martes, 31 de mayo de 2016

Reseña de Cruzar el cielo

Reseña en Frutos del tiempo
(16 de mayo de 2016)

EL CIELO DE ADA SORIANO, por Elías Cortés

Hace algún tiempo leí un poema inédito de Ada Soriano titulado “La espada del Arcángel”, que me envió José Luis Zerón y al que, todavía masticando el desconcertante sabor acerado de los versos y con mi alma de inocente dragón a la defensiva, le comenté lo siguiente: “Ada tose una soledad de palabras que refulgen como espadas de arcángeles mientras hieren nuestro asombro”. Dichas sean estas intimidades con perdón de la mesa.
Hoy, tras beberme el libro “Cruzar el cielo” –donde aparece en toda su gloria el inquietante poema arriba aludido-, sigo pensando que las incisorias palabras de Ada, las tantas veces perturbadores versos de Ada nos abren el pecho en canal, en tanto cauterizan oscuros rincones del alma para hacer sitio a preguntas insomnes, sólo aliviadas por una desesperada certidumbre de que tienes ante ti lo bello:
Cruzar el cielo“Oh, San Miguel, Arcángel de las cohortes celestiales,
Siempre con la espada desenvainada,
Dispuesta para el duro combate.
Querías la gloria a cambio de eliminar a Satanás,
El deslenguado, el lascivo, el lujurioso.
Dicen que lo derrotaste, que lo arrojaste a la tierra.
¿Somos acaso sus descendientes?”
Aunque suene a pedantería muy lejos de mi ánimo, me apetece manifestar, mejorando lo presente, que si esto no trasciende el famoso diálogo platoniano del “Hipias Mayor” entre el sofista Hipias y el gran Sócrates acerca de la belleza (no resuelto acertadamente por ninguno de los dos, creo), que venga San Miguel y lo vea. Pero sin espada.
Lo cierto es que estas páginas que acabo de leer, estos poemas que he podido ver, tocar, oler, oír y saborear en toda su intensidad y calidez no sólo han despertado las mariposas que llevo dentro, sino que también me han dejado un amargo regusto de felicidad contenida ante la certeza de las dudas que plantea la autora: Esa aparente fragilidad que intenta encubrir a una mujer de armas tomar. Y no me refiero a nada bélico, sino a esas palabras suyas que acometen el espíritu de uno con el sabor a manzanas melancólicas y a rocío de mar de sus lunas irrepetibles; que nos movilizan ante la soledad, las ocasiones perdidas, las fobias sensualmente sublimadas:
“Nada que temer.
Pasará el vendaval por encima de nosotros,
Y el cielo, desinfectado y preparado,
Abrirá su vagina azul sobre el horizonte.
Expulsará la primera luz y mostrará su parto cósmico”.
A esto hay que añadir que siempre nos quedará el sol y esa canónica concupiscencia que nos acercan a la tierra, a los miedos refrenados por la eterna esperanza: Ese viaje al colosal cemento de Benidorm, a la geometría quebrantada por la leyenda sobre el caballero que ofrece, dando un tajo al pico de la montaña, un cacho más del astro rey para que arrope la agonía de la amada, y que concluye en una roca herida de espuma y azul:
“La roca, en la singularidad de su forma,
Alzó sobre el horizonte un ángulo.
