Rafael González, Arturo Rodríguez-Segade y Johao Lozano.
Un secreto a voces clama en la ciudad. Las aceras se hayan infestadas de azarosas farolas. Tienen vida propia.
Ya se han
cansado de ocultar su destino. La farola es la cárcel de la luz. Una función
social, su modo de redimir una condena, quién sabe si justa o no. No hay
resquicio que pueda salvarse.
La noche ha
perdido su poder insaciable. Dónde descansa el silencio convertido en la más
pura oscuridad. Las farolas (las luces) lo inundan todo.
Los versos
cobijan aleatorias farolas que prenden luz, recuerdo y sentido, a tantas y
tantas farolas que suplican una segunda oportunidad. La farola significa
devolverle el favor al mundo que dañaron. Pagar el peaje de su castigo primero.
Ya no hay tregua.
A lo largo
del poemario, las farolas asoman suplicando clemencia. Iluminando los versos,
tal vez afortunados, tal vez caóticos, perdidos a vuelapluma en un papel que no
tiene otro sino que aceptar que ésas y no otras, son sus líneas. Tendrá que
defenderse a capa y espada, reivindicar su farola, echarla de menos en caso de
que no aparezca citada. Imaginarla y afirmar ciegamente: mi verso también tiene
su farola.
Me gustaría
poder afirmar que existe un orden coherente, un impulso medido en segmentos y
títulos diferenciados. "farolas" es un poema grande o cuarenta pequeños.
Me gustaría poder decir que todas las farolas aquí presentes, iluminan un claro
y contundente verso, unas palabras necesarias, un hecho que no pudo ser de otra
manera. No me gustaría tener que reconocer que las farolas no son más que una
escusa irremediable.
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