domingo, 27 de octubre de 2013

Acto de presentación de El sonambulista

Rafael González, José Miguel Urbano y Jesús Urceloy
Celebración de José Urbano
  
Quizás no hayamos nacido para la angustia, quizá el acto de viajar sea una trampa con la que, ciertos en el embozo, trascurramos la noche que hace trizas los blancos días. El poeta, disfrazado con las ropas del sonambulista, recorre el globo sobre las ciertas líneas de los meridianos, a merced de los vientos alisios, con la seguridad de que, al abrir los ojos, sentiría en su cuerpo los golpes de los paralelos y el latigazo siempre preciso de las noches vividas entre cigarrillos y amigos escoceses. José Urbano sabe, por ejemplo, que para desear algo, lo que sea, un tema de Part, el sonido de las mitocondrias, la calle de la Amnistía, basta con alejarse del objeto y bailar desnudo con la sensualidad del bebedor de sueños.
Cuando menos te lo esperas conoces al poeta. Llegó José un día oscuro, de esos que anuncian frío y bufandas, en la compañía de una dama lírica y bienhechora.  Hablaba de humo y borracheras, de viajes por la altura de la verde Albión, hablaba de cabelleras, sexo, patios de armas. Hablaba con el idioma imperfecto de la desesperación: una angustia que su mirada convertiría, día tras día, en trazos, espinas, cuerpos y mucho swing. ¡Quien fuera a decir ese cuerpo de poeta, bailón y cadente, la línea de la amabilidad y la entereza! Los que hemos sido testigos de ese silabeo, de ese ligero movimiento consensuado en los pies, aún soñamos la posibilidad de que este mundo tenga algún remedio.
La poesía y José Urbano son, desde entonces, sinónimos. Ha conocido el abrazo de las palabras y sabe de mujeres. Ha conocido los rasgos bien definidos de la soledad y sabe ponerle rostro al vendedor de envidia. Ha conocido que ser libre implica retroceder hasta el saludo, para saber encadenarse a otro. Aunque no haya nadie tras la puerta, aunque hayan de ponerles trabas al conocimiento de nuestra juventud.
José Urbano viaja para conocer lo que ha dejado atrás. Viaja para volver. Por las noches, en el duermevela de las calles, viste su desnudez con la elegancia del anonimato y sin arneses ni barras, palancas o paracaídas, ronda de casa en casa, de persona en persona, de aliento en aliento, nuestra vigilia de eternos perdedores. Sonambulista. Caminando en la cuerda imaginaria de un hilo de luz.
Jesús Urceloy



La abarrotada Sala Trovador pudo disfrutar los emocionados versos de José Miguel

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