José Luis Nieto
Rafael González y José Luis Torrego
Ante todo gracias a Rafael por su confianza al pedirme me hiciera cargo de esta presentación, a José Luis por confianza y su amistad: Gracias, finalmente, a todos ustedes por estar aquí dispuestos a sufrir estos minutos despiadados de mi oratoria.
TRAYECTORIA
José Luis Nieto es un poeta
urbano y del desencanto. Una puntualización, esto no es lo mismo que un poeta
del desencanto urbano. Él en ningún momento se siente traicionado o
decepcionado por Madrid, que de hecho es el hogar del retorno final de este su último libro, él
se siente desencantado por los amores multicolores que destiñen a los pocos
lavados dejándote el resto de tu vida y de tu ropa para la basura. Y sí, ocurre
que esos desencantos suceden en Madrid.
José Luis sabe —es
amargamente consciente— que el destino de las palabras es recluirse en el
olvido, sin embargo, escribe “Un tiempo de adiós” y “Rastros perdidos”.
José Luis conoce la
decepción de aquello que fue y el entusiasmo mutilado de lo que acabará no
siendo. Sin embargo, escribe “Diario de improvisaciones” y “Cuadros sin
colgar”.
Por eso su poesía es
bronca y escueta como el whisky, y como el whisky arde en la garganta al
beberla directamente de la botella tras escupir el corcho con la boca. Porque
así beben los vaqueros solitarios, especialmente cuando son urbanos, más aún si
es la medianoche y , obviamente sin más remedio, si montan un caballo de dos
ruedas.
Mucha película con
final de amor feliz en vena, ¿y al final qué, José Luis?
Nos han mentido y nada
queda.
Y
se confirma:
Al final nada
nada
perdura: ni la huella salvaje
de
los momentos cabalgados, ni el último
poema,
ni la sonrisa final
de
la camarera (…)
Otra característica
de José Luis es la de ser poeta sin yo poético. Es él mismo quien está dentro
de su obra batiendo el cobre en cada verso, encajando cada tajo en su
pellejo, sufriendo caídas desde un
encabalgamiento y apañándose una metáfora como torniquete si acaso le dejan una
tregua.
Un poeta sin
evasiones literarias ni huidas. Siempre canta y describe su ciudad, natal una
vez y cruel muchas, siempre la realidad viciada de paraíso artificial que es
Madrid. Cierto que, de vez en cuando, encuentra por el fango nocturno algún
zafiro entre los ajos y disfruta de una “sinéresis labial” durante un breve
espacio, sin olvidar un momento, eso sí, que todo es espejismo.
Ya en 2011 nos
confesaba José Luis que quería hacer un libro de espejos con la materia insulsa
de los días. Curiosamente, nuestro amigo el gran Alejandro Céspedes lo hizo
realidad literalmente en Topología de una página en blanco.
José Luis no
encuentra refugio en el recuerdo. Para él no existe la aspiración a eternidad
de lo fugaz que hay en Salinas, la memoria no es el mágico preservar el
esplendor en la hierba. Nada de eso, la memoria en Nieto es una visita pesada
que te hace enmohecer en la pena de lo perdido, oxidarte en el “sulfuro en las
lágrimas”.
En cuanto a su
estilo, muy de la escuela castellana: su
“repertorio es pobre”, no intenta “artesonar su quincalla”.
En 2013 hay un
conato de inventar un heterónimo, o quizás un doble para los versos peligrosos:
Boris Lubernieff, al que presenta como un ser extraño que se dedica a hilvanar
el pasado sobre el presente, a descoser el futuro y a pasear a en soledad por
la ciudad a deshoras. Alguien urbanita y decepcionado que recoge esquirlas del
minutero, cada una con un nombre de mujer. Y se hace viejo.
Como ven, nos
resulta muy familiar el Lubernieff este.
Más aún cuando le
vemos sus pensamientos indecisos entre dos opciones para escapar de esa
dolorosa existencia: o empadronarse en Nuncajamás como niño perdido, o hacer
buenas migas con el tipo del espejo. Tipo que en Letras a débito reaparece en
el papel estelar de “El imbécil”. Tan estelar que casi se hace con la
titularidad del libro.
Lubernieff y José
Luis son “soldados de la rutina”. La rutina es el infierno de los desamados, la
inmovilidad pantanosa de quien quiso ser río y fluir. La rutina de los espejos,
de las estanterías con citas afiladas, de los marcos con caras que gritan “¡envejeces!”.
