Reseña en empireuma (3/02/2020)
El cine es
la vida. Ha llegado a serlo, tras aparecer, equívocamente, en el horizonte de
la historia como un mero invento, como un sorprendente artilugio capaz de
representar imágenes en movimiento, tal y como estaba persiguiendo,
experimentalmente, el hombre desde las últimas décadas del XIX. Es por ello que
el cine es el ejemplo más notorio de alianza entre la tecnología y el arte,
pues su producto –el film– se ha convertido en la forma narrativa por
excelencia.
El cine es la memoria
del hombre, tal y como lo son los poemas homéricos sobre los orígenes mitológicos.
Y si el cine es la vida, el registro que pretenda hablar de él de un modo más o
menos profesional, más o menos crítico, tendrá que ser, en principio, tan poco
dependiente de tendencias o modelos como generoso en sus consideraciones.
Por mucho que podamos
referirnos a la autoridad de las Academias de cine, a los análisis semióticos
de los textos fílmicos, a las últimas derivaciones de la reflexión filosófica
aplicada al desciframiento de las imágenes sucesivas tal y como ya
hiciera Guilles Deleuze, el cine requiere, sobre todo, una mirada
como la que el propio cine articula: multidireccional y humana, simbolizante y
descriptiva, cualitativa, sobre todo con respecto a cualquier azar o detalle que
resulte significativo en el desarrollo narrativo, y por lo tanto abierta a lo
que la fábula cinematográfica pretenda decirnos de los destinos del alma
humana. El cine y la vida: quién copia a quién resulta,
al final, baladí, aunque la interpretación más sorprendente y misteriosa pueda
ser la de que es la vida o la naturaleza la que copia al arte, y no
al revés.
Digo todo esto porque
el comentario, más que el análisis, que Javier Puig va
exponiendo en esta selección de películas, visionadas repetidamente y con
pasión, resulta tan mesurado como preciso, al no depender de otra técnica
crítica que la que propician los propios sentidos alertas en la recepción del
film.
Precisamente esa
semejanza entre el cine y la vida, hace que la significación última de toda
película no dependa de los balances de hermenéuticas o semióticas diseñadas
para tal discurso, lo cual facilita que cualquier buen espectador pueda
realizar exámenes tan válidos como sorpresivos. En este caso el buen criterio
de Javier Puig y su capacidad descriptiva, nos introduce en el decurso profundo
de la película en cuestión, haciéndonosla ver por primea vez o estimulando en
nosotros el deseo de verla de nuevo.
La bibliografía sobre
cine no exime, independientemente de sus atributos intelectuales, de cierto
glamour. Esta obra de Javier, que es la selección de una serie de comentarios
sobre cine publicados en la red, no sé si cumple con este requisito, pero sí
que se suma a lo más distinguido e ilustrativo que, al menos, por estos lares,
se ha publicado sobre el Séptimo Arte.
El cine consiste en
contar historias. Y Javier Puig, al comentar las películas que ha visto, también
nos cuenta y nos describe lo que ha visto. Aquí la emoción nos muestra que
Javier tiende a posicionarse en el disfrute entrañable, es decir, consciente,
de la película –como tiene que ser, diría yo– sin que tal posición
disperse o determine la perspectiva de esa mirada fílmica sobre la que se
arroja, a su vez, la mirada de nuestro amigo, pues el cine es también filmación
de atmósferas, en la que todo –contaste fotográfico, duración de secuencias,
impacto del sonido– contribuyen a tal expresión ambiental.
Creo que, en
definitiva, a lo que este libro de Javier Puig invita es a que sigamos disfrutando,
aprendiendo con el cine. Su experiencia catártica consiste, fundamentalmente,
en estas dos cosas.
El libro, publicado por
la editorial madrileña Celesta, se presentó en la librería Códex de Orihuela el día 30 de enero pasado.
José María Piñeiro
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