División de azules”.
En la llamémosle metaempatía que, como tantos otros intento cultivar, junto a mi interés por identificarme con la autora, no puedo evitar dejarme arrastrar hacia las estrofas, introducirme en los versos de sus poemas y, aparte de lo ya dicho, me fijo en el tiempo, en las horas que pasan, en la vida que transcurre tras ellos a pesar de todo:
La suerte estaba echada.
El tiempo es un ogro que peca de gula”.
Porque si para algunos el tiempo es oro, para los poetas es una lenta tortura que conduce desde la profundidad insufrible del folio en blanco, hasta la laxitud pecaminosa y triunfal de haber concluido victoriosamente la búsqueda de sueños fantasmagóricos, pero cotidianamente pertinaces y tentadores: Ese amor a las cumbres, al verano, al mar, al hombre, a tantos poetas, especialmente a los suicidas con Sylvia Plath a la cabeza… A esto Ada Soriano, mientras nos invita “a respirar el sol de la tarde”, nos desplaza hasta los juncos y cañaverales perdidos, pero que están siempre ahí para trasladarnos al comienzo del mundo; a la “triste historia de un payaso y su chica de alto rango”, a “los tangos y boleros que disuelven el frío/ de las crudas noches de invierno” y a la Casablanca de “tócala otra vez, Sam”. Perdón, quiero decir a ese maravilloso final de “Vuelta”:
“Vuelve a cantar la de El Bardo, Papá,
La de El Bardo”.
Entremedias, la insistente memoria cuajada de humanidad filial, de ternura, de susurros:
Yo era Blancanieves sin madrastra (…)
Y mi padre era el héroe. Mi padre era una torre
De enanos superpuestos, un hombre alto”.
¡Ay!, ese anhelo de padre y de infancia. ¡Ay!, el regreso. Siempre el regreso –eternamente Íthaca- al tiempo de mecedora y canciones a través del camino de las palabras calientes, de la íntima y firme impresión de la autora de ser sólo ella dueña de sus cataclismos cuando, en una relación mágica, el que más y el que menos también los hace suyos, y de la misma manera naufraga sin remedio en sus sueños.
Finalmente necesito decir que esta mujer ya me hirió de muerte con sus obras “Poemas” de amor” y “Principio y fin de la soledad”, pero tengo que resistir; quiero seguir visitando esas lunas suyas tan ardientes, y bañarme en sus mares y en sus lluvias, pues, al leer este libro observamos que Ada nos agita ocasionalmente en la ambivalencia de enfrentarnos a un amor intenso hacia la vida, por una parte; y por otra, con un mínimo equipaje, a la muerte adelantada: “un cepillo de dientes sin usar/ ropa bien doblada y ordenada”. Sin embargo yo me inclino con rapidez por negarme a cruzar el incógnito cielo de Sylvía Plath. Que espere Sivvy tranquila en sus galaxias de esplendor y angustia ya reparada. Prefiero el cielo de Ada Soriano y sentarme al acecho de los próximos libros con que ella me endulzará ácidamente el alma. Al mismo tiempo aguardaré resignadamente, confiando que se retrase mucho, a que llegue el cartero “con su irremediable sorpresa”.
Cruzar el cielo. Editorial Celesta, Madrid, 2016
Elías Cortés

