Reseña en Frutos del Tiempo (7/02/2018)
La mirada perdida, de Alejandro López Pomares:
el interior de una historia. Por Javier Puig
No, no se puede leer esta novela como cualquier otra. Aceptemos prescindir
de las amplias perspectivas, de las ubicaciones claras en el gran espacio de
los acontecimientos mundanos. La magnífica prosa se sustenta en la búsqueda de
lo poético, retuerce los vislumbres de la realidad hasta encontrar una
significación secreta. Se hace necesario que el lector atienda este relato muy
despierto. Los personajes transitan los escenarios de la vida desde una especie
de sonambulismo que remite a las ensoñaciones que persiguen. Son vagamente
reflexivos y se sienten extraños ante esa frágil conjunción de su interior con
el mundo. Permanecen perplejos ante el ineluctable orden de la vida, inseguros
de sus reafirmaciones.
La narración se desarrolla con atrevimiento, sin renunciar
a los pasos inauditos, pero no se embriaga de osadías inútiles. Las descripciones
del mundo exterior se limitan a los recovecos del espacio aparentemente común
en los que se refleja el alma que los mira. El libro empieza con fragmentos que
llevan el título de los anónimos personajes que lo integran: el joven, el niño,
la mujer, el hombre, el anciano. En sus reapariciones, no es fácil
reconocerlos. No hay necesidad de incidir en las constantes más evidentes.
Apenas se abre el foco más allá de sus absorbentes y pequeñas continuaciones,
de su intenso presente, y no alcanzamos a ver toda la amplitud de su biografía
emocional. Lo importante aquí no es la rigurosa configuración de una
personalidad, sino la extendida efusión de una esencia. Estos cortos capítulos
podrían ser unos microcuentos muy precisos, escuetamente iluminadores, infinitos
en su centro.
Los personajes no pretenden su estricta realidad sino tan solo ser
fidedignas representaciones de una peculiar forma de sentir la vida. Hay un
vuelco hacia la búsqueda del interior del instante, de indagación del tiempo
que se vive, de íntima percepción de la vida, de persecución de una cerrada y
mínima relación frente a la mayúscula existencia. Y para ello buscan una
posición inédita ante un entorno abrumador, una perspectiva que los salve de la
banalidad y los acerque al misterio de aquella parte de la conciencia que
atiende la conexión decisiva. Y lo que sienten es siempre enigmático, es lo que
se deriva del implacable contacto entre el ser y la frontera que nos sugiere
paisajes del más allá habitados por seres inabordablemente ajenos.
La mirada perdida es un relato audaz, hecho de pura literatura, capaz de
crear un clima que nos envuelve en los sucesos más recónditos de un mundo
apenas abierto al exterior sino a través de sutiles conexiones. Es un libro que
requiere de la atenta participación del lector, de su mirada alerta. A través
del dominio de una prosa minuciosa, se desarrolla una narración íntima,
intensamente apartada de las pautas de la cotidianidad más homologable. La
sucesión de los momentos interiores es descrita desde una sólida ingravidez. Es
este un libro que, como los buenos de poesía, nos invita a empezarlo de nuevo,
a no abandonar esa cadencia que nos ha incluido en un sesgo del mundo que no
habíamos hollado pero que en nada nos debe resultar ajeno.
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