martes, 4 de febrero de 2020

Presentación de Miradas de cine de Javier Puig

Mª Engracia Sigüenza y Javier Puig

Andrei Tarkovski en su ensayo Esculpir en el tiempo afirma: “El arte y la ciencia son formas de apropiarse del mundo, formas de conocimiento hacia la verdad absoluta”. Y la escritora Lola López Mondéjar, en su libro El factor Manchausen: psicoanálisis y creatividad, nos dice: “Sin el arte, sin la obra de los artistas el mundo no sería soportable”.
Estas y otras reflexiones me han venido a la cabeza mientras disfrutaba del libro que nos ocupa; porque este es, a mi juicio, una declaración de amor al séptimo arte; una reivindicación del cine como herramienta de aprendizaje, de autoconocimiento, y como expresión artística capaz de turbar, pero también de consolar.
Miradas de cine me parece además un sugerente título, abierto a un juego de espejos, al caleidoscopio que podemos encontrar cuando nos sumergimos en una película. Por una parte, las miradas de los cineastas que cobran vida en el libro (Chaplin, Coppola, Bergman, Buñuel, Dreyer, Hanecke, Kazan, kieslowski, Kore-eda, Visconte o el mencionado Tarkovski, entre otros): ellos nos regalan con sus obras su visión del mundo, tienen algo que contar y saben hacerlo con un estilo propio convirtiéndose así en creadores, en artistas; por otra parte, la mirada de Javier, su manera de analizar las imágenes fílmicas, de desentrañar las historias reviviéndolas, dibujando a través de las palabras todo un mundo de sentimientos, de peripecias vitales que hace suyas, y que comparte con nosotros dejándonos penetrar al otro lado del espejo, actuando de mediador entre el espectador y la obra cinematográfica; y por último, el título apela también a nuestra mirada, y en última instancia, a la de la película recreada que parece tener vida propia y mirar en nuestro interior. Y puesto que el cine es el arte de la mirada, el libro nos invita también a educarla, nos ayuda a descifrar la riqueza y complejidad del lenguaje cinematográfico para poder disfrutarlo en todo su esplendor.
Con una prosa elegante y pausada, llena de ritmo interior, el autor va analizando las películas, contagiándonos el amor que siente hacia ellas. Nos allana el camino, y de su mano accedemos a ellas sin huir del dolor, de la incertidumbre, del miedo o la turbación que puedan provocarnos. Porque la fuerza del arte, ese que nos transciende, ese que es intemporal o más bien eterno, no evita ningún sentimiento humano, sino que indaga en ellos, quiere comprenderlos haciendo suyas las palabras de Sócrates cuando dijo que “El mayor de todos los misterios es el hombre”.
Cine envolvente el que explora este libro, y lo hace con palabras envolventes.
El lenguaje que utiliza Javier es preciso y rico en matices, y está siempre al servicio de una exquisita sensibilidad y de una gran penetración psicológica. Es por ello que nuestro autor consigue el milagro de aunar la sencillez y la hondura, la disertación amena, no exenta de erudición y la subjetividad de la pasión, porque nunca pretende ejercer de crítico, ni sentar cátedra, sino compartir con nosotros sus descubrimientos, sus reflexiones sobre unas obras que admira; obras que indagan en la naturaleza humana a través de los dilemas y las tribulaciones de unos personajes que percibimos cercanos por muy lejos que nos encontremos de ellos.
De esta manera, el autor nos hace sentir, ver y oír unas historias que poco a poco penetran en nuestro interior convirtiéndose en una sinfonía de imágenes. Y digo sentir, porque en la médula de estos artículos late una filosofía humanista que nos insta a mirar de la manera más profunda posible.
Javier nos recuerda que cada una de estas miradas de cine pretende alcanzar la universalidad, que sus creadores parten de una realidad concreta para alzarse por encima de ella y hacernos entender un poco mejor la compleja diversidad que nos rodea; partiendo de otras vidas nos ayudan a entender la Vida con mayúscula.