lunes, 23 de mayo de 2016

Entrevista a Ada Soriano

(miércoles, 11 de mayo de 2016)

Ada Soriano  (Orihuela, 1963)

Dedicada desde temprano a la actividad cultural, fue codirectora de la revista de creación literaria Empireuma y colaboradora de la revista socio-cultural La Lucerna. Ha publicado las plaquetas Anúteba (1987) y Alimentando lluvias (2000), así como los libros de poemas Luna esplendente o sol que no se oculta (1993), Como abrir una puerta que da al mar (2000), Poemas de amor (2011), Principio y fin de la soledad. Ha sido incluida en varias antologías y traducida al inglés y al rumano.
Recientemente se ha presentado su poemario Cruzar el cielo, publicado por la editorial madrileña Celesta.
¿De qué le salva la poesía?
Mire, la poesía me mata pero me salva. Y es por eso mismo que al salvarme, me mata. Es un callejón sin salida. Me asiste y me somete. Lo mismo se comporta como una buena amiga que como una hija de puta. Concluyo en que ser poeta es un infortunio.
¿Un verso para repetirse siempre?
No es un verso, pero me parece muy acertado.
“… es aterrorizador pensar que hay tantas cosas que se hacen y se deshacen con palabras…” Es de Rainer Maria Rilke.
¿Qué libro debe estar en todas las bibliotecas?
A pesar de las interpretaciones desde una óptica religiosa, que no comparto, sin duda alguna, la Biblia. Todo lo contiene. De hecho, es el Libro.
Amor, muerte, tiempo, vida…,  ¿cuál es el gran tema?
Todo lo que nombra es el tema.
¿Qué verso de otro querría haber escrito?
Tantos versos me han cautivado que me resultaría difícil elegir uno. Me resigno a quedarme con los míos.
¿Escribir, leer o vivir?
Vivir, evidentemente. Cuando muera…
¿Dónde están las musas?
Musas, inspiración… Soy más feliz cuando no llegan que cuando se presentan, ya que me siento más libre, a pesar de que no pueda escabullirme del todo. Es que tienen la desfachatez de plantarse delante de mí sin cita previa.
¿Qué no puede ser poesía?
Lo que no es poesía, aunque algunos se empeñen en demostrar que todo vale.
¿Cuál es el último poemario que ha leído?
La senda honda, de José Manuel Ramón y el poemario inédito –ya a punto de salir a la luz- De exilios y moradas,  de José Luis Zerón. No suelo atenerme a un solo libro. Quiero decir, que tengo la manía de llevar varios en danza. Actualmente he incluido en mis lecturas nocturnas una novela de Julio Llamazares que lleva por título Las lágrimas de San Lorenzo.
Si todos leyéramos versos, el mundo…
Sería muy raro, ¿no?
Tres autores para vencerlo todo.
A lo largo de mi vida me he identificado con muchos poetas de diversas nacionalidades, al igual que con otros que no son poetas, pero que de alguna manera me han hecho sentirme cómplice de sus actos. No sería justo que nombrase tan solo a tres.
¿Papel y lápiz, teclado o smartphone?
Papel y boli. Me da igual de qué tipo de papel se trate y el color de la tinta del bolígrafo. Cuando sucede lo inevitable, escribo donde pillo. Me da igual que sea en la nota de la lista de la compra, en el reverso de un recibo del banco o en los bordes del sobre de Iberdrola. Después llega el teclado. Es un proceso lento. El caos antecede al orden y a la pulcritud. No obstante, cada poema guarda en sus entrañas su naturaleza anárquica.

lunes, 9 de mayo de 2016

Acto de presentación de Las voces que me dicen

Rafael González y Paco Moral

"Todo arte es creación, y se halla por tanto subordinado al principio fundamental de toda creación: crear un todo objetivo, para lo cual es preciso crear un todo parecido a los todos que hay en la Naturaleza; esto es, un todo en el que se dé la precisa armonía entre el todo y las componentes no elaborada y exterior, sino interna y orgánica."
"Obra heterónima es la del autor fuera de su persona; la de una personalidad completa fabricada por él, como podría serlo la de cualquier de los personajes de cualquiera de sus dramas. Han hecho las obras heterónimas de Fernando Pessoa, hasta ahora, tres nombres de persona: Alberto Caeiro, Ricardo Reis y Álvaro de Campos. Su personalidad debe ser considerada como diferente de la del autor. Cada una de ellas forma una especie de drama, y todas juntas forman otro drama."

Nada queda

Nada queda de nada. Nada somos.
Un poco al aire, al sol, nos atrasamos
de la viciada sombra que nos pesa,
de la humilde tierra impuesta,
postergados cadáveres que engendran.

Leyes hechas, estatuas vistas, odas acabadas:
todo tiene su tumba. Si nosotros, carnes
a las que un íntimo sol da sangre, hemos
poniente, ¿por qué no ellas?
Somos cuentos contando cuentos, nada.
Fernando Pessoa


Paco Moral recitando a Pessoa

viernes, 6 de mayo de 2016

Reseña de Cruzar el cielo

Reseña en Mundiario

Un poemario sobre el dolor de la belleza: Cruzar el cielo, de Ada Soriano


La exclusividad de esta poetisa radica en esa continua tentativa de recuperar en el dolor, en el vértigo, en los riesgos, una clase de belleza inédita. 