Y José Luis, un
poeta de diario —o de andar por casa, que se declara él—, nos confiesa sus
huidas. El bullicio, el alcohol son para él una tentadora invitación a la
amnesia indolora. Toma, sin embargo, con entereza ese fracaso, arrastra esos
momentos a sabiendas “como una silla de metal araña el suelo de mármol”.
Reivindica la derrota y considera que “ha vencido porque es suya la derrota”. Y
también suyo el símbolo y territorio donde ocurrió:
Porque la noche es mía.
Vive en lunes y en
otoño. En una rutina sin ciclos ni estaciones y llega a la conclusión de que
hay una Generación de los Desarraigados, de la que él es miembro vitalicio.
Retornemos a Madrid,
la otra constante en su obra. Madrid, “ese cemento en temporal continuo”, desde
cuyos “tejados la luna ilumina a un trapecista imaginario que le saca la
lengua.” Suena al final más común a una noche de farra.
Y aún así, el viejo
desencantado, mil veces trasquilado, insiste y se ve una vez más caminando
reincidente bajo ese cielo de plata
Como lobo envejecido por la
soledad y el hambre
queriendo amar.
¿Y qué es la poesía
para José Luis Nieto?
Ante todo hay que
responder que una vocación. Nunca buscó en ella
vil metal ni laureles dorados, escribió porque necesitaba escribir. Pero
la pregunta no era por qué, sino qué. Dejemos que él responda:
Volver al recuerdo incandescente de la niñez
a
la bonhomía de la desesperación descalza.
LETRAS A DÉBITO
La nueva entrega de
José Luis se posiciona con la confirmación y la advertencia en palabras de
Montaigne sobre la inexistencia del yo poético; estos versos son él mismo sin
trampa ni cartón.
En cuanto empezamos
la lectura sentimos que VUELVE LA NOCHE, no la de evasión en cazas nocturnas,
sino esa de lágrimas invernales, la habitada por figuras en pena deambulando
por un escenario de rutinas. Vuelven cíclicamente los fantasmas que parecían
conjurados ya: el insomnio, el frío, los cuadros por colgar, la ropa sin tender
y los monólogos sin réplica. ¿Nombre de la escena? Nos lo dirá después: “el
lugar donde las promesas nunca se cumplen.”
El autor nos dice “vengo
de”, yo creo que más bien ha llegado.
En TRES NEGACIONES:
parece dejarnos el propósito del autor en este libro: “dejo constancia en mi
luto de tanto disparate./ Para cuando no sea, / ni vea, / ni tenga.
Al leer OVER THE
RAINBOW:
Deja de escarbar en la culpa […]
Ya no te arraigas […]
En este terreno estéril[…]
Quema las semillas […]
constatamos que la
dolencia sigue siempre siendo la misma: soledad. Soledad que araña febril desde
las meditaciones inquietas (a veces matemáticas: dos verdades ficticias entre tres/crónicas quebradas por cuatro…),
o metafísicas (hay que preguntar con
necedad/las posibilidades de la inexistencia). El Time-out posible sigue
siendo el mismo: la resaca del no vivir. Y tras el breve espacio alcoholizado, encontrarse
de nuevo el inmovilismo en la herida, la angustia de la desesperanza y una
existencia que sólo puede darte un salvoconducto, el que va a ninguna parte.
A mitad de la
primera parte, en MODISTOS, el poeta interpela a una segunda persona, a la
amada, de forma directa e intimista. El monólogo ha cedido a una confesión
sobre las razones de la derrota
Tú y yo somos
sastres sin
medidas.
Fragmentos
del nosotros
entre
agujas y dedales
Pero es un
espejismo. No hay diálogo, soledad tan sólo. Y la segunda persona verbal continúa
en los poemas posteriores pero en imperativo, en un monólogo interior donde el
poeta se acribilla a consejos que sabe que no va a seguir, ni tampoco le
salvarían si los siguiese. Es EL FINAL de una partida acabada porque sobraban
tahúres. De nuevo las matemáticas: tres son multitud.
