viernes, 8 de febrero de 2019

Presentación de Los libros que me habitan

José Luis Zerón y Javier Puig

UNA BIOGRAFÍA LECTORA

Javier y yo nos conocimos hace aproximadamente veinticinco años. Desde el primer encuentro surgió entre nosotros una relación especial de amistad y literatura. Desde entonces hasta hoy hemos intercambiando confidencias y reflexiones, compartido espacio en antologías, revistas y blogs y seguimos participando en numerosos empeños culturales; así que puedo decir con conocimiento de causa que me extraña mucho que Javier haya tardado tanto en publicar ese primer libro que sus amigos esperábamos desde hace tiempo, por ello este acontecimiento gozoso que celebramos aquí, en nuestra querida librería Códex, es también un acto de justicia. Enhorabuena, Javier. Ya tocaba.
            Javier Puig se ha decidido por una recopilación de cuarenta artículos referidos a la literatura, agrupados bajo un título hermoso y muy adecuado: Los libros que me habitan, en edición de la madrileña editorial Celesta que dirige Rafael González Serrano; editorial asentada que no teme apostar por escritores de calidad que publican por primera vez. Javier es un escritor polifacético y cultivado que escribe y vive con la honestidad como brújula. Su opera prima podría haber sido un libro de cuentos, una recopilación de entradas del diario que escribe desde hace años, un poemario o una recopilación de reseñas de cine (Javier es un cinéfilo impenitente), pero ha optado por una selección de textos sobre los libros “que le han motivado a escribir”, como el mismo autor subraya en el prólogo. Algo así como un canon literario inevitablemente incompleto, ya que se ha quedado fuera mucho material por falta de espacio. Estos artículos han ido apareciendo durante los últimos seis años en publicaciones digitales como La Galla Ciencia, Mundiario o Frutos del tiempo y, según confiesa el mismo autor, son lecturas “que me han producido un sentir cercano a la devoción”.
            Cuando terminé de leer Los libros que me habitan me vino a la mente la frase de François Mauriac que Federico García Lorca utilizara como título para una de sus conferencias: Dime lo que lees y te diré quién eres. También recordé el neologismo “biografema” inventado por el semiólogo Roland Barthes, quien sostenía que se puede rastrear la biografía de un autor a través de sus propios libros, pues este siempre deja en su escritura una serie de destellos biográficos que conforman algo así como “una historia pulverizada”. Digo esto porque Javier traza un autorretrato involuntario en este libro, no solo a través de los autores y libros escogidos, también por los pequeños retazos autobiográficos insertados en los textos a modo de cuña evocadora (hay recuerdos e incluso confesiones), así como por las breves opiniones y partículas críticas que contienen indicios de la visión estética del autor y de su concepción de la vida. Es por eso que no podemos leer estos textos como meras reseñas literarias, pues no lo son. La reseña literaria surgió con el auge del periodismo cultural y de alguna manera siempre ha estado vinculada a la industria del libro. Javier se desvincula por completo de la ortodoxia exigida a una reseña, pues omite en la mayoría de los textos, datos que le parecen accesorios, irrelevantes o poco sustanciales para lo que él quiere transmitir, como son el nombre de la editorial y del traductor (si el libro no está escrito en español), la fecha de edición, etc. Tampoco se pueden considerar ensayos pues no son muy extensos y carecen de referencias bibliográficas y del idiolecto especializado propio de este género literario. Me atrevo a afirmar que estos comentarios (así los llama el propio autor) pertenecen a un género mestizo, ya que surgen del acoplamiento del artículo o reseña literarias, la entrada de diario (muchos de los textos tienen su germen e incluso su desarrollo en las páginas del diario del autor) y el ensayo breve.
            Todos los textos están escritos desde la devoción, el placer y la libertad, al margen de convenciones y manierismos propios de los eruditos, académicos y profesionales del ramo literario. No hay ninguno rutinario o de relleno. Hay en ellos una tensión entre lo objetico y los especulativo; pero el autor no juzga, ni emplea discursos apologéticos, si acaso desliza algún apunte crítico muy breve, como cuando dice que el personaje de Francisco Umbral nunca le cayó simpático o reconoce que La muerte de Virgilio, de Hermann Broch puede haber tenido poco éxito en España (escasamente editada) por ser demasiado elitista, filosófica y conceptual. Pero este tipo de consideraciones mínimas en ningún momento empañan la emocionada admiración que Javier tributa a “sus” libros, pues son para él obras vivas con las que se identifica y se siente cómplice una vez aprehendidas.
