántos libros leer
cuántas películas experimentar
y salir
cuando todo me llama a la botella de vino
abierta, compartida
con labios en sus bordes
y el desahogo en la cama
mientras  me  entretengo  en  paseos  de  trágico sonambulista

José Miguel Urbano Andrés, El sonambulista
                                                   



 
Y apenas queda nada para el final.

       Porque ya todo es pasado y poco más se escribe en la noche.

       Porque desde hace siglos nada murmuran las letras en los ojos, y las musas lejanas flirtean con nuevos inquilinos de otras tierras, de otros acentos.

        Porque el olvido es ley y la distancia su moneda.

       Porque todo tiende a su cauce, a su recto designio, a su recuerdo primero, prólogo del desastre.

        Porque no volverá a llover en la madrugada, como entonces.

       Porque cualquier canción hablada sonará en la bóveda del pensamiento y con ella, la imagen.

       Porque nunca dije aquellas palabras esperadas.

       Porque ya es tarde y poco más se escribirá en las futuras noches.

       Y sólo quedará cerrar este libro despacio.

José Luis Nieto Aranda, Diario de improvisaciones.
 



                                  IV

COMENZABA a llover en el momento
en que el último ferry lanzó sus alaridos
desde el centro del río, y era como si el cielo
escribiera en el agua pequeñas partituras
todas llenas de puntos.

Se fue haciendo más fuerte el sonido constante
de las gotas de pluma sobre papel de agua,
y el niño dio una vuelta, giró su cuello sucio
gastado de penumbras,
y se puso a observar atentamente
la azul caligrafía de bellísimos trazos
que le trajo esa noche la fortuna.


Sólo al cabo de un rato,
cuando arreciaba el agua
sobre la gris pizarra del río mortecino,
y se fue oscureciendo el color del cartón
que servía de suelo y acaso de mortaja.
Sólo entonces, recuerdo que se volvió a su madre
y en una rara suerte
mezcla extraña de rito y de costumbre,
guiñó su ojo derecho y esbozó una sonrisa
preludio de una huida cruzando entre los coches
hasta un portal cercano.


Cuando le vi alejarse
cogido de la mano de su madre
pensé en llamarle por un nombre cualquiera,
decir que había olvidado
en el suelo su cama
de cartón y tristeza.


Justo en ese momento,
en el momento exacto en que la vida
del niño dependía de mi boca,
se abrieron las compuertas
del ferry tras de mi
y una rubia platino con un escote a juego
me miró. Se reía
quizá porque ese grito consiguió despertarla
del sueño que producen los barcos
por la noche.

Yo sé que no existía.
Que era quizá un espectro.
Que era un brote de niebla
destinado a alejarme para siempre
del niño y de su madre,
del cartón, las gaviotas,
el borracho y el río.
Aunque al pasar mirara
y apretara su paso moviendo las caderas,
y el tacón afilado de un zapato amarillo
resbalara en el barro acumulado
en los surcos finísimos

que se abrían entre los adoquines.

Paco Moral, Cuando la noche calló sobre Lisboa.



Buscadores del sabor

Fósiles de nubes y bosques de algas
nos reclamaban las lágrimas
vertidas en la orilla
de los días sin encuentro.
Sabremos que los mares sin olas
son más crueles, y hieren
con saña las abiertas heridas
cuando los mitos se derrumban,
pues hay dioses frágiles que
se rompen como copas, y otros
duros como diamantes que
fracturan el cristal de la dicha.
Pero hay aires de seda
revelando el secreto de los ríos
que fluyen por nuestros sueños,
y círculos de águilas
merodeando las hogueras
donde arden las falsas leyendas.
Por eso nunca conoceremos
el sentido de los actos instalados
en las células de la memoria;
como renegados de la palabra,
buscaremos la sal de las cosas.


Rafael González Serrano, Mapa del laberinto.



                         I

Techo quieto surcado por palomas,
palpita entre los pinos y las tumbas.
El Mediodía justo enciende fuegos,
¡el mar, el mar, siempre vuelto a nacer!
¡Recompensa después de un pensamiento
contemplar ya la calma de los dioses!


                         V

Como la fruta se deshace en goce,
y en delicia su ausencia se convierte
cuando su forma muere en una boca,
aspiro aquí mi futura humareda,
y el cielo canta al alma consumida

el cambio de la orilla en su rumor.

Paul Valéry, El cementerio marino.