Reseña en Mundiario
Un poemario sobre el dolor de la belleza: Cruzar el cielo, de
Ada Soriano
La exclusividad de esta poetisa radica en esa
continua tentativa de recuperar en el dolor, en el vértigo, en los riesgos, una
clase de belleza inédita.
"Sin
perder un ápice de sus antiguas cualidades, ha sido capaz de construir unos
poemas de mayor envergadura creativa, con una alta complejidad estructural, con
más inflexiones, con más ritmos; en definitiva, dotados de una mayor variedad
en las técnicas y en los enfoques, que van de lo introspectivo a lo
contemplativo, pasando por lo narrativo y lo biográfico.", comentaba
Javier Puig en Mundiario sobre la poesía de Ada Soriano hace unas semanas.
No
puedo estar más de acuerdo con estas palabras, pues este nuevo libro de la
poetisa de Orihuela, publicado en Celesta, confirma una evolución personal que
tiende cada vez más a identificar un estilo propio, inherente a una forma
de ver el mundo que busca en la sutilidad una visión destructiva a la
vez que reveladora de la belleza efímera de nuestro entorno.
No hay
un tono apocalíptico en la poesía de Ada Soriano, pero si una tentación, en Cruzar
el cielo, de contemplar, bajo una fragilidad inquietante, todo
aquello que a ella le obliga a reflexionar (la enfermedad, un recuerdo de
la infancia o un viaje con su hijo): “Cuando el viento arrecia con
aullidos de lobo,/ el cielo se apelmaza./ Una manta de ceniza, una tapadera que
pesa como el plomo./ Yo quedo aislada, agazapada en el lento transcurrir/ de un
tiempo lineal.” (pág. 28).
En esa
elemental inconsistencia se construye su particular mundo, redefinido una y
otra vez por esa búsqueda de la nostalgia como una hermosa manera de persistir
en la soledad, como si la soledad fuese un preciado bien, un insondable otro
que procura siempre la serenidad diletante del que no desea saber más.
Su particular distancia del presente, ese desamparo
intencionado, convierte esa fragilidad del cuerpo, de su cuerpo, de la
vida que vive ella, en un motivo literario que la acerca tantísimo a Sylvia
Plath o a Concha García: “La crisálida queda sola, en la esquina de una caja
perforada/ o colgando de una rama./ Una espléndida mariposa exhibe su delicada
feminidad/ agitando sin temor sus bellas alas./ Rozar el cielo es su ambición”
(pág. 19).
Ada
Soriano no se aleja de temas clásicos como son la caducidad de la vida, el
sinsentido de la muerte o la enfermedad, pero la exclusividad de esta
poetisa radica en esa continua tentativa de recuperar en el dolor, en el
vértigo, en los riesgos, una clase de belleza inédita, perturbadora, sin dejar
de ser apolínea, con el fin de introducirnos en esa paradoja de
admirar que, hasta en lo más terrible, hay un hálito de vida, una sincera
reconciliación con un ideal de felicidad, esa que nos permite seguir
fingiendo en este mundo, en cada una de nuestras existencias. Algunos de los
poemas de amor de este libro se escriben desde una nostalgia que me atrevería
a llamar "nostalgia futura", pues los encuentros están
condenados a este tierno desamparo en el presente y después de los años:
"Tus labios y mis labios, inmersos en su creación, se alejan del
mundo" (pág. 13).
En una
entrevista a la revista literaria La Galla Ciencia, Ada
Soriano confesaba lo siguiente al escritor José Luis Zerón: "La
lectura ha significado mucho en mi vida, desde los clásicos hasta los actuales.
Y cuando digo actuales, incluyo a mis amigos poetas, a los de Orihuela y a los
que son de otras ciudades; a los que he tenido el placer de conocer
personalmente. He aprendido mucho de mis conversaciones con ellos y, doy por
hecho, que esto es recíproco. Yo lo defino como una dosis de afecto que lleva
inscrita la palabra complicidad."
Quizá esa complicidad y esa necesidad de la lectura como constante
forma de regeneración en la vida y en la palabra ubican a este poemario en un
punto de inflexión importante en la evolución de Ada Soriano, porque su
escritura profundiza sin lugar a dudas en un espacio imaginario afín a
esos textos trascendentales de Plath o de Maillard.
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