La escritura de Los libros que me habitan es reflexiva, lúcida, elegante, veraz, levemente digresiva. Destaca, sobre todo, la precisión léxica y la sintaxis pulcra. No hay en ella aspavientos retóricos, ni alardes de estilo prefabricado, ni una exhibición erudita. El autor hace un resumen del argumento o la temática del libro escogido y procede a una valoración que bascula hacia la impresión subjetiva: lo que ha supuesto para él, lo que más le ha aportado como lector y lo que podría aportar a otros lectores. En ningún momento trata de hacer análisis comparativos ni pretende encasillar los libros leídos en movimientos o corrientes literarias. Como decía anteriormente, Javier Puig no utiliza aparato crítico en sus textos; sus opiniones se cimentan en la sobriedad, el equilibrio y la honestidad. La mayor virtud de  este libro es que logra la complicidad con el lector de tal modo que uno siente la necesidad imperiosa de leer a los autores y libros escogidos. Javier Puig no es, pues, uno de esos lectores fanáticos que intenta imponer por las bravas sus lecturas. Él transmite quedamente, sin énfasis ni razonamientos excesivos, su pasión lectora; imanta al lector empleando la sugerencia, la sutileza analítica no exenta de una vibración celebratoria. Javier tampoco es uno de esos insufribles devoralibros compulsivos que digieren cualquier tipo de escritura, ni es un lector hipercrítico dispuesto siempre a la lectura beligerante. Es solo un buen lector, un lector inteligente y generoso, una mente viva y despierta, cuya amplitud de miras le permite transmitir su gozo lector a otros lectores, compartir con ellos los descubrimientos, las impresiones, los matices de tal o cual libro sobre el que ha escrito. “Yo amo el arte no concebido como algo aislado, frío, imponente, engolado, sino como una sutil y original mirada, una inopinada verdad”, afirma Javier en el prólogo del libro.
            No cabe duda de que Javier Puig tiene buen gusto como lector, pero este volumen que hoy presentamos también denota un indudable eclecticismo, dicho sea en el mejor de los sentidos. Como no es Javier un escritor lastrado por exigencias académicas o corporativista y, por tanto, no está sujeto a corrientes de opinión imperantes, ha reunido una gavilla amplia y heterogénea de libros que ha ido descubriendo en los últimos años y que le han impresionado. Solo por citar algunos ejemplos diré que encontramos libros escritos en español (A sangre y fuego, de Manuel Chaves Nogales, La Ridícula idea de no volver a verte, de Rosa Montero, Lugares extraños, de Mario Levrero, Todos los cuentos, de Cristina Fernández Cubas) y en otros idiomas (La metamorfosis, de Kafka, Doktor Faustus, de Thomas Mann, El Gran Gatsby, de Scott Fitzgerald o Memorias de Adriano, de Marguerite Yourcenar). En ocasiones Javier no habla de un solo libro, sino de la obra global de un autor (Azorín, Aldecoa, Ramón Gaya), y aunque predomina la narrativa. también hay lugar en su selecta nómina para otros géneros además de la novela y el cuento, como es la poesía (los últimos libros de Eloy Sánchez rosillo), el ensayo (el comentario dedicado a José Antonio Marina) y el artículo literario (En propia mano, de Antonio Gala); además hay un texto excepcional en el conjunto, tanto por el lenguaje crítico empleado –en algunos párrafos ligeramente imprecatorio-, como por tratarse de una reivindicación de la asignatura de Filosofía, marginada por las autoridades educacionales.
Quiero resaltar un hecho importante que demuestra el carácter atento y generoso de Javier Puig, y es su decisión de incluir en su libro a seis autores a los que se siente unido por vínculos de amistad (Javier Cebrián, Manuel García Pérez, José Antonio Muñoz Grau, José María Piñeiro, Ada Soriano y quien esto escribe), de modo que en su biografía lectora trata con el mismo respeto y reconocimiento a los escritores de prestigio internacional, la mayoría de ellos clásicos indiscutibles de la literatura del siglo XX, y a los que somos menos visibles.
            Por último, leyendo Los libros que me habitan pienso en la célebre frase de Samuel Jhonson: “no deseo conversar con una persona que haya escrito más que ha leído”. Javier Puig es escritor, pero ante todo un buen lector que sabe que quien lee justifica la literatura. Este su primer libro, dedicado esencialmente a la lectura, es recomendable y gratificante en estos tiempos ciertamente pesimistas para la cultura librera, ya que cada vez se lee menos o más aprisa y según las estadísticas alrededor de un cuarenta por ciento de los españoles no lee (incluidos muchos letraheridos universitarios, que no quieren leer sino escribir), y la mayoría de jóvenes han adquirido hábitos de lectura en formatos digitales. Así pues, estoy de acuerdo en gran medida con las razones estéticas que argumenta Javier Puig y con su defensa de la lectura como conocimiento abierto y no oclusivo, al que se llega a través del placer y no de la imposición.
José Luis Zerón Huguet

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