Rafael González, José Miguel Urbano y Jesús Urceloy
Celebración
de José Urbano
Quizás no hayamos nacido para la
angustia, quizá el acto de viajar sea una trampa con la que, ciertos en el
embozo, trascurramos la noche que hace trizas los blancos días. El poeta,
disfrazado con las ropas del sonambulista, recorre el globo sobre las ciertas
líneas de los meridianos, a merced de los vientos alisios, con la seguridad de
que, al abrir los ojos, sentiría en su cuerpo los golpes de los paralelos y el
latigazo siempre preciso de las noches vividas entre cigarrillos y amigos
escoceses. José Urbano sabe, por ejemplo, que para desear algo, lo que sea, un
tema de Part, el sonido de las mitocondrias, la calle de la Amnistía, basta con
alejarse del objeto y bailar desnudo con la sensualidad del bebedor de sueños.
Cuando menos te lo esperas
conoces al poeta. Llegó José un día oscuro, de esos que anuncian frío y
bufandas, en la compañía de una dama lírica y bienhechora. Hablaba de humo y borracheras, de viajes por
la altura de la verde Albión, hablaba de cabelleras, sexo, patios de armas.
Hablaba con el idioma imperfecto de la desesperación: una angustia que su
mirada convertiría, día tras día, en trazos, espinas, cuerpos y mucho swing.
¡Quien fuera a decir ese cuerpo de poeta, bailón y cadente, la línea de la
amabilidad y la entereza! Los que hemos sido testigos de ese silabeo, de ese
ligero movimiento consensuado en los pies, aún soñamos la posibilidad de que
este mundo tenga algún remedio.
La poesía y José Urbano son,
desde entonces, sinónimos. Ha conocido el abrazo de las palabras y sabe de
mujeres. Ha conocido los rasgos bien definidos de la soledad y sabe ponerle
rostro al vendedor de envidia. Ha conocido que ser libre implica retroceder
hasta el saludo, para saber encadenarse a otro. Aunque no haya nadie tras la
puerta, aunque hayan de ponerles trabas al conocimiento de nuestra juventud.
José Urbano viaja para conocer lo
que ha dejado atrás. Viaja para volver. Por las noches, en el duermevela de las
calles, viste su desnudez con la elegancia del anonimato y sin arneses ni
barras, palancas o paracaídas, ronda de casa en casa, de persona en persona, de
aliento en aliento, nuestra vigilia de eternos perdedores. Sonambulista.
Caminando en la cuerda imaginaria de un hilo de luz.
Jesús Urceloy
La abarrotada Sala Trovador pudo disfrutar los emocionados versos de José Miguel
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