José Luis Zerón, Mª Engracia Sigüenza y Mateo Marco Amorós
Sobre el estruendo del mundo se
precipitan los versos.
Afortunadamente, tenemos que
añadir. Y caen como polen. Un polen terapéutico por impregnarnos de poesía en
este mundo excesivo de ruidos. Curándonos. Y como poesía fiel a la poesía, las
palabras nos sanan y salvan por preciosas y precisas. Palabras especialmente
necesarias en estos días en los que se consume una primavera húmeda y rara.
Primavera al cabo. Pero versos que también servirán para toda estación de la
vida con sus veranos cálidos y pesados. Con sus otoños de soledades y desnudeces.
Con sus inviernos fríos.
Los que somos y nos sentimos del
otoño nos veremos muy reflejados en un poema de El fuego del mar titulado "Otoño". Un magnífico poema,
para no obstante, como hemos dicho del poemario en general, para toda estación
de la vida.
Uno agradece esta polinización
poética –decíamos– que nos concilia con las palabras oportunas, explicativas de
los momentos eternos. Palabras preciosas y precisas –también hemos dicho–, necesarias
para decirnos lo esencial.
Esto es lo que uno, más lector
que poeta, humildemente pide a los versos. Precisión frente a nuestro hablar
cotidiano. Utilidad y tino frente al decir usual excesivamente tópico, decir
usual excesivamente convencional. Decir usual que por tópico y convencional,
resulta inútil para explicarnos lo fundamental, inservible para explicarnos a
nosotros mismos. Defectuoso para conocernos, para saber qué somos. No así las
palabras transformadas en poesía que nos trae María Engracia Sigüenza en su libro.
El fuego del mar se nos presenta en tres
fracciones: "El espíritu de Gea", "Atenea y las Musas" y
"La mirada de Cronos".
En la primera fracción –así lo
confiesa la autora– la naturaleza, la vida y el amor sugieren las
composiciones.
En la segunda, manda la inspiración
inducida por el arte, por las artes: la música, la literatura, la pintura... Es
esta sección, en gran parte, un honrado homenaje a los creadores. Leyéndola,
nos ha traído a la memoria –y salvemos las distancias que haya que salvar– la
magnífica obra de Daniel J. Boorstin
titulada, precisamente, Los creadores.
Al cabo somos herederos de todo lo precedente. Y lo precedente legatario de una
eternidad. Pero para llegar a este homenaje que rinde la poeta en "Atenea
y las Musas" es preciso desprenderse de vanidades y ver en el legado de
los demás, en lo que nos sugieren las sabidurías de los otros, las respuestas
que buscamos. Así, en esta segunda parte María
Engracia se desprende agradecida a sus "musas", en cada poema, en
cada verso.
El tercer apartado, aun teniendo
presente la inquisitiva e inevitable mirada de Cronos –del Tiempo y la muerte– resulta balsámico. Tiempo escrito
con mayúscula como en el poema "Crepúsculos". Escrito con mayúscula
como de pequeños nos enseñaron a escribir la palabra Dios. Dice la autora con
una ternura brutal, insisto con una ternura brutal, que son reflexiones sobre
el tiempo y la necesidad de reconciliarme con la muerte mirándola sin miedo en
los ojos de la vida.
Hemos dicho conscientemente
ternura brutal y lo hemos repetido y lo repetimos –ternura brutal– para jugar
como juega con sagacidad Sigüenza
Pacheco, en todo el libro, con conceptos opuestos. En ocasiones
aparentemente opuestos. Conceptos opuestos –oxímoron dicen los analistas del
lenguaje figurado– y también paradojas, que más que contrariar reafirman la
idea que pretenden transmitir:
—Aurora y ocaso.
—Vivir muriendo.
—Perdedores invictos.
—Caos del universo versus orden
de la vida.
—Fragilidad de los mortales
versus poder de los dioses.
—grito mudo
—Realidad o sueño, / certeza o
anhelo.
—Bálsamo o revulsivo / (...)
huracán que sosiega.
—la salud de los enfermos.
—"Los recuerdos del
porvenir".
—Heridas que curan.
O esa paradoja que cierra el
poema magistral y misterioso titulado "La visita", dedicado a su
hermana. Poema magistral y misterioso, insisto:
y regreso al mañana.
O el vivir muriendo. En
"Vivir".
