Javier Puig, la
humildad del conocimiento en Los libros que me habitan.
Por Manuel García
Pérez
Ni Javier
Marías. Ni Muñoz Molina. Ni Pozuelo Yvancos. Hay un crítico literario
que traspasa y se llama Javier Puig, colaborador de MUNDIARIO.
04 de mayo de 2019
No
es amistad, sino la ebriedad. La lectura del libro
de ensayos, Los libros que me habitan, del escritor y poeta Javier
Puig –colaborador de MUNDIARIO– nos introduce en
la interpretación de un amante de la cultura que destaca, en cuanto a calidad,
por encima de muchas firmas de suplementos nacionales.
Nuestro
colaborador Javier Puig lleva publicando artículos y ensayos sobre su
percepción crítica de lecturas, música y películas en muchos blogs y revistas;
siempre desde una trabajosa y exquisita prosa, que se echa de menos en
periódicos de tirada nacional, donde las reseñas se han convertido en mera
promoción más que en un análisis riguroso de la obra.
Publicada
en Celesta, Los libros que me habitan es el tránsito de Javier
Puig por muchos de sus ensayos publicados a lo largo de estos últimos años,
donde la eficacia de su análisis pormenorizado de la obra está vinculada a un
manierismo que convierte el ensayo en una obra literaria; una tradición
decimonónica y noventayochista que consolidó a autores como Unamuno,
Ortega o Marañón, sin obviar los trabajos de Dámaso Alonso sobre los clásicos
renacentistas y del Barroco, que siguen siendo un referente de crítica
estilística y sensibilidad poética.
Y
es precisamente la sensibilidad de lo poético, de lo desconocido, lo que
pervive en las líneas de estos ensayos de Puig dirigidos a obras que, de alguna
manera, no solo han trazado una educación literaria, sino también una
biografía sentimental hacia la lectura como objeto y fin en sí mismo que
cautiva, que nos descubre a un hombre que encuentra en el placer de
escuchar y de leer una forma de adentrarse en el conocimiento profundo y abisal
de estructuras lingüísticas, párrafos, motivos temáticos, relaciones de autores
en el tiempo; una ardua tarea que prácticamente ya no existe en la prensa de
nuestro país, por varias razones.
A
Javier Puig no le puede ni la presión de editoriales, ni le persigue el tiempo.
Su devoción es la devoción del orfebre, de aquel que ha encontrado en el
ejercicio de la escritura sobre libros, una clase de ascetismo; en ese
ascetismo subiste una creación propia, donde la nostalgia, la inmediatez
de lo vivido o las desdichas del pasado comulgan con la obra que se analiza,
como si Javier Puig, el poeta, se dejase vislumbrar en esa exégesis, en
esos comentarios y subjetividades, como si se destilase la sensibilidad poética
de un hombre que ha encontrado en el ensayo la determinación de mostrarse al
mundo, de referir su modo de representarlo, de confesarlo, de darnos la
posibilidad de usurpar una parte de su intimidad creativa. Y, a veces, esa
intimidad creativa es toda la intimidad de un hombre.
Sus
aportaciones a las lecturas de Yourcenar, Zweig o Aldecoa declaran que, tras el
hecho estético, subsiste el valor literario de
un sujeto que analiza los textos desde la racionalidad, sin replegarse al
modismo de la subjetividad por la subjetividad, sin caer en ese estúpido vacío
de la libre interpretación.
La
creatividad de Puig radica en que, sin dejar de analizar el valor central de la
obra, su contextualización o su intención original, arbitra otras
interpretaciones que prueban su propia capacidad poética, la introspección de
la que no puede abdicar, pues Javier es consciente de que, detrás de esos
significados concretos, hay algo inefable, místico, en el libro que se trata.
Y
es ahí cuando uno descubre que quizá el ensayo de Javier sea el pre-texto y el
pretexto para ahondar en la poesía que guarda, para contemplar
misteriosamente los entornos, su complejidad, su deriva, a través de
autores y obras que sabían que el conocimiento residía no solo en la paradoja,
sino también en una certeza, como escribe en su magnífico ensayo sobre Broch
y La muerte de Virgilio: (que) "La palabra nos sirve
para decirnos las cosas que sabemos pero nos resultan inalcanzables
conscientemente. Pero a la inversa, con las palabras, somos capaces de generar
pensamientos inusitados, que no sabíamos que éramos propensos a poseer"
(pág. 43)
Lo
mejor de esta recopilación de ensayos es esa apuesta firme por una literatura
que trasciende, que cambia los mundos, que reivindica las fortunas y desgracias
de las sociedades, una literatura que le ha hecho vivir a Javier de una manera
intensa su propia vida; entendiendo esa intensidad como una
forma de escribir desde la serenidad y la meditación de la que muchos autores y
críticos han renegado por intereses particulares. @mundiario