El buen salvaje
sigue presente. En esta entrega, José Luis sigue creyendo en la infancia y su
inocencia, en aspirar a los Niños Perdidos con los que una vez vivió, pero uno
ha de crecer a pesar suyo “de larvas a mariposas criminales” (CALMA CHICA). Nuestro poeta, acepta con oficio el destino
de envejecer y lo afronta como un mascarón frente al relámpago, o peor aún,
frente al espejo, donde EL IMBÉCIL le mira cada mañana y conquista su
territorio, su Nuncajamás, con sus ejércitos senectos y marchitos.
Acaba esta primera
parte, “De andar por casa”, con dos poemas de trina estructura similar,
membrados sobre la línea pasado-presente-futuro. Un pasado ilusorio y fugaz que
quiere ser retenido aun a costa del embuste que lo disfraza de porvenir y pide
a lo T. Williams “Hagamos de las mentiras verdades”. Ese es el presente, momento
de embriaguez que trata de reventar todo, volar por los aires el pasado y sin
ese lastre poder iniciar la nueva vida.
Porque la alegría
nunca puede ser presente, sólo un anticipo del futuro. A pagar en costosas
letras a débito.
Despedimos así la
primera parte del libro, de vida no vivida, llena de guiños cinematográficos,
que se anuncian con el poema “Sesión continua” , que se confirman con
“REPOSICIÓN” más tarde y que van jalonando el libro con “DESAYUNO CON MANTIS”,
“HABITACIONES CON VISTAS”, “OVER THE RAINBOW” y, “AMÉRICA”.
Incluso el autor se
atreve a escribirnos el guión de una ESCENA DE INTERIOR cuya iluminación para él
y ella es “un farol que ilumina
soliloquios”.
Y comienza la
segunda parte, CORRESPONDENCIA SIN RESPUESTA, que trata, en contraposición, de
lo vivido, de películas hechas por uno mismo, de viajes y ciudades, de fines de
semana emparejados y voluptuosos. Eso es al menos lo que pretenden en apariencia.
En realidad, quizá no sean más que el adorno, lo accesorio de un “homecoming”.
¿Cuál ha de ser la
última ciudad de esta serie? Madrid. El Madrid que dio los momentos enamorados.
Y también el Madrid que dio los infiernos de la rutina, las noches de lobos y
la casa encantada, el ahogo y la angustia. La infancia. MADRID es la vuelta a
casa.
En realidad, esta
Correspondencia sin respuesta es una serie de postales donde el poeta trata de
hacer un óleo expresionista con la ciudad y su compañía.
Confirma un verso
mío, algo que les confieso he sentido muchas veces, en la elaboración de estas
palabras: esa constante coincidencia en sentimientos o imágenes entre mi tocayo
y yo y que les he ahorrado porque es prolijo y además hoy es su día. Sin
embargo, a esta no me resisto porque está en el mismo espíritu que alienta esta
parte del libro. Me ha recordado mi idea de que las ciudades no son las
ciudades. Las ciudades son las ciudades y la persona con quien las visitamos. Veamos
cómo se ilustra la idea con los poemas de José Luis: Berlín son sospechas a la
orilla del río Spree; Nueva York, convencerse de la imposibilidad de
encontrarse en el torrente de gente diversa; La Habana, olas que rompen en el
malecón sin ningún director de orquesta; Roma, reescribir la estrofa y hablar
de un cuerpo abarloado junto a otro; y Madrid…
Madrid es José Luis
Madrid es el
compendio de su poesía
y el final de este
trayecto:
MADRID (ESPAÑA) Febrero
Los espectros levitan por los andenes,
son devorados por ruidosas lombrices metálicas o se sumergen en las trincheras
minadas de portales fantasmagóricos.
Algún despistado levanta la vista
del suelo y sonríe.
Puede que le duelan las alas
quebradas, los deseos luxados o algún teorema vital torcido.
¡Qué extraño sonreír por el dolor!
Apenas media tarde y cualquiera
es una noche, un agujero negro de materia rutinaria.
A través de los cristales recuerdo
que alguna vez fui un astrónomo incomprendido
que
corría detrás de las estrellas.
Que corría entre callejuelas descuidadas
y faldas de colegio,
entre
perros vagabundos y árboles estériles,
entre
espectros de los andenes y ángeles rotos.
No
existes.
Nunca has debido de
existir porque nunca te he tenido.
Y en esta tregua donde ya no
queda mundo para encontrarte
mis restos cansados reposan en la
soledad de esta habitación.
He
vuelto a casa.
Como
siempre.
José Luis Torrego
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