Son historias que no pueden dejarnos indiferentes, a poco que nos preocupen nuestros semejantes y nuestra propia condición humana. Porque cada una de ellas nos abre los ojos a la belleza y a la fealdad del mundo, al mismo tiempo que nos interpela, que nos obliga a mirar en nuestro interior, a pensar en nuestras contradicciones, en nuestra conciencia y en nuestra responsabilidad ética como sujetos históricos.
Así, en estas notables películas que, en su mayoría, forman parte del imaginario colectivo de quienes amamos el cine, se tratan las relaciones familiares desde sus múltiples ángulos, se disecciona el amor, el devastador paso del tiempo, la búsqueda de las utopías, los sueños y su difícil encaje en la vida diaria, la lucha de clases, la justicia y su antítesis, la hipocresía, la maldad,  la inocencia y la bondad, y también la sociopatía y la violencia en algunas de sus más terribles manifestaciones, y hasta el sentimiento filosófico, metafísico y cósmico que nos embarga, como seres inmersos en un universo inabarcable que siempre intentamos descifrar.
La parte final del libro es un interesante análisis sobre las íntimas conexiones que existen entre el cine y la literatura. Y es que uno y otro, como bien nos explica el autor, aunque utilicen lenguajes diferentes, se necesitan, se vampirizan mutuamente.
La literatura construye imágenes en nuestra mente, y el cine escribe con imágenes, pero ambos parten del lenguaje, de la necesidad de comunicar, de contar historias. Y ambos nos permiten viajar a lugares desconocidos, nos invitan a vivir aventuras, a multiplicarnos poniéndonos en la piel de personas muy diferentes a nosotros; ambos ensanchan nuestra mirada y nuestra humanidad haciéndonos desarrollar, en definitiva, algo tan necesario para convivir como la empatía. Y, por supuesto, no podemos olvidar la capacidad que tienen de hacernos soñar, de hacernos sentir que el tiempo se expande. Ese quizá sea el poder terapéutico del arte.
Hay en este libro recomendaciones que abarcan distintos géneros, estilos, temáticas y épocas. Y todas ellas nos entretienen de la mejor de las maneras: haciéndonos aprender. Y es que un buen libro siempre es un antídoto contra el aburrimiento, una promesa de consuelo, de evasión enriquecedora, y si además es un buen libro sobre ese universo deslumbrante llamado séptimo arte, el gozo está asegurado.
Este es un libro que se saborea, que provoca un sosegado deleite, que nos mantiene absortos, mientras nos sumerge en cada una de las historias que desgrana con profundidad y delicadeza, y eso en nuestro mundo actual donde prima la rapidez, la superficialidad y la dispersión es todo un lujo.
Y parafraseando las palabras de Javier en el artículo titulado “Doble muerte en Venecia”, si Visconti se apoya en Mann y en Mahler para construir una película hermosa, una obra que logra su razón de ser, nosotros podemos afirmar que en estas Miradas de cine nuestro autor se apoya en un puñado de obras de arte para construir un libro muy recomendable, una obra literaria con entidad propia.
Termino mencionando un extracto del artículo “Extraños en un tren”, donde, con un lenguaje que roza la poesía, el autor nos explica  el efecto que puede provocar el arte del maestro Alfred Hitchcock: Se apodera de nuestras emociones y nos aproxima peligrosamente a lo invivible. Cuando, ya al final, nos libera de esa prolongada turbación, aterrizamos, trastocados aún, en nuestra serena realidad, en nuestra vida lenta, con sus constantes preguntas y sus sigilosas amenazas.
No se puede describir mejor lo que una obra de arte nos puede hacer sentir.
Fotogramas de literatura. La magia de las palabras al servicio de la magia del cine. 
Mª Engracia Sigüenza Pacheco


Vista de la abarrotada librería Codex