"Sin perder un ápice de sus antiguas cualidades, ha sido capaz de construir unos poemas de mayor envergadura creativa, con una alta complejidad estructural, con más inflexiones, con más ritmos; en definitiva, dotados de una mayor variedad en las técnicas y en los enfoques, que van de lo introspectivo a lo contemplativo, pasando por lo narrativo y lo biográfico.", comentaba Javier Puig en Mundiario sobre la poesía de Ada Soriano hace unas semanas.
  No puedo estar más de acuerdo con estas palabras, pues este nuevo libro de la poetisa de Orihuela, publicado en Celesta, confirma una evolución personal que tiende cada vez más a identificar un estilo propio, inherente a una forma de ver el mundo que busca en la sutilidad una visión destructiva a la vez que reveladora de la belleza efímera de nuestro entorno.
  No hay un tono apocalíptico en la poesía de Ada Soriano, pero si una tentación, en Cruzar el cielo, de contemplar, bajo una fragilidad inquietante, todo aquello que a ella le obliga a reflexionar (la enfermedad, un recuerdo de la infancia o un viaje con su hijo): “Cuando el viento arrecia con aullidos de lobo,/ el cielo se apelmaza./ Una manta de ceniza, una tapadera que pesa como el plomo./ Yo quedo aislada, agazapada en el lento transcurrir/ de un tiempo lineal.” (pág. 28).
  En esa elemental inconsistencia se construye su particular mundo, redefinido una y otra vez por esa búsqueda de la nostalgia como una hermosa manera de persistir en la soledad, como si la soledad fuese un preciado bien, un insondable otro que procura siempre la serenidad diletante del que no desea saber más. Su particular distancia del presente, ese desamparo intencionado, convierte esa fragilidad del cuerpo, de su cuerpo, de la vida que vive ella, en un motivo literario que la acerca tantísimo a Sylvia Plath o a Concha García: “La crisálida queda sola, en la esquina de una caja perforada/ o colgando de una rama./ Una espléndida mariposa exhibe su delicada feminidad/ agitando sin temor sus bellas alas./ Rozar el cielo es su ambición” (pág. 19).
  Ada Soriano no se aleja de temas clásicos como son la caducidad de la vida, el sinsentido de la muerte o la enfermedad, pero la exclusividad de esta poetisa radica en esa continua tentativa de recuperar en el dolor, en el vértigo, en los riesgos, una clase de belleza inédita, perturbadora, sin dejar de ser apolínea, con el fin de  introducirnos en esa paradoja de admirar que, hasta en lo más terrible, hay un hálito de vida, una sincera reconciliación con un ideal de felicidad, esa que nos permite seguir fingiendo en este mundo, en cada una de nuestras existencias. Algunos de los poemas de amor de este libro se escriben desde una nostalgia que me atrevería a llamar "nostalgia futura", pues los encuentros están condenados a este tierno desamparo en el presente y después de los años: "Tus labios y mis labios, inmersos en su creación, se alejan del mundo" (pág. 13).
  En una entrevista a la revista literaria La Galla Ciencia, Ada Soriano confesaba lo siguiente al escritor José Luis Zerón: "La lectura ha significado mucho en mi vida, desde los clásicos hasta los actuales. Y cuando digo actuales, incluyo a mis amigos poetas, a los de Orihuela y a los que son de otras ciudades; a los que he tenido el placer de conocer personalmente. He aprendido mucho de mis conversaciones con ellos y, doy por hecho, que esto es recíproco. Yo lo defino como una dosis de afecto que lleva inscrita la palabra complicidad."
   Quizá esa complicidad y esa necesidad de la lectura como constante forma de regeneración en la vida y en la palabra ubican a este poemario en un punto de inflexión importante en la evolución de Ada Soriano, porque su escritura profundiza sin lugar a dudas en un espacio imaginario afín a esos textos trascendentales de Plath o de Maillard.

Manuel García Pérez