Como en otro titulado "Tú y
yo" se enfrentan:
—vida y muerte
—dicha y pena
—sombra y luz.
Oxímoron y paradojas y más
paradojas, especialmente, en el titulado... "Paradojas":
(...) corazones de fuego /
creciendo en una tierra polar, / (...) palpitar de las flores / en los jardines
de hielo. // (...) crepúsculos
Conceptos aparentemente opuestos
pero que reafirman la idea que pretenden transmitir. Y concilian la diversidad.
Y la embellecen. Versos –recordamos– que caen como polen / sobre el estruendo
del mundo.
Afortunadamente.
Versos plenos de hermosuras.
Sirvan de ejemplo los escritos
en "Amor":
y el faro de la luna / iluminó
sus vidas.
O el que se escribe en
"Todo":
la explosión de sol de los
girasoles.
O...
tejeremos el tapiz sagrado del
recuerdo, que se dice al final del titulado "Luchas".
O... el gran piano del mar. Ésto
en el titulado "Euterpe".
O ese magnífico verso abierto
con el que termina "La Medusa":
Pero algunos días eran
luminosos...
Y qué decir de esos versos
finales del poema "Tu recuerdo" dedicado –como todo el libro– al
padre–:
Ahora debes alejarte, / debes
regresar / al fondo de mi alma.
Escribía Muñoz Molina en El viento de
la luna:
Debería
uno conservar el recuerdo de la última vez que caminó de la mano de su padre.
El
poema de Maria Engracia es precioso
homenaje al padre. Y todo el libro un caminar de la mano de un padre-origen.
Caen los versos / como polen / sobre el estruendo del mundo. Decimos y
repetimos aprovechando versos finales del libro que presentamos. Y es que resulta
que al tiempo que preparamos algunas palabras para presentar el libro de
María Engracia Sigüenza nos ha
llegado otra obra de un amigo también poeta. Un libro que por estar pendiente
de concurso hemos de guardar la pertinente discreción. Todo esto cuando en el
tintero y sobre una pila de libros aún queda por atender, vibrando de
intensidades, el Dondequiera que vague el
día de Ada Soriano.
Versos
y más versos. Que nos llegan –bendita sea– como bebedizo curativo. Purgante
contra la realidad. No porque la solucionen, es más, a veces los versos
redundan como sal sobre las heridas de la vida; pero nos salvan porque nos la explican.
El veintitrés de enero
de 2009, el nobel José Saramago bajo
la pregunta-título "¿QUÉ?" escribía en su blog:
Las preguntas "¿Quién es?" o "¿Quién
soy?" tienen respuestas fáciles: uno cuenta su vida y así se presenta a
los otros. La pregunta que no tiene respuesta se formula de otra manera: ¿Qué
soy yo? No "quién", sino "qué". La persona que se haga esta
pregunta se enfrentará a una página en blanco y lo peor es que no será capaz de
escribir una sola palabra.
La
reflexión de Saramago parece una
reflexión contra escritores desde la derrota de quien precisamente escribiendo
nos ha explicado y descubierto tanto el quiénes somos. María Engracia Sigüenza, ejerciendo de poeta, supera el reto que
nos plantea el nobel, respondiendo no solo al qué soy sino también –nos lo
advierte Zerón en el prólogo– respondiendo
a esos interrogantes eternos que aparecen en el poema titulado... "Eternidad":
¿De
dónde venimos?
¿Hacia
dónde vamos?
¿Quiénes
somos en realidad?
La
respuesta a estas preguntas que nos ofrece la poeta es tan genial como hermosa.
Pero no considerando oportuno hacerles de spoiler,
destripándoles o arruinándoles la respuesta genial y hermosa, habrán de conocerla
y disfrutarla ustedes leyendo el poema.
Leyendo
el poema y el libro. Pues contra el pesimismo o maldición de Saramago, en El fuego del mar se nos aclaran muchas incertidumbres. O al menos
se nos consuela asumiéndolas humanas. Sirva de ejemplo el poema titulado
"Dolor" que contradice el célebre poema "Lo fatal" de Rubén Darío. El de: Dichoso el árbol,
que es apenas sensitivo, / y más la piedra dura porque esa ya no siente(...)
Los
versos de El fuego del mar si no responden
las incertidumbres con certezas, sí asumen la realidad humana. No la esquivan. Ofreciéndonos
estrategias de búsqueda. Una aceptación de la realidad no resignada, sino
asentida como irremediable y hasta transmutándola en hermosa realidad vital.
Incluida la muerte. No tengo miedo a la muerte –vendría a decirnos Unamuno–. Tengo miedo a morirme.
En El fuego del mar las incertidumbres en
muchos casos se clarifican o asumen recurriendo –también lo advierte Zerón– a la mitología griega.
En Así vivían en la Grecia Antigua cuenta Raquel López Melero que en la formación
de los griegos, una vez que el escolar sabía leer y escribir con corrección, se
iniciaba en el aprendizaje memorístico de grandes fragmentos de los principales
poetas. El preferido era Homero, ya
que en los dos poemas que se le atribuían, la Ilíada y la Odisea,
creían encontrar los griegos todo tipo de enseñanzas. Hesíodo, Solón y los
autores dramáticos aportaban asimismo (...) unas enseñanzas que incluían
principios de moralidad pública y privada, estímulos respecto a la actitud
frente a los dioses y frente a la patria, (...).
Principios
de moralidad pública, estímulos... Al cabo valores. Discutibles, los clásicos, si
queremos, algunos, como valores. Pero materia para discernir. Es de agradecer
que María Engracia nos devuelva y
nos vuelva con El fuego del mar a lo
clásico en una labor que podemos definir, si se nos permite, como de
arqueología poética.
Los
que nos dedicamos a la Enseñanza vemos con cierta preocupación cómo se
derrumban con una rapidez irremediable los referentes culturales compartidos
–antes– entre generaciones. Y ahora es como si todo se hubiera convertido en
cosa de usar y tirar. En azucarillo que se disuelve ante el líquido de la
inmediatez.
Por
ejemplo, las películas que se estrenarán mañana, que algunas hace años darían
para cineforum, charlas de café, referencias durante años, pasado mañana serán
viejas. Y olvidadas. Acaso, no lo digo en broma, algunos nexos nos los salven
los Simpson. Lo digo con
conocimiento de causa porque cuando he querido recurrir a algunas de esas
herencias y referencias culturales compartidas entre generaciones pasadas, algún
alumno me dice que lo ha visto en los Simpson.
Lo que ya no sé si alguien evitará, como ya años me pasa, el que mis alumnos me
corrijan cuando digo, refiriéndome a la diosa alada de la victoria, Niké o Nike.
Ellos me dicen que se dice naik.
Por
todo lo dicho, bienvenida sea esta presencia de lo griego –esta arqueología
poética– en El fuego del mar. Por recordarnos
al cabo en todo el libro el verso de Horacio:
Graecia capta ferum victorem cepit et artis
intulit in agresti Latio.
(La Grecia conquistada introdujo en la agreste Roma, el
reguero de dioses de la cultura y de la ciencia).
Habitantes,
nosotros, en este contemporáneo y agreste Lacio que estamos haciendo del mundo,
cada vez más agreste, cada vez más rudo, bienaventurada sea la recuperación de
las sensibilidades del clasicismo. Es el Graecia
capta ferum victoriem cepit... –la Grecia conquistada conquistó al bárbaro
conquistador– que nos recuerda Indro Montanelli, al tiempo que nos
trae la siguiente reflexión:
El
historiador inglés Maine ha dicho
que todos nosotros somos aún colonia de ella [Grecia] porque, salvo las ciegas
fuerzas de la naturaleza, todo lo que en la vida de la Humanidad evoluciona es
de origen griego. Tal vez exista una "retórica de Grecia", como
existe una de Roma, que altera un poco las proporciones de su contribución. Mas
nadie podrá negar que haya sido inmensa y, sobre todo, que hayan sido varios,
vivaces y fascinadores sus protagonistas.
Hace
unos años, estando en expectativa de destino trabajé en el Instituto de El
Campello. Fue cuando el boom urbanístico que sí que había afectado ya a gran
parte de nuestro litoral todavía no había llegado a la población marinera. El
boom urbanístico empezaba pero todavía El Campello era El Campello. Pronto y
rápidamente dejó de serlo.
Providencialmente
aquel curso, además de impartir asignaturas de mi especialidad en Geografía e
Historia tuve que completar horario con un grupo de Lengua y Literatura.
Entonces me puse en manos del Departamento que dirigido por el catedrático Juan Luis Tato venía desarrollando para
el nivel de primero de BUP un proyecto innovador para la enseñanza de la lengua
castellana. Un proyecto que consistía en la lectura y el análisis, con
actividades muy creativas y verdaderamente instructivas, de la Eneida de Virgilio. No es menester señalar la valía de este texto latino
heredero de la tradición clásica que venimos diciendo. Por esto apreciamos que
en El fuego del mar se nos devuelva
esta tradición, se nos retorne al clasicismo.
Muchos
mitos nos refuerzan contra nuestros miedos. Porque nos traen, aun arriesgando
consecuencias, valores: Artemisa, la destreza. Pandora, la curiosidad... Lilith
–tan tildada de maldades– no deja de sugerirnos la libertad... Somos "Grecia" pero... pero... Y
también nos lo recuerda María Engracia
somos "naturaleza". Y entre la naturaleza, lo enigmático del mar. Donde
el origen, pero también el destino donde volvemos a nacer. Por lo que sabemos
del mar, pero más –siendo origen del origen– por lo que desconocemos. Una
naturaleza de la que somos fusión porque somos agua y, desde un grito con
exquisitez femenina, mujer, raíz y fruto. Una naturaleza que sabiéndola
escuchar, sabiéndonos de ella, nos dicta poesía: Así la música de la tierra.
Así el viento que susurra.
La
respuesta, mi amigo, / está flotando en el viento. La respuesta está flotando
en el viento —canta Bob Dylan.
Somos
"Grecia", somos "naturaleza" y somos "Cosmos". Y
la salvación acaso esté en sentirnos parte, aun insignificante, del Cosmos.
Así, fuimos antes de ser, somos siendo y seguiremos siendo después de ser.
Perdón
si estas palabras mías de ahora les parecen un juego propio de trilero. Pero si
nos fundimos en el Cosmos, resulta así.
Somos
"Grecia", somos "naturaleza", somos "Cosmos" y...
Y también recuerdo.
En Sostiene Pereira de Antonio Tabucchi naturaleza y recuerdo se funden en una escena
bellísima. Es cuando el periodista Pereira
interrumpe de forma repentina su viaje, en tren hacia Parede, para bañarse en
la playa de Santo Amaro. El médico Cardoso
apreciará que lo que atrajo a Pereira
fue la naturaleza, mas Pereira
considera que posiblemente lo que provocó su decisión de interrumpir el viaje
fueron los recuerdos.
En
el poema "Crepúsculos" destaca María
Engracia la importancia del recuerdo. La memoria nos salva. Nos salva o,
también, nos atosiga. En este sentido resulta precioso el poema titulado
"Madre" donde el pasado, el recuerdo, se intuye amenazante. Contra
él, contra el presente que recuerda o acaso contra la muerte, se escribe:
No
cierres los ojos madre, / ¡mírame!
Y
termino.
Decíamos
al principio de nuestra presentación que estos días de primavera rara nos
llegan –bendita sea– versos como bebedizo curativo. Purgante contra la realidad.
No porque la solucione sino porque nos concilian con el mundo y con nuestros
semejantes. Y yo lo agradezco.
El
presidente Kennedy apenas un mes
antes de ser asesinado pronunció un discurso en la universidad de Amherst. En
él, homenajeando al poeta Robert Frost,
dijo:
Frost consideró a la poesía como el
medio para salvar al poder de sí mismo. Cuando el poder lleva al hombre a ser
arrogante, la poesía le recuerda sus limitaciones. Cuando el poder restringe
las áreas de preocupación del hombre, la poesía le recuerda la riqueza y la
diversidad de su existencia. Cuando el poder corrompe, la poesía limpia, puesto
que el arte establece la verdad humana básica que actúa como punto de
referencia de nuestro juicio.
Poesía
frente a la arrogancia. Poesía para enriquecer nuestra existencia. Poesía
purificadora.
Es
por esto por lo que agradezco versos como los de El fuego del mar. Versos que caen como polen / sobre el estruendo
del mundo.
Muchas
gracias.
Magnífico el texto de Mateo Marco. Todas las citas me parecen brillantes, y el final con el excepcional discurso de Kennedy homenajendo al poeta Robert Frost,en Amherst, cuna de Emily Dickinson. Y no se puede terminar mejor:" Poesía frente a la arrogancia. Poesía para enriquecer nuestra existencia. Poesía purificadora. (...) Versos que caen como polen sobre el estruendo del mundo". Me